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La Tumba Vacía

(La Vigilia Pascual ofrece siete lecturas del Antiguo Testamento, una del Nuevo Testamento y el Evangelio. La Misa del Domingo de Pascua también tiene opciones para elegir).

Los cuatro Evangelios hablan de las mujeres que van a la tumba el Domingo bien temprano y encuentran a unos ángeles en lugar del cuerpo de Jesús. En Lucas los ángeles les dicen a las mujeres. “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”.

La tumba vacía es uno de los símbolos más poderosos en todas las Escrituras, probablemente debido a que una tumba representa normalmente algo tan absoluto, tan final por así decirlo. Cuando Jesús resucito de entre los muertos, obtuvo una doble victoria. Conquistó a la muerte; la muerte ya no es más el final, y por lo tanto ha perdido su poder de inspirar temor. Al mismo tiempo, el venció al pecado de una vez por todas.

En cuanto a nosotros, tenemos que entrar a formar parte de este triunfo por medio de una continua aceptación de la salvación adquirida para nosotros. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, lo cual explica el porqué de tantas revelaciones privadas, incluyendo La Salette, que nos atraen hacia la verdad.

Hemos sido liberados. Ya no estamos más en la prisión ni en la tumba del pecado. En Romanos 6, San Pablo escribió: “Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él… Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes”.

El mensaje de La Salette se dirige al pueblo que ha caído bajo el poder del pecado por haberse apartado del amor de Dios. Aun hoy, el titulo de María como la “Reconciliadora de los Pecadores” es validado por los peregrinos que, al visitar los Santuarios de La Salette por todo el mundo, regresan a Dios. Esto no es más fácil hoy como lo era en 1846. Se necesita de una gracia poderosa para convertir un corazón de piedra en un corazón de carne. Pero las lágrimas de María en La Salette pueden ablandar los corazones de aquellos que de otra manera pudieran resistirse a sus palabras.

San Pablo escribe: “La muerte ha sido vencida”; y, en otra parte, “Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. De esta manera adquirimos una nueva imagen de nosotros mismos. Sí, aun somos pecadores, pero nuestro pecado no nos define.

En cambio, lo que nos define es aquel momento supremo en la vida de Jesús, su resurrección. Su triunfo es nuestro triunfo. Su tumba vacía es nuestra tumba vacía.

¡Aleluya!

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Ella que Llora

(Domingo de Ramos: Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Lucas 22:14—23:56)

El esquema de la Pasión es el mismo en los cuatro Evangelios, pero hay detalles que son únicos en cada uno de ellos. Por ejemplo, Lucas es el único que registra el encuentro con las mujeres que lloran en el camino del calvario. Les dice, “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos.” Una imagen de dolor similar es usada por Nuestra Señora de La Salette; “Los niños menores de siete años se enfermarán de un temblor y morirán en los brazos de las personas que los sostengan”.

Cualquiera que haya perdido un hijo puede entender el peso del dolor que estas palabras evocan. En La Salette María llora, en un sentido, por ella misma y por los niños, su pueblo. Sus lágrimas son una fuente de consolación para nosotros. Son también una invitación renovada de volver al Señor de todo corazón. 

Me vienen a la mente otros textos: “Nunca más se escucharán en Jerusalén ni llantos ni alaridos. Ya no habrá allí niños que vivan pocos días ni ancianos que no completen sus años” (Isaías 65:19-20); “El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó” (Apocalipsis 21:4).

El antiguo régimen del pecado y de la muerte ha sido reemplazado por el nuevo orden de la gracia – de la esperanza, la vida, del amor – por Jesús. 

La Pasión de Lucas también incluye tres “últimas palabras” de Jesús que no se encuentran en los otros Evangelios.

La primera es: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En La Salette, Nuestra Señora nos hace dolorosamente conscientes de nuestras ofensas, pero nos asegura su súplica incesante por nosotros.

La segunda se dirige al criminal confeso: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. La Bella Señora resalta la importancia y los beneficios de la conversión.

Y la tercera es: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Al animarnos a rezar, María nos enseña a adoptar la actitud de absoluta confianza de Jesús.

Ninguna de estas similitudes debería sorprendernos, viniendo de aquella que estuvo al pie de la cruz en el calvario y lloró por nosotros en La Salette.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Lo Mejor está por Venir

(5to Domingo de Cuaresma: Isaías 43:16-21; Filipenses 3:8-14; Juan 8:1-11)

San Pablo relata que aceptó la perdida de todas las cosas por la causa de Cristo. ¿Qué cosas? En los versículos inmediatamente anteriores a este pasaje, el declara: “En lo que se refiere a la justicia que procede de la Ley, era de una conducta irreprochable.” Él era un fariseo perfecto, en el mejor sentido de la palabra, alguien que amaba la Ley de Dios y se esforzaba en cumplirla cabalmente.

