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Movidos por la Compasión

(16to Domingo del Tiempo Ordinario: Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)

La palabra “pastor” en el lenguaje de la Iglesia se refiere a los sacerdotes, y el texto de Jeremías, “Ay de los pastores” podría bien hacernos pensar en los escándalos que continuamente golpean a la Iglesia. Pero en el Antiguo Testamento, era a los gobernantes a quienes se les llamaba pastores, y es a ellos a quien Jeremías condena.

Dios promete a sus ovejas que, “Les pondrá pastores para que las pastoreen” y les dará un rey “que reinará y gobernara con sabiduría”. Podemos fácilmente ver esta profecía cumplirse en Jesús, cuyo corazón “se llenó de compasión al ver a la multitud”

Muchos siglos más tarde, el corazón de una Bella Señora fue movido por la compasión por su pueblo. Y como Jesús, ella “les enseñó muchas cosas”

San Pablo escribe, “Ahora, por la sangre de Cristo, están cerca los que antes estaban lejos”. Nuestra Señora de La Salette con mucha tristeza revierte esta afirmación en su mensaje. Su pueblo, que antes estaba cerca, está ahora alejado de su Hijo.

Simplemente al hablar de su Hijo, el que “es nuestra paz”, ella “predicó la paz” como él lo hizo. Igual que San Pablo parece no poder encontrar suficientes maneras para decir cómo Jesús trajo la reconciliación tanto a los judíos como a los cristianos gentiles, lo mismo María, encuentra abundantes modos para describir cómo su pueblo necesita aquella reconciliación. Ella también muestra la manera en que su pueblo puede encontrarla, es decir por medio de honrar el nombre del Señor, respetar el Santo Día del Señor, volver a él en oración, participar de la Eucaristía.

Todo esto y más, son expresiones de una confianza que se expresa en el Salmo de hoy. El Dios que pone su mesa delante de nosotros es el mismo Dios que vio la ansiedad del padre de Maximino cuando le dio un pedazo de pan. Este es el Dios compasivo, su bondad y su ternura están con nosotros todos los días de nuestra vida.

Aquellos que responden al mensaje de María, en lugar de pasar hambre, no tendrán carencias. En lugar de andar como ovejas sin un pastor, caminarán por la senda del bien, sus almas serán revitalizadas, no temerán al mal. Esto no es un sueño. Es una visión profética.

