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quinta-feira, 02 dezembro 2021 08:54

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Isabel y María y Nosotros

(4to Domingo de Adviento: Miqueas 5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)

Las primeras líneas de la profecía de Miqueas acerca de Belén, en la primera lectura de hoy, son mejor conocidas por ser el texto citado por los eruditos de Jerusalén para informar a los Magos adonde buscar al niño Jesús. Belén jugó un rol significativo en la historia de la salvación.

Pero el resto del texto es igualmente importante. Dos frases resaltan en particular: “la que debe ser madre”, y "él mismo será la paz”. Estas dos frases también señalan a Belén, pero en el Evangelio de hoy pueden ser oídas, por decirlo así, en un pueblo de la región montañosa, a aproximadamente ocho kilómetros de Jerusalén.

María e Isabel pueden ser identificadas como “la que debe ser madre”. En cuanto a sus hijos, Jesús “será la paz”, mientras que Juan será, como Miqueas, un profeta que anuncia la venida del Señor.

Las palabras de Isabel. “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” fueron incorporadas (junto con el saludo del Ángel Gabriel) en el Ave María en sus formulaciones más tempranas. Podemos imaginar aquel momento cuando decimos esta oración.

La segunda parte del Ave María se refleja claramente en La Salette, cuando Nuestra Señora nos hace saber que reza por nosotros sin cesar – lo cual es lo mismo que cuando decimos, “ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Su oración es “por nosotros pecadores”, es decir, por nuestro perdón, y para prepararnos al encuentro con el Señor, limpios de corazón y con nuestras almas convertidas, comenzando ahora y hasta la muerte.

Llamamos a Nuestra Señora de La Salette la Bella Señora, o la Madre en Lágrimas, pero hoy permitámonos pensar en ella como la que da a luz o, como dice Isabel, “la madre de mi Señor”. Lucas nos dice que Isabel se llenó del Espíritu Santo cuando escuchó el saludo de María. Ella recibió un don espiritual (un carisma) que la impulsó a hablar de manera profética.

El saludo de María en La Salette trajo consigo un espíritu pacificador, calmando los temores de Melania y Maximino. Los atrajo hacia ella, disponiéndolos para escuchar la gran noticia, dándoles la fuerza para hacerla conocer.

En este mismo espíritu, con un fuerte impulso y con mucho entusiasmo, recorramos el camino de Adviento hacia Belén, e invitemos a otros a unírsenos, y haciéndolo lleguen a conocer a nuestro Salvador.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Misión de la Alegría

(3rd Domingo de Adviento: Sofonías 3:14-18; Filipenses 4:4-7; Lucas 3:10-18)

Hoy es el Domingo de Gaudete (Alégrense), es por eso que no nos sorprende escuchar a Sofonías decirle a Jerusalén, y a Pablo a los filipenses, que deben alegrarse. ¡Ambos están desbordados de entusiasmo!

Pero hay alguien más que también se alegra. Vemos al final de la primera lectura. “¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! El exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta. ¿Acaso hay alguna otra imagen de Dios mejor que esta, que traiga alegría a nuestros corazones?

Sofonías explica el por qué: “El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti... El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal”.

El juicio de Dios era ciertamente justo; su pueblo fue castigado con razón. Pero la misericordia triunfó, y una vez más Dios estaba dispuesto a comenzar de nuevo. Las lágrimas de la Bella Señora de La Salette, cayendo sobre el crucifijo en su pecho, son signos de misericordia, la manera en que María nos dice que el Señor, cuyo juicio es justo, no desea abandonarnos del todo. Ella está haciéndole saber a su pueblo que Dios quiere estar cerca de nosotros, para renovar su amor por nosotros y restaurar su alianza con nosotros.

El Señor Emmanuel está cerca. Por lo tanto, debemos regocijarnos siempre, y toda expresión de esta alegría debe fluir desde nosotros hacia el mundo que nos rodea. Aquello, sin embargo, es más fácil decir que hacer. Durante el Adviento, en particular, algunos experimentan más presión que en otros tiempos, debido a los muchos preparativos para Navidad, o al doloroso sentido de soledad que, extrañamente, puede intensificarse en esta época.