En su mundo aquello representaba una enorme pérdida, pero comparada con “el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús” llegó a considerarla un “desperdicio”. Y concluye: “Olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús”.

Isaías va bastante más lejos tanto como para decirnos que hay que olvidar los antiguos portentos de Dios, porque lo que está por venir es aún más grandioso: “¡Estoy por hacer algo nuevo!”

El relato del Evangelio de hoy es usualmente titulado como La Mujer Sorprendida en Adulterio. Sin embargo, en el espíritu de las lecturas de hoy, deberíamos cambiarlo por La Mujer salvada por Jesús.Salvada de dos cosas: de la lapidación y del pecado. Debemos creer que al mismo tiempo que le decía, “Vete, no peques más en adelante,” le abrió la posibilidad de tener una nueva vida. Su futuro llegará a ser más importante que su pasado.

Este es el objetivo de la conversión que a su vez es el punto central de la Cuaresma. Esta fue la esperanza de la Bella Señora al venir a La Salette. Su pueblo fue “sorprendido” en sus pecados y estaban enfrentando el castigo debido. Su hijo estaba una vez más en la posición de ejercer la sentencia o de ofrecer la salvación. Su preferencia es clara, y el mensaje para nosotros es el mismo que el dado a la mujer: “Vete, no peques más en adelante”.

Pero ¿esto es realmente posible? De hecho, lo es. El pecado significa darle la espalda a Dios. La conversión significa volver a él una vez más, buscando su gracia y su fortaleza, redescubriendo la alegría de su amor y poniendo en práctica aquel amor. Nuestra vida cristiana tendrá sus imperfecciones, pero el vivir en Cristo nos hará ser conscientes de que es él quien salva. Con lágrimas sembramos, pero por su poder, con regocijo cosecharemos.

La Salette nos invita a estar convencidos de que lo mejor está por venir.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Déjense Reconciliar

(4to Domingo de Cuaresma: Josué 5:9-12; 2 Corintios 5:17-21; Lucas 15:11-32)

La segunda lectura de hoy se lee también en la Misa en honor a Nuestra Señora de La Salette, y tiene un valor especial para los Misioneros de La Salette. Describe perfectamente nuestra misión. “Nosotros somos embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios”.

La historia del Hijo Pródigo en el Evangelio ilustra el camino por medio del cual viene la reconciliación. El hijo indigente necesita lo que el padre puede proveer. Es así que decide humillarse a sí mismo y pedir ayuda. Pero el padre también necesita algo. Es una necesidad para él que su hijo esté bien, que sea feliz, que esté seguro. Así que, llegado el momento, el hace de aquello una realidad, recibe de vuelta a su hijo en su casa – y ¡qué gran bienvenida le da!

No podemos reconciliarnos con Dios sin desearlo, si no sentimos la necesidad. Nuestros motivos no tienen que ser perfectos, pero con todo necesitamos humillarnos ante él. Entonces descubrimos que la reconciliación ha estado ahí todo el tiempo, simplemente esperando que la aceptemos. En ese momento también nosotros descubrimos que el Padre desea intensamente nuestro regreso. Podemos decir que él también lo necesita.

Vemos esta realidad en el Sacramento de la Penitencia, hoy más comúnmente llamado el Sacramento de la Reconciliación. En el descubrimos que cuando nosotros estamos listos para regresar, el Padre está listo para darnos la bienvenida.

Hay otras dos parábolas antes del relato del Hijo Pródigo. Estas son la Oveja Perdida y la Moneda Perdida, ambas concluyen narrando la inmensa alegría que hay en el cielo cuando un pecador se arrepiente.

El hijo mayor, que es ahora el único heredero, no tiene nada que perder con el regreso de su hermano, pero, no deseaba ni necesitaba dicha reconciliación. Para él no tenía sentido, parecía algo injusto.

A veces la reconciliación requiere de retribución, enmendar las cosas. Pero estas son dos realidades diferentes. La reconciliación tiene menos que ver con la justicia que con las relaciones entre las personas. El Hijo Pródigo ha perdido su posición como heredero legal, pero la relación vital con su padre ha sido restaurada.

Todo lo relacionado con La Salette tiene que ver con aquella relación vital. ¡Déjense reconciliar con Dios!

