P. René Butler MS - 33ero Domingo Ordinario - Unidos en la Esperanza

Unidos en la Esperanza

(33ero Domingo Ordinario: Daniel 12:1-3; Hebreos 10:11-18; Mark 13:24-32)

Hoy, Daniel profetiza “un tiempo de tribulación, como no lo hubo jamás, desde que existe una nación”. Jesús describe los signos alarmantes que precederán el final de los tiempos. Podemos sentirnos tentados a establecer una correlación entre estas lecturas y nuestro propio tiempo.

Si fuera el caso, no seríamos los primeros. De hecho, casi no han existido momentos en la historia de la Iglesia en que las persecuciones, los desastres naturales, las epidemias, etc., no hayan sido vistos como señales de la Segunda Venida de Cristo.

Esto no es algo malo. Le recuerda a cada generación que debe permanecer firme en la fe, al tiempo que anticipamos con regocijo el regreso de nuestro salvador, aquel que ofreció el sacrificio de sangre necesario para redimirnos de nuestros pecados.

En la oración inicial de la Liturgia de hoy le pedimos a Dios “vivir siempre con alegría bajo tu mirada”. ¿Cuántos de nosotros nos dimos cuenta de esto? En La Salette, María recalcó el hecho de que muy pocos iban a la Misa. En 1846, Francia no era conocida por su fervor religioso. Por el contrario, estaba padeciendo de lo que nosotros podríamos llamar de “trastorno de déficit de fe (TDF)”.

La Bella Señora propone una especie de terapia para el TDF: la oración, la penitencia cuaresmal, el respeto por el día y el nombre del Señor. Siempre atenta a las necesidades de su pueblo, ella no solamente habla de los acontecimientos espantosos, sino que también nos ofrece esperanza.

Daniel escribe sobre “todo el que se encuentre inscrito en el Libro”. Jesús dice, “El Hijo del hombre... enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte”, María usa palabras simples para expresar la misma realidad: “Hijos míos... mi pueblo”.

Ella conoce la maravillosa verdad que encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (No. 27).

El salmista se regocija en llamar al Señor “la parte de mi herencia y mi cáliz”. Hoy, todas las lecturas apuntan al Dios que nos creó a su imagen y que desea reunirnos en él. Firmes en la fe, no tememos su venida.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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