Recen Bien
(14toDomingo Ordinario: Isaías 66:10-14; Gálatas 6:14-18; Lucas 10:1-20)
No hay nada de malo en sentirnos satisfechos por los éxitos y las alegrías que se nos cruzan por el camino. Debemos, sin embargo, ser conscientes de su origen. Como Jesús dijo: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. (Mateo 22:21).
Pero, tal vez, nos toque preguntarnos, “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?” (Salmo 116:12) Es aquí donde entra la oración.
María preguntó a los niños en La Salette. “¿Hacen ustedes bien la oración?” Ellos admitieron que no.
La Oración toma muchas formas. El Catecismo de la Iglesia Católica, comenzando con el número 2626, las describe como: La bendición y la adoración; la oración de petición; la oración de intercesión; la oración de acción de gracias; la oración de alabanza. La Bella Señora menciona el Padre Nuestro y el Ave María, la Misa y la Cuaresma. Los autores espirituales distinguen entre otras formas la oración discursiva, la contemplación, la Lectio Divina, etc.
Desconocer quién es Dios y quiénes somos nosotros es un veneno para la vida espiritual. La oración no es de ningún modo la única respuesta a la bondad de Dios, pero es fundamental. Sin ella, cualquier cosa que hagamos en su servicio y en el servicio de los demás puede llevarnos a tener un sentido distorsionado de autosuficiencia.
Sí, San Pablo a veces se jacta de sus logros, pero al hacerlo reconoce que Dios los ha hecho posibles. Sin embargo, su sentir queda mejor expresado en sus profundas palabras: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
Los setenta y dos discípulos en el Evangelio de hoy están entusiasmados con los poderes que Jesús les concedió; pero él les previene: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”.
Isaías usa la hermosa imagen de una madre amamantando para profetizar un tiempo de abundancia. En La Salette, nuestra madre María habló de “un montón de trigo”. En ambos casos, aquel acontecimiento futuro viene precedido de un tiempo de penas y dolores, después de los cuales “La mano del Señor se manifestará a sus servidores”.
Rezar bien no es nada más ni nada menos que una comunicación personal y regular con nuestro Dios todopoderoso. Su importancia no puede ser exagerada.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Compromiso
(Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario: 1 Reyes 19:16-21; Gálatas 5:1-18; Lucas 9:51-62)
El Salmista canta hoy, “Tengo siempre presente al Señor”. Esto tiene al menos dos propósitos. El primero, como leemos en la segunda parte del mismo versículo, es el de inspirar confianza. Pero también es un recordatorio de nuestro compromiso con el Señor.
Jesús “se encaminó decididamente hacia Jerusalén”, sabiendo perfectamente bien lo que allá le esperaba. Él espera ver la misma determinación en aquellos que buscan seguirlo; en particular deben dejar atrás todo y a todos.
En 1846, el eslogan Revolucionario, “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, estaba muy encaminado a convertirse en el lema oficial de Francia. Esta actitud estaba dirigida, entre otros, a la religión en general y, con una ferocidad particular a la Iglesia.
Fue en este contexto en que la Bella Señora, en lágrimas, vino a llamar a su pueblo para que regrese a la integridad de su herencia cristiana. Pudo haberles hablado acerca de las muchas formas en que su pueblo resultó ser infiel. En cambio, eligió lo que nosotros podríamos llamar de ejemplos típicos, haciendo hincapié en que existe tal cosa como la vida cristiana auténtica que nos impone exigencias legítimas.
San Pablo defiende la libertad, pero aclara que no se trata de una licencia para hacer todo lo que nos plazca. No queriendo que los Gálatas (que se estaban “mordiendo y devorando mutuamente”) “vayan a caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud”, es decir en el legalismo asociado al cumplimiento de la Ley de Moisés, escribe, “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios”.
Pero esto, también es una forma de sumisión, no a algo exterior a nosotros sino al interior nuestro. Así se cumple la profecía de Jeremías 31:33: “Pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo”. Dios es fiel y a nosotros nos toca serle fieles también.