En este contexto, recordemos a Juan el Bautista. Los evangelios no lo describen como alguien especialmente alegre, pero la Aclamación del Evangelio de hoy parece aplicarle el texto de Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, él me envió a evangelizar a los pobres”. Sus buenas noticias toman la forma de un llamado a una conversión genuina, pero en vista de la promesa de otro que está por venir.

Ya sea que nuestra misión como saletenses se parezca más a la de Juan o a la de Sofonías o a la de Pablo, siempre debemos llevarla a cabo con tanta alegría como podamos.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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domingo, 14 novembro 2021 17:31

Madagaskar - Capítulo

Madagaskar – Capítulo Provincial

Capítulo Provincial: 10-14 de novembro de 2021

Novo Conselho Provincial:

Pe. Bertrand Ranaivoarisoa, superiore provincial (no centro)

Pe. Gérard Ramaroson, vigário provincial (para a esquerda)

Pe. Hervé Martin Rafalimalalanirina, conselheiro provincial (para a direita)

Desejamos ao novo Conselho a luz do Espírito Santo em seu serviço à Província.

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De la miseria a la gloria

(2do Domingo de Adviento: Baruc 5:1-9; Filipenses 1:4-6, 8-11; Lucas 3:1-6)

El inicio del texto de Baruc para hoy, es maravilloso: “Quítate tu ropa de duelo y de aflicción, Jerusalén, vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios”. De hecho, la lectura entera rebosa de esperanza y consuelo.

Dependiendo de nuestras circunstancias, podríamos reemplazar “Jerusalén” con nuestro propio nombre, o nuestra familia o algún grupo más grande. Hay momentos en toda la vida en los que necesitamos sacarnos el manto de la miseria. La voluntad de Dios para nosotros es la alegría.

San Pablo escribe a los Filipenses, “Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes... Y en mi oración pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor”.

Juan el Bautista aparece en el Evangelio, “anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. María vino llorando a La Salette, pero ella también trajo esperanza y dejó un mensaje de reconciliación. Ella quiso, en palabras del Salmo, “cambiar nuestra suerte como los torrentes del Négueb”.

De hecho, consideremos cuántas palabras del Salmo de hoy pueden fácilmente relacionarse con la Bella Señora y su mensaje: lágrimas, semilla, siembra, cosecha, etc.

Lo mismo puede decirse de la primera lectura. María se muestra con dos actitudes, en una con tristeza y dolor y en la otra con esplendor de gloria. De pie desde lo alto, mirando a sus hijos – los dos inocentes parados junto a ella, también a su pueblo descarriado al que desea reunir “a la luz de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia”.

A nuestra manera, como reconciliadores, también debemos ponernos en lo alto. Como Jesús dijo en el Sermón del Monte, “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña... Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5: 14,16).

Que todos nosotros nos envolvamos con el manto de la justicia y de la misericordia, llevando sobre nuestras cabezas “la diadema de gloria del Eterno”. De ese modo podamos atraer a otros hacia Cristo y, en palabras de San Pablo, ayudarles a “discernir lo que es mejor” .

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Enséñame tus senderos

(1er Domingo de Adviento: Jeremías 33:14-16; 1 Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-36)

Hoy damos comienzo al Ciclo C del calendario litúrgico trianual de la Iglesia. Ya lo hemos vivido antes, y muchas cosas nos resultarán familiares. Con todo, este es un nuevo año, un nuevo viaje espiritual, porque hemos cambiado, y el mundo que nos rodea también.

Cada viaje tiene un punto de partida y uno de destino. Entonces hagamos propias las palabras del Salmo de hoy: “Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad”. No queremos perder el rumbo del sendero.

Muchas paradas encontraremos a lo largo del camino. Belén será la primera, celebraremos la llegada del Mesías prometido.

Leemos en la primera lectura, “Llegarán los días en que yo cumpliré la promesa que pronuncié... Haré brotar para David un germen justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país”. Aquel que viene nos enseñará con palabras y con el ejemplo.

En La Salette, la Madre en lágrimas se apareció a dos niños para darles un mensaje de esperanza, que las promesas hechas se cumplirán. Ella le estaba indicando el buen camino a un pueblo que no estaba haciendo lo recto ni lo justo. Aquel pueblo estaba andando por caminos que lo alejaban de Dios.