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Comparar y Contrastar

(3er domingo de Cuaresma: Éxodo 3:1-15; 1 Corintios 10:1-12; Lucas 13:1-9)

En algún punto durante nuestra educación, a la mayoría de nosotros se nos asignó la tarea de analizar las similitudes y diferencias entre dos o más autores, acontecimientos históricos, etc. Yo no puedo resistirme a la tentación de comparar y contrastar La Salette con la lectura de hoy que viene del libro del Éxodo. 

Dios dijo a Moisés, “¡No te acerques hasta aquí!”

La Bella Señora dice: “Acérquense, hijos míos”.

Dios dice, “Yo he visto la opresión de mi pueblo... Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.”

María entre lágrimas describe el sufrimiento de su pueblo.

Dios; “He bajado a librarlo y a hacerlo subir a una tierra que mana leche y miel”.

María: “Vengo a contarles una gran noticia... Las piedras y los peñascos se transformarán en un montón de trigo.”

San Pablo escribe que lo que sucedió con los ancestros del pueblo judío en el desierto sirve como un ejemplo, una historia con moraleja para los lectores cristianos. Y Jesús, mediante el uso de parábolas, invita a sus discípulos a hacer la comparación y a contrastar sus palabras con sus vidas.

En particular, Jesús hace una comparación entre su audiencia y las victimas de dos catástrofes. “Si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera”.

Esta cita trae a la luz un detalle significativo de la historia de La Salette. El 3 de noviembre de 1874, el P. Silvain-Marie Giraud, Superior de los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette, tuvo una audiencia con el Papa Pío IX. El P. Giraud le preguntó qué debería uno creer acerca de los “secretos” de La Salette, que Maximino y Melania habían enviado al Santo Padre—sólo para sus ojos—muchos años antes. Pío IX respondió: “¿Qué pensar de los secretos hijo mío? Esto hay que pensar: que, si no hacen penitencia, todos perecerán”.

Con estas palabras, el Papa indicó que les daba poca importancia a los secretos como tales. Esa ha sido también la postura de los Misioneros de La Salette. Lo que es normativo es el mensaje tal como fue aprobado en 1851 por el Obispo de Grenoble.

Y aquel mensaje puede resumirse con otra comparación, la del Salmo de hoy: “Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es el amor del Señor por los que lo temen”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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El Don Gratuito de Dios

(2do Domingo de Cuaresma: Génesis 15:5-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36) 

En la discusión sobre el valor de la fe y las obras, ningún texto es más esencial que Génesis 15:6, “Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación”. San Pablo comenta este texto en su amplitud en Romanos 4. 

El Salmo 143:2 clama, “No llames a juicio a tu servidor, porque ningún ser viviente es justo en tu presencia”. Por lo tanto, la fe de Abrám, no es prueba de su justicia ante Dios; pero el Señor se la “acreditó”, como diciendo, “no es perfecta, pero servirá.”

Es importante recordar esto cuando reflexionamos sobre La Salette. La conversión que María busca no se trata solamente de respetar el nombre del Señor y el día del Señor, guardar la Cuaresma, y rezar fielmente. La importancia de estas actitudes y actividades está en su significado que viene de la fe que las acompaña.

Sin embargo, Santiago 2:26, resalta que la fe sin obras está muerta. En otras palabras, la fe requiere de expresiones concretas en nuestra manera de vivir.

Ni la fe ni las obras tienen el poder de darnos la calificación de justos. Eso es un don gratuito de Dios tanto para Abram como para nosotros. Es por su misericordia que el elige considerar nuestra fe fuerte y nuestras obras grandes.

A menudo estamos anhelando lo que está más allá de nuestro alcance. “Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo”. Escribe San Pablo. El habla de nuestro estado como no habiendo alcanzado aún su completa realización, con la expectativa de que Jesús lo llevara a su pleno cumplimiento.

Jesús eligió sólo tres de sus Apóstoles para ser testigos de su transfiguración en la montaña. Aquello fue también un don gratuito inmerecido por parte de ellos. Pedro tenía razón al decir, “Maestro, ¡qué bien estamos aquí!” El entendió la naturaleza privilegiada del acontecimiento.

Muchos peregrinos de La Salette comparten este sentimiento. Hasta la misma naturaleza insinúa las alturas espirituales a las cuales la Bella Señora nos quiere hacer llegar.

Después que María desapareció aquel 19 de septiembre de 1846, Melania dijo haber pensado que la Señora pudo haber sido una gran santa. Maximino respondió, “Si lo hubiésemos sabido, le hubiéramos pedido llevarnos con ella.” En efecto, con su ayuda podemos atrevernos a rezar con las palabras del Salmo de hoy: “Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Profesión de Fe

(1er Domingo de Cuaresma: Deuteronomio 26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13) 

El ritual de la cosecha prescrito por Moisés incluye una declaración acerca de la liberación de la esclavitud que Dios hizo en favor de su pueblo. Toma la forma de un registro histórico, pero es una profesión de fe en el Dios que salva

San Pablo nos invita a afirmar nuestra fe: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado”.