La fidelidad es, después de todo, la medida de referencia para cualquier promesa seria, no solamente para el matrimonio o para la vida religiosa, sino también, de manera fundamental y más ampliamente cuando se la aplica a nuestras promesas bautismales o al discipulado.
En su Letanía, María es llamada Virgen fidelísima. Desde Nazaret a Belén, yendo a Egipto y a Caná subiendo al Calvario y remontando a La Salette, en Lourdes y en tantos otros lugares, ella es el perfecto ejemplo de compromiso y de amor.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Comida en tierra desierta
(Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo: Génesis 14:18-20; 1 Corintios 11:23-26; Lucas 19:11-17)
La Salette es un rincón remoto de los Alpes bajos de Francia. Aunque muchos peregrinos visitan Lourdes cada año, solamente unos 250.000 llegan a este Santuario de montaña, mayormente lo hacen en primavera y verano. SI no fuera por eso, sería un lugar bastante desértico.
Ciertamente lo mismo sucedía el 19 de septiembre de 1846. Un puñado de personas, incluyendo los dos niños, Maximino Giraud y Melania Calvat, estaban pastoreando su ganado o cortando el forraje. Desde el lugar en donde habían comido su comida sencilla de pan y queso, Maximino y Melania no podían ver a nadie más. Y luego, de repente, ¡había allí una Bella Señora!
Ella habló, entre otras cosas, de otros lugares desiertos – las iglesias. Durante la Revolución Francesa que tuvo lugar unos 50 años antes, Francia se había convertido en ferozmente anticatólica. Las cosas habían cambiado desde entonces, pero los efectos aún se sentían y la población nominalmente católica aún mantenía una cierta hostilidad hacia la religión.
De vez en cuando la gente abandona la Iglesia católica a causa de algún conflicto, o por los escándalos, o por un rechazo a sus enseñanzas. Al hacerlo, se privan a ellos mismos de la Eucaristía. Las lecturas de hoy ponen muy claro cuán esencial es la Eucaristía para nuestra vida cristiana católica. Tanto en la teoría como en la práctica, es muy difícil imaginar una sin la otra. Verdaderamente sin la Eucaristía, nos encontramos a nosotros mismos en un lugar desierto.
Uno de los Salmos más largos describe la escena en que unas personas andan vagando por un desierto, hambrientas y sedientas. Por fin claman al Señor que las rescata y las conduce a una ciudad. Esta parte del Salmo concluye así:
“Den gracias al Señor por su misericordia
y por sus maravillas en favor de los hombres,
porque él sació a los que sufrían sed
y colmó de bienes a los hambrientos”.
(Salmo 107:8-9)
Además de las lecturas, la liturgia de hoy incluye una secuencia; es un poema escrito hace 750 años por Santo Tomás de Aquino cuando esta fiesta fue establecida por primera vez. Hace eco de aquellos mismos sentimientos de gratitud por la bondad conferida a nosotros en el don de la Eucaristía.
En la Misa, Cristo nos bendice y nos colma de bienes muy grandes. ¿Por qué debería alguien preferir los lugares desiertos?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
En Nuestra Propia Lengua
(Domingo de Pentecostés: Hechos 2:1-11; 1 Corintios 12:3-13 O Romanos 8:8-17; Juan 20:19-23 O Juan 14:15-26)
Después de la venida del Espíritu Santo sobre ellos, los Apóstoles entraron en contacto con una audiencia internacional, hablaban en arameo mientras que las personas de diferentes nacionalidades los oían hablar en su propia lengua. Aquello, por supuesto, era obra del Espíritu, una señal única.
¿Acaso no sería maravilloso si esta señal hubiera continuado hasta nuestros días? Pero esta manifestación particular del don de lenguas parece haber sido reservada únicamente para aquel acontecimiento. Hoy los misioneros pasan un largo tiempo aprendiendo idiomas con el objetivo de predicar el evangelio.