María también nos urge a ser fieles en la oración. Deberíamos desear orar dignamente, es decir, de corazón, pidiendo al Señor que encamine nuestros pasos por el sendero que nos conduce hacia él.

La segunda lectura viene de la Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses, está llena de instrucciones con el objetivo de mantener a la joven comunidad cristiana en el camino correcto. Aquí, en el contexto del regreso de Cristo leemos: “Que el Señor los haga crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás”. Esto nos recuerda que estamos conectados con aquellos que recorren el mismo sendero junto a nosotros.

Jesús nos pide ser vigilantes. “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida. No podemos darnos el lujo de apartarnos del camino que nos señala mientras nos conduce por él.

La mayoría de las Lecturas del Evangelio durante el Año C, viene del Evangelio de Lucas. Dejemos que nos guíen, para que nos conduzcan por senderos que nos lleven a Dios, él es la fuente de todo lo que necesitamos y esperamos.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Rey para siempre

(Cristo Rey: Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)

La letra Alfa es la primera del alfabeto griego; la Omega es la última. En el Nuevo Testamento (escrito en griego) aparecen solamente en el Apocalipsis, siempre juntas, cuatro veces, en los labios de Jesús, “Yo soy el Alfa y la Omega”.

En cada ocasión, vienen acompañadas de una frase parecida a aquella que encontramos en la segunda lectura de hoy: “el que es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso”. En otra parte del Apocalipsis, Jesús es llamado Rey de Reyes y Señor de Señores. Todos estos enunciados expresan su señorío absoluto.

Daniel habla proféticamente de Cristo, diciendo, “su reino no será destruido”. En el Credo nos hacemos eco de las palabras del Ángel a María, “Su Reino no tendrá fin”.

En la mayor parte del mundo moderno, las monarquías han sido reemplazadas por repúblicas con formas variadas de democracia. Los cristianos individualmente, también, aunque se refieren a Jesús como el Señor, tienden más a visualizarlo llevando atuendos propios de su tiempo que con vestimentas de la realeza. Algunos se relacionan con él más fácilmente como hermano, o amigo y hasta podrían llegar a rechazar la imagen de Cristo como Rey.

La última monarquía francesa estaba camino a la extinción en el momento de la Aparición de Nuestra Señora de La Salette. En aquel tiempo, la religión estaba siendo ignorada, por no decir atacada, en grandes estratos de la población. Todo lo que se percibía como dominación era rechazado.

María no vino a restaurar ningún sistema de monarquía. Ella nos mostró a su Hijo en la Cruz, despojado, llevando una corona de espinas. La sumisión a él no es simplemente una sumisión a su autoridad, sino a su amor sin límites y a su infinita misericordia.

Hoy, en muchos lugares y de variadas maneras, hay un esfuerzo para retirar la fe cristiana de la vida pública. En un sentido, Jesús está de pie frente a un nuevo Pilatos, insistiendo una vez más, “Mi realeza no es de este mundo”. Su dominio no es dominación.

El añade, “El que es de la verdad, escucha mi voz”. Aquí es donde nosotros entramos. Con nuestro carisma de la reconciliación, y en la tradición saletense de penitencia, oración y celo, demos testimonio de su verdad. Al llegar al término de este año litúrgico, recemos para que él reine en nuestros corazones para siempre.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Unidos en la Esperanza

(33ero Domingo Ordinario: Daniel 12:1-3; Hebreos 10:11-18; Mark 13:24-32)

Hoy, Daniel profetiza “un tiempo de tribulación, como no lo hubo jamás, desde que existe una nación”. Jesús describe los signos alarmantes que precederán el final de los tiempos. Podemos sentirnos tentados a establecer una correlación entre estas lecturas y nuestro propio tiempo.

Si fuera el caso, no seríamos los primeros. De hecho, casi no han existido momentos en la historia de la Iglesia en que las persecuciones, los desastres naturales, las epidemias, etc., no hayan sido vistos como señales de la Segunda Venida de Cristo.

Esto no es algo malo. Le recuerda a cada generación que debe permanecer firme en la fe, al tiempo que anticipamos con regocijo el regreso de nuestro salvador, aquel que ofreció el sacrificio de sangre necesario para redimirnos de nuestros pecados.