La fe, una fe viva, constituye la base fundamental de toda vida cristiana. Se expresa de maneras comunitarias y personales. En La Salette la vemos de ambas formas.

La Cuaresma es una tradición comunitaria, ha existido en la Iglesia por muchos siglos. En el tiempo de la Aparición, las prácticas penitenciales asociadas con esta época eran más rigurosas de lo que son al presente, especialmente con relación al ayuno. En su discurso, Nuestra Señora de La Salette se refirió directamente a la total indiferencia con respecto a esta disciplina anual.

En cuanto a la expresión personal de la fe, ella habló de la importancia de la oración, nada elaborado, pero al menos lo suficiente para mantener un contacto diario con Dios, por la noche y la mañana. Y cuando sea posible recen más.

La fe es comunitaria, en tanto compartamos las mismas creencias. Es personal, también, pero no en el sentido de que podamos escoger qué creer o qué no creer. Más bien, reconoce y acepta que cada uno de nosotros es único y que no todos respondemos con la misma intensidad a cada aspecto de nuestra fe. Para nosotros que tenemos una fuerte conexión con La Salette, por ejemplo, la reconciliación, donde quiera que se presente, resuena de manera especial.

De hecho, es así como estas reflexiones fueron escritas, escuchando los ecos, yendo y viniendo entre la Sagrada Escritura y el acontecimiento, el mensaje y el misterio de La Salette.

La Cuaresma es un tiempo para hacer revivir la fe personal en el contexto de la fe de la Iglesia, para recordar que no vivimos sólo de pan (o carne). Presta especial atención a tus respuestas personales en la medida en que te vas encontrando con las lecturas. Puedes descubrir una nueva profundidad en tu relación con Cristo, un desafío más fuerte de querer vivir guiado por sus enseñanzas. Una convicción más profunda en tu profesión de fe.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Palabra: Hablada, Escrita, Vivida

(8vo Domingo Ordinario: Sirácides 27:4-7; 1 Corintios 15:54-58; Lucas 6:39-45)

Sirácides es uno de los Libros Sapienciales, lleno de sentido común. Muchas de las enseñanzas de Jesús entran en esta misma categoría. Como tal, hoy escuchamos dos dichos que son casi intercambiables.

Sirácides escribe: “El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos; así la palabra expresa la índole de cada uno”. Jesús dice: “Cada árbol se reconoce por su fruto… porque de la abundancia del corazón habla la boca”.

Entonces cuando la gente enojada usa el nombre de Jesucristo, ¿Qué clase de fruto se manifiesta? María en La Salette se refiere a esto de manera directa. Su pueblo, su pueblo cristiano, al abusar así del nombre de su Hijo, manifiesta tener un corazón anticristiano.

Alguien podría decir, “no significa nada en absoluto” Pero esto solo hace que el comportamiento sea peor. ¿Cómo podemos pronunciar aquel nombre como si no significara nada? Recordemos lo que San Pedro dijo ante el Sanedrín: “No existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación” (Hechos 4:12).

Mirándolo desde el lado opuesto, está la Palabra de Dios, en las Sagradas Escrituras. En los Evangelios, la palabra “escrito” aparece alrededor de cincuenta veces, invocando la autoridad de la Palabra de Dios para establecer asuntos o probar un punto, así como San Pablo lo hace cuando escribe, “Entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida”.

La Bella Señora se queja porque su pueblo no muestra ningún interés en escuchar la Palabra de Dios. “Sólo van algunas mujeres ancianas a Misa”. Cuán lejos de las palabras de Jesús, “Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”. (Lucas 11, 28).

La mayoría de nosotros tenemos que atenernos a las traducciones para entender las Escrituras. En La Salette María cambió su lenguaje al dilecto local cuando vio que los niños no entendían lo que les estaba diciendo en francés. Esto demuestra cuán importante era para ella que su mensaje fuera conocido por todo su pueblo.

La Palabra de Dios en toda su importancia también debe ser traducida, y no solamente en los muchos idiomas del mundo, sino en el idioma que realmente importa: el idioma de nuestra vida.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Transformados

(7mo Domingo Ordinario: 1 Samuel 26:2-23; 1 Corintios 15:45-49; Lucas 6:27-38) 

El poder trasformador de la gracia de Dios se demuestra maravillosamente por medio de su perdón, y está descrito con elocuencia por el salmista: “Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados” (Comparar también Miqueas 7:19, e Isaías 38:17.)