En los encuentros internacionales de los Misioneros de La Salette, con frecuencia serví como traductor simultáneo, y estoy bastante consciente de cuán inadecuado aquello a veces puede llegar a ser. Encontrar el giro correcto de una frase en la marcha es un constante desafío.
María habló dos idiomas en La Salette. Comenzó con el francés, y luego en cierto momento se dio cuenta que los niños estaban confundidos. Ella dijo, “Oh ¿no entienden? Se los diré con otras palabras.” El resto del discurso fue en el dialecto local, a excepción del mandato final de “hacerlo conocer.”
Uno pudiera pensar que María debía haber anticipado este problema. Pero, así como la señal de las muchas lenguas en Pentecostés mostraron que el mensaje del Evangelio era universal, la Bella Señora, por medio de la señal de haber usado sólo dos lenguas, demostró que su mensaje del mismo modo no estaba restringido a un solo lugar.
Como el P. Marcel Schlewer, M.S. subrayó, Nuestra Señora de La Salette habló la lengua de su pueblo en más de un sentido. En el dialecto local, de hecho, ella habló de las cosas importantes en sus vidas – las cosechas malogradas, el hambre y los niños que mueren – mostrando que estas cosas también eran importantes para ella. Esta era su “lengua materna” es decir, su manera de hablar como madre. Ella también les habló a sus corazones a través del lenguaje de las lágrimas.
No es sorprendente que los diferentes aspectos de la Aparición de Nuestra Señora de La Salette nos hablen a cada uno de nosotros de maneras diferentes. Después de todo, cada uno de nosotros es único, así podemos afirmar que el Espíritu Santo, como en Pentecostés, hace su obra para asegurarse de que cada uno de nosotros escuche a María “en nuestra propia lengua.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Haciéndolo conocer
(7mo Domingo de Pascua: Hechos 7:55-60; Apocalipsis 22:12-20; Juan 17:20-26)
La mayor parte de la gente no puede recitar el mensaje completo de Nuestra Señora de La Salette, pero siempre recuerdan el comienzo: “Acérquense, hijos míos, no tengan miedo”, y el final: “Ánimo, hijos míos, díganselo a todo mi pueblo”.
Jesús ora en el Evangelio de Juan: “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer”. En el Apocalipsis Jesús mismo es el que da el testimonio que los discípulos habrán de dar.
Un mártir es aquel que da testimonio de Cristo entregando su vida, así como el diacono Esteban. Él fue un verdadero testigo, aunque su sentencia de muerte haya sido provocada por testimonios falsos.
Jesús también ora para que sus discípulos “sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado.” Puede sonar demasiado cruel decir que los cristianos a veces dan falso testimonio, pero seguro podemos hablar de anti-testimonio.
La Bella Señora habla de esa realidad. ¿Quiénes son esos cristianos, a quienes ella llama su pueblo, pero que muestran tan poco respeto por el nombre del Señor; que no dan a Dios el día que él se escogió para sí mismo; que hacen del domingo un día de la semana como cualquier otro, y de la Cuaresma cualquier otro tiempo del año?
Seamos cuidadosos para no restringir esta reflexión solamente a las palabras que María pronunció. Como en las Escrituras una lista no está nunca completa, así también, ella bien hubiera podido concluir esta parte de su mensaje con una frase que Jesús usó para referirse a la hipocresía de los Fariseos: “¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!” (Marcos 7:13).
Se dice comúnmente que las acciones hablan mejor de que las palabras. Lo mismo se puede decir de la inacción. Así, en el rito penitencial de la Misa, decimos, “He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.”