En la oración inicial de la Liturgia de hoy le pedimos a Dios “vivir siempre con alegría bajo tu mirada”. ¿Cuántos de nosotros nos dimos cuenta de esto? En La Salette, María recalcó el hecho de que muy pocos iban a la Misa. En 1846, Francia no era conocida por su fervor religioso. Por el contrario, estaba padeciendo de lo que nosotros podríamos llamar de “trastorno de déficit de fe (TDF)”.

La Bella Señora propone una especie de terapia para el TDF: la oración, la penitencia cuaresmal, el respeto por el día y el nombre del Señor. Siempre atenta a las necesidades de su pueblo, ella no solamente habla de los acontecimientos espantosos, sino que también nos ofrece esperanza.

Daniel escribe sobre “todo el que se encuentre inscrito en el Libro”. Jesús dice, “El Hijo del hombre... enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte”, María usa palabras simples para expresar la misma realidad: “Hijos míos... mi pueblo”.

Ella conoce la maravillosa verdad que encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (No. 27).

El salmista se regocija en llamar al Señor “la parte de mi herencia y mi cáliz”. Hoy, todas las lecturas apuntan al Dios que nos creó a su imagen y que desea reunirnos en él. Firmes en la fe, no tememos su venida.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Última Medida Completa

(32do Domingo Ordinario: 1 Reyes 17:10-16; Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44)

“¡Toma, hijo mío, come pan este año ¡porque no sé quién podrá comer el año que viene si el trigo sigue así!” Cuando la Bella Señora hizo que Maximino recordara aquellas palabras dichas por su padre, el niño lo admitió sencillamente, “Oh sí, Señora, ahora me acuerdo. Hace un rato, no me acordaba”.

María se apareció ante un pueblo a quien se agotaban sus últimas reservas de trigo, de papas, de uvas y de nueces, y que enfrentaba el hambre que se aproximaba. Pero su fe era débil, y no sabía a quién recurrir.

Tal era la situación de la viuda de la primera lectura. Pero su confianza en la promesa del profeta le sirvió de inspiración para entregarle su última porción de comida. En el Evangelio, también, otra viuda, de cuya historia no sabemos nada, colocó en el tesoro del templo todo lo que tenía para vivir; Jesús dirigió la atención de sus discípulos hacia ella, mostrando el valor de la verdadera generosidad inspirada en la fe.

En la segunda lectura el autor escribe de Cristo: “Ahora Él se ha manifestado una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de su Sacrificio”. Este es el Jesús que María nos da a conocer en La Salette: es su Hijo, aquel que nos entrega la última y completa medida de su amor, el precio de nuestra redención.

El crucifijo nos llama a hacer lo mismo, a dar, no de lo que nos sobra, sino generosamente, de nuestros recursos, tiempo o talentos. Mientras más nos damos cuenta de lo que recibimos, más debemos estar dispuestos a compartir. En Lucas 6:38, Jesús dice, “La medida con que ustedes midan también se usará para ustedes”.

Puede ser que no tengamos ninguna de estas cosas para dar. Pero compartimos en el sacerdocio de Cristo, y en la Eucaristía ofrecemos lo que él mismo ofrece.

Siempre hay algo que podamos hacer. Veamos el Salmo de hoy. Entre las obras misericordiosas de Dios, encontramos: “El Señor mantiene su fidelidad para siempre... el Señor ama a los justos”. Podemos promover actitudes de confianza, rezando por aquellos que sirven a los demás. Podemos perdonar y recibir perdón.

Puede que no tengamos que darlo todo hasta la última medida. María con sus ruegos nos llama a someternos a su Hijo, y a confiar en su promesa de cosechas copiosas y abundante misericordia. ¿Qué valor le damos a todo aquello?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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quinta-feira, 14 outubro 2021 15:29

USA - Capítulo

USA – Capítulo Provincial

Capítulo Provincial: 11-14 de outubro de 2021

Novo Conselho Provincial:

Pe. William Kaliyadan, superiore provincial (no centro)

Pe. Roland S. Nadeau, vigário provincial (para a direita)

Pe. Ronald B. Foshage, conselheiro provincial (para a esquerda)

Desejamos ao novo Conselho a luz do Espírito Santo em seu serviço à Província.

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