La biblia no oculta el comportamiento pecaminoso de David; aun así, dice que su corazón “perteneció íntegramente al Señor, su Dios” (1 Reyes 11:4). Se negó a matar a Saúl, su enemigo, porque Saúl era el ungido del Señor.

La reflexión de Pablo con respecto al hombre terrenal y al celestial es misteriosa, mística. Aun para él es difícil explicar el cambio que seguramente tendrá lugar en la resurrección.

Las exigencias de Jesús a sus discípulos nos son tan familiares que no nos damos cuenta de lo contradictorias que pudieron haber sonado para sus oyentes. Requieren de un serio cambio de corazón. “Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes” – más fácil decir que hacer.

María en La Salette también hace un llamado al cambio. La conversión es bastante difícil para nosotros, pero la sumisión es desagradable, aunque fuera acompañada por la promesa de abundancia.

Una señal de que tal transformación es posible puede encontrarse, tal vez, en Maximino y Melania mismos, aunque no en un sentido moral. Al ser interrogados, ellos mostraron una perseverancia y una inteligencia que ninguna persona razonable podría esperar de ellos. Cuando hablaban de la Aparición, Melania se volvía más comunicativa, Maximino más sereno.

Los niños entienden que las lágrimas tienen una conexión con la vida, con situaciones que piden consuelo: dolor, duelo, miedo, etc. Cuando visitan el Santuario de La Salette por primera vez, se sienten tristes por la Bella Señora, y preguntan a sus padres, “¿Por qué llora ella?”

Es María misma la que responde la pregunta. Su pueblo se olvidó de su hijo. Esto no debe seguir así. Se ve obligada a suplicarle constantemente por nosotros. Nunca podremos recompensarle por el trabajo que ella ha emprendido en favor nuestro; pero esto no quiere decir que no podamos intentarlo.

La gracia transformadora de Dios es poderosa en La Salette, no solamente en la Montaña Santa, sino en todos aquellos que se apropian de las palabras de María, sus lágrimas y su amor profundo.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Lo Uno o lo Otro

(6to Domingo Ordinario: Jeremías 17:5-8; 1 Corintios 15:12-20; Lucas 6:17-26)

Todas las lecturas, incluido el Salmo, contienen una clase de ultimátum. Pon tu confianza en Dios y te irá bien; si no lo haces, perecerás. A menos que ames la ley de Dios, serás arrastrado como la paja. La única manera de estar seguros de nuestra salvación es creer en la resurrección de Jesús. Pobre de ti si eres rico, satisfecho, ríes y hablan bien de ti.

En el mensaje de La Salette, o nos negamos a someternos o nos dejamos convertir.

Sin embargo, el pasaje del Evangelio resalta sobre el resto, y lo hace porque lo otros no contienen el elemento de elección que implican. La opción urgente no es entre ser rico o ser pobre.

Las Bienaventuranzas en Mateo se recuerdan mejor y, podríamos decir que se prefieren mejor a las que leemos hoy, la versión de Lucas es decisiva, hasta preocupante. ¿Es realmente mejor ser pobre que rico?

No se trata de un asunto moral, como si los pobres fueran los buenos y los ricos los malos. Hay pasajes tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento que parecen poner por igual tanto a la riqueza y al mal, pero lo que hacen es resaltar el peligro de las riquezas: avaricia, egoísmo, injusticia. Sin embargo, en este punto en el Evangelio de Lucas, no es el caso. Aquí esto tiene que ver con la correcta percepción de lo que es la bienaventuranza.

La Bella Señora comprendía el temor de su pueblo, que se enfrentaba a la amenaza de no tener pan para comer. Así como Jeremías ella nos urge a poner nuestra confianza no en nosotros mismo sino en Dios, respetando el Día del Señor.

La primera reacción ante un ultimátum es la de rechazarlo. Los profetas seguramente hubieran preferido otras maneras de persuadir a sus oyentes. Dios sabe que lo intentaron; y, aun así, el pueblo de Dios parecía estar determinado a seguir la senda de la destrucción.

Los niños no están creciendo como deberían, y los adultos están en una situación anormal de deterioro que requiere un cuidado especial. Podemos aplicar este concepto también a la vida espiritual.

O prosperamos o no. El objetivo del profeta, del salmista, de San Pablo, de Jesús o de Nuestra Señora de La Salette es el proveer cuanto nos sea necesario para nuestro bienestar espiritual. En otras palabras, parafraseando el texto de Juan 10:10, todo ellos quieren que nosotros “tengamos vida y la tengamos en abundancia”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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