En toda sociedad se valora la integridad. El Salmo 119:104 afirma, “aborrezco el camino de la mentira”. La Salette nos llama a vivir con integridad nuestra fe cristiana. Si queremos hacer que el Evangelio sea conocido debemos vivirlo; cualquier falsedad entre nosotros, o en nosotros, debe ser arrancada y arrojada lejos.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Mantenerlo Simple
(6toDomingo de Pascua: Hechos 15:1-2 y 22-29; Apocalipsis 21:10-23; Juan 13:23-29)
Comparado con Lourdes y Fátima, el mensaje de Nuestra Señora de La Salette es extenso y aparenta complejidad. A pesar de todo, es básicamente muy simple.
En los primeros tiempos de la Iglesia, como se describe hoy en la primera lectura, aparentemente la situación se volvió compleja, debido al ingreso de los conversos gentiles al modo de vida y de fe de los cristianos. Algunos estaban convencidos de que los nuevos creyentes debían primero convertirse al judaísmo. En el “Concilio de Jerusalén” como a veces se le llama, se encontró una buena salida, unas condiciones mínimas, tomadas no solamente desde el poder de la razón, o por mayoría de votos. Leemos, “El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables”.
En La Salette, María seleccionó algunas de estas obligaciones indispensables: oración personal, la santificación del Día del Señor, el respeto por el nombre del Señor y la práctica cuaresmal.
En la iglesia primitiva, se daba por supuesto que cualquiera que llegara a asumir seriamente los requerimientos básicos, no debía detenerse ahí. Es lo mismo en el caso de en La Salette. Es un hecho de la naturaleza humana que, cuando nos conformamos con lo mínimo, en su momento aún eso llega a descuidarse. Lo mínimo es como un fundamento de una construcción, pero un fundamento sobre la cual no se construye nada, tarde o temprano se resquebraja y se desintegra.
En el evangelio Jesús dice, “El que me ama será fiel a mi palabra.” Esta es otra manera de decir lo mismo que más arriba. El amor a Cristo es el fundamento del modo de vivir cristiano, pero “ser fiel a su palabra” es un signo de la autenticidad del amor y de la fortaleza de nuestro compromiso personal con él. Y sin embargo todo es muy simple – seguirlo en el amor, aprender a conocer su voluntad, y buscar cumplirla.
La experiencia enseña que es más fácil decirlo que hacerlo. Es por esta razón que San Pablo en muchas de sus Cartas reprende a los cristianos por sus errores a la hora de entender las implicaciones de su fe. 1 Cor. 13 (“El amor es paciente, es servicial”, etc.) por ejemplo, es tan hermoso en sí mismo que podemos llegar a olvidar que Pablo escribió aquello porque los cristianos de Corinto no estaban haciendo la conexión entre la fe y la vida.
La Salette también nos ayuda a realizar ese mismo tipo de conexión. Bastante simple, realmente.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Secar Todas Las Lágrimas
(5to Domingo de Pascua: Hechos 14:21-27; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-35)
Cuando vemos a alguien llorando, nuestra primera reacción es, a menudo, preguntar qué es lo que pasa y, quizá, pero no con tanta frecuencia, preguntar si podemos o debemos hacer algo para paliar el dolor o la tristeza que se esconde detrás de esas lágrimas.
Aquellos que a veces se sienten desconcertados o hasta ofendidos por las palabras de María en La Salette necesitan recordar las lágrimas que las acompañaban. Es el único y el mismo dolor la fuente de ambas.
En el Evangelio de hoy Jesús nos ofrece la clave fundamental para consolar al desconsolado. “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. ¡Si sólo pudiéramos todos vivir perfectamente este nuevo mandamiento! No solamente haríamos todo lo que esté a nuestro alcance para responder a todos los sufrimientos que nos rodean y a los del mundo en general, sino que también nos dedicaríamos plenamente con nuestros mejores esfuerzos a eliminar las causas de tanta desdicha.
Como Pablo y Bernabé en la segunda lectura, reconocemos que “Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Pero estas tribulaciones son diferentes a las de los sufrimientos que llevan a la desesperación. Se soportan por amor, y en medio de ellas, los discípulos de Jesús se apoyan unos a otros, Más de una vez Jesús dejó en claro que sus discípulos no debían tener la expectativa de una vida fácil.
María en La Salette lloró por – y con – su pueblo mientras contemplaba sus pecados y penurias. Movida por el mismo amor que movió a su Hijo, ella respondió desde su ser de madre. Ella no puede hacer que todos nuestros problemas desaparezcan, pero nos ofrece una salida, una vía de confianza, de esperanza, de fe.
Nadie puede hacerlo todo, pero cado uno puede hacer algo, aunque sea algo sencillo, en comunión con el Señor, “hacer nuevas todas las cosas”.
En inglés el himno mejor conocido en honor a Nuestra Señora de La Salette tiene este refrán:
Secar tus lagrimas anhelo
Tu mensaje hacer conocer
De penitencia, oración y celo,
Hasta que a Dios llegue a ver.
Una manera de secar sus lágrimas es mirar por medio de sus ojos los sufrimientos de su pueblo, y entonces hacer nuestra parte para “secar todas sus lágrimas”.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
¿Por qué no lo entienden?
(4to Domingo de Pascua: Hechos 13: 14, 43-52; Apocalipsis 7:9-17; Juan 10:27-30)
¿Has pasado alguna vez por la experiencia de saber que algo era verdad, pero no fuiste capaz de convencer a otros? Para ti es perfectamente claro, pero para todos los demás es como si estuvieras hablando en un leguaje extraño, y te preguntas a ti mismo, “¿Por qué no lo entienden?”
Esta fue la experiencia de Pablo y Bernabé. Fueron a la sinagoga, deseosos de compartir con sus hermanos judíos la fantástica noticia de que las Escrituras se habían cumplido y que el Mesías había venido en la persona de Jesús de Nazaret. Hubo un interés inicial – se nos dice que casi todos en la ciudad se reunieron para escucharlos. La predicación de Pablo era clara, lógica, verificable. ¿Por qué no entendieron?
En La Salette, María se topó con una situación parecida cuando dijo: “¡Ustedes no hacen caso!” A su pueblo no le importaba la preocupación que ella sentía por ellos, no tomaban en cuenta las diferentes maneras con las que ella había intentado hacer que sean conscientes de las consecuencias de abandonar la fe.
Así que hizo lo que tenía que hacer para llamar la atención de su pueblo. Ella vino, habló, lloró, a veces con dureza – lo que haga falta con tal de que su pueblo pueda ver lo que ella vio.
A menudo la Iglesia ha estado en la misma situación. Nosotros los cristianos tenemos grandes Buenas Nuevas para compartir, pero hay obstáculos que la fe enfrenta. La sociedad secular tiene poco respeto por los creyentes. Los escándalos en la Iglesia hacen difícil poder escuchar la voz del Pastor en medio del clamor. Las rivalidades entre los cristianos los distraen y apartan del Cristo al que todos luchan por servir. En el caso de Antioquía de Pisidia, los celos de los líderes de la sinagoga provocaron el rechazo a la predicación de Pablo; luego vino la oposición y, finalmente, la persecución.
En el tiempo de la Aparición, entre los obstáculos principales para la práctica de la fe en Francia estaba el anticlericalismo heredado de la Revolución Francesa. Además, la vida era difícil para muchísima gente. Pero Nuestra Señora de La Salette no se quedó tranquila a mirar cómo su pueblo se dirigía hacia su propia destrucción.
Sus lágrimas, sus palabras y hasta la elección de sus testigos, fueron para asegurarse de que nosotros “lo entendiéramos”, y haciéndolo, pudiéramos contarnos entre la multitud que el Cordero de Dios pastorea y conduce hacia las fuentes del agua viva.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
¿Culpable de los Cargos?
(3er Domingo de Pascua: Hechos 5:27-41; Apocalipsis 5:11-14; Juan 21:1-19)
Una pregunta que con frecuencia se plantea en los sermones cristianos, “¿Si fueras acusado de ser cristiano, encontrarían tus acusadores evidencia suficiente para condenarte?” Los Apóstoles, en la lectura de Hechos de hoy, no arguyeron defensa alguna en contra de los cargos presentados en contra de ellos. Admitieron su culpa, y salieron del recinto “dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús”.
Cuando vemos la manera en que María en La Salette describió el comportamiento de su pueblo, podríamos llegar a la conclusión de que ellos fácilmente podrían haberse declarado “no culpables” de la acusación de ser cristianos.
Antes, en Hechos 4:18, a los Apóstoles se les había prohibido hablar en el nombre de Jesús. En aquel tiempo, Pedro había respondido: “Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído”. Ahora en el Capítulo 5, aunque hayan sido encontrados culpables de hablar “en ese Nombre”, son puestos en libertad, pero con una advertencia que incluye azotamiento. El versículo que viene inmediatamente después de nuestra lectura añade: “Y todos los días, tanto en el Templo como en las casas, no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús”.
En la Salette, por otro lado, la Bella Señora declara que su pueblo, en momentos de enojo, “no sabe jurar sin mezclar el nombre de mi Hijo”.
En el Apocalipsis leemos hoy, “También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos”.
El universo entero alaba al Padre y al Hijo, excepto “mi pueblo”. Se lamenta María en nombre de Dios. “Les he dado seis días para trabajar y me he reservado el séptimo, pero no quieren dármelo”.
Seamos claros. El mensaje de La Salette no se limita a las prácticas religiosas; su origen radica en una relación de respeto y de amor. Esto es lo que dio a los Apóstoles el coraje para enfrentar la persecución.
En la versión larga del Evangelio de hoy, Jesús pregunta a Pedro, “¿Me amas?” Si como Pedro podemos responder honestamente, “Sabes que te quiero”, y vivir consecuentemente, entonces sí, somos culpables de ser cristianos.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Narrando los Hechos
(2do Domingo de Pascua: Hechos 5:12-16; Apocalipsis 1:9-19; Juan 20:19-31)
“Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro”. Es lo que Jesús le dice a Juan en el primer capítulo del Apocalipsis y, con bastante naturalidad, nosotros asumimos que se refiere a las visiones proféticas que serán descritas en los capítulos siguientes. Pero hay tres partes en este encargo, de las cuales la primera es “lo que has visto”. ¿Pudiera esto referirse al Evangelio de Juan y a las Cartas?
El prólogo de 1 de Juan insiste en esto:“Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.”
El 20 de septiembre de 1846, una tarde de domingo. Baptista Pra, el patrón de Melania, invitó a Pedro Selme (cuyo pastor estaba enfermo y a quien Maximino había reemplazado por sólo seis días), y a Jean Moussier (otro hombre de la misma aldea, Les Ablandens) para venir a su casa. Ellos le pidieron a Melania contarles de nuevo lo que la Bella Señora les había dicho a ella y a Maximino en la ladera de la montaña el día anterior. ¡Pero más importante aún fue que lo escribieron!
No eran personas muy instruidas, pero fueron capaces de traducir al francés las partes dichas en el dialecto local. Les llevó un buen tiempo escribirlo todo. ¿Por qué lo hicieron? La única explicación razonable es que sintieron que era importante hacerlo.
Le dieron a su documento un curioso título: “Carta dictada por la Santísima Virgen a dos niños en la Montaña de La Salette-Fallavaux”. Esto demuestra su entendimiento de que debían hacerlo conocer a otras personas. Queremos decir exactamente lo mismo cuando hablamos del mensajede La Salette
Pero miremos a nuestro Evangelio. Ya que ningún pasaje es más importante que otro. El relato de Tomás – su ausencia, su rechazo a creer, su ultimátum, su profesión de fe – merece la pena contarse.
También es un mensaje. Y para que no pasemos por alto ese punto, Juan añade: “Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre”.
El relato de La Salette tiene exactamente el mismo propósito.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.