La compasión no es solo un sentimiento. Nos lleva a la acción. Jesús enseñó a su pueblo a buscarlo con esperanza. María vino a renovar esa esperanza. Mira a tu alrededor. ¿De quién te apiadas? ¿Cómo vas a actuar?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Fortaleza en la Debilidad
(14to Domingo del Tiempo Ordinario: Ezequiel 2:2-5; 2 Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6)
A menudo experimentamos nuestras propias lágrimas como signo de debilidad o de vulnerabilidad. Luchamos contra ellas, las escondemos si podemos. En muchas culturas es extremadamente raro que los adultos lloren frente a otras personas, y solamente una tristeza o un dolor intenso pueden hacer que algo así llegue a suceder.
En La Salette, la Santísima Virgen se dejó ver derramando lágrimas. Lejos de mostrar debilidad, esas lágrimas son, sin embargo, uno de los aspectos más fuertes de la Aparición, algo que llama la atención de manera especial.
Cuando estamos en la presencia de alguien que llora, casi siempre queremos encontrar una manera de reconfortar o consolarlo. Pero María dijo, “Por mucho que recen, por mucho que hagan, jamás podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido en favor de ustedes. Ante semejantes palabras nosotros mismo nos sentimos impotentes.
Sin embargo, San Pablo nos anima cuando escribe, “Cuando soy débil, entonces es que soy fuerte” En la noción de debilidad el incluye “insultos, dificultades, persecuciones y carencias”, lo que Jesús mismo experimentó volviendo a su tierra y cuando a Ezequiel se le dijo lo que podría esperar como profeta.
Este es el contexto en que San Pablo cita las palabras que le dijo el Señor: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. En otras palabras, la fuente de nuestra fortaleza no está y no puede estar en nosotros mismos.
Cuando la Bella Señora nos llama a la conversión, resalta la oración y la Misa porque son el mejor medio para recibir del Señor la fortaleza que puede venir solamente de El – la fortaleza para hacer los cambios necesarios en nuestra vida, para aceptar las contrariedades o el rechazo que ello puede implicar. Si confiamos en nuestros propios esfuerzos, fracasaremos.
Lo más difícil para nosotros es rendirnos. No significa abandonar la esperanza, sino darnos cuenta de cuan débiles somos. Es doloroso. Nos puede llevar a derramar lágrimas.
En los confesionarios de los Santuarios de La Salette, a menudo encontramos penitentes que lloran cuando confiesan sus luchas con el pecado. Se disculpan por sus lágrimas, pero uno de nuestros sacerdotes ha aprendido a decirles, “Esto es La Salette, las lágrimas son bien acogidas aquí.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Muerte, le Fe, la Vida
(13er Domingo del Tiempo Ordinario: Sabiduría 1:13-15 & 2:23-24; 2 Corintios 8:7-15; Marcos 5:21-43)
El libro de Sabiduría da cuenta de la muerte como un hecho triste de la vida. Nuestra Señora de La Salette entre lágrimas nos trae a la mente la muerte de los niños en las manos de las personas que los sostienen. Nosotros también, entendemos de manera instintiva que esto no es como se suponía que fueran las cosas.
En el Evangelio de hoy dos personas con necesidades apremiantes que se acercan a Jesús. Jairo desesperadamente quiere que su hija viva. La mujer en medio de la multitud había estado enferma durante doce años y quiere vivir una vida normal. Ambos se acercan a Jesús porque creen en su poder para sanar.
Pero la reacción inmediata después de cada uno de los milagros no es la que uno podría esperar. La mujer enferma intenta pasar desapercibida entre la multitud, pero se siente obligada a acercarse a Jesús “temblando de miedo” para decirle “toda la verdad” y sintiéndose culpable. Luego cuando Jesús hace que la niña de doce años se levante, sus padres y unos cuantos discípulos presentes estaban “llenos de asombro” como si no creyesen que aquello fuera posible.
¿Quiere decir esto que la fe que tenían no era sincera? De ningún modo. Era real, pero quizás estaban “esperando contra toda esperanza” (ver Romanos 4:18), como Abraham, modelo de fe. Es por eso que Jesús anima a Jairo: “No temas, basta que creas.”
Cuando la Bella Señora enumeró los males que afligían a su pueblo, lloró también como respuesta a sus sufrimientos. En lugar de acudir a Dios por medio de la fe, su pueblo dejó de lado la esperanza, pronunciando blasfemias cuando debían estar orando.
Las lágrimas de María reflejan las palabras de la Sabiduría, “Dios no es el autor de la muerte ni se goza en la destrucción de los vivientes” Encontramos lo mismo en Ezequiel 33:11, “No me regocijo en la muerte del malvado, sino en que se convierta y que viva.” Ella quiso que su pueblo entendiera que “La ira de Dios dura solo un instante, y su bondad toda la vida” como leemos en el Salmo de hoy.
Cuando estamos abiertos a experimentar la gran bondad de Dios, especialmente en los momentos difíciles, podemos revivir y unirnos al salmista (y a la mujer enferma, y a Jairo) cantando con ellos: “Cambiaste mi duelo en danza; Oh Señor, mi Dios, te daré gracias por siempre.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Llamados desde el nacimiento

(Nacimiento de Juan Bautista: Isaías 49:1-6; Hechos 13:22-26: Lucas 1: 57-77, 80)

Los vecinos de Isabel y su parentela se preguntaban acerca de lo que llegaría a ser su hijo. Ahora sabemos su historia. Su rol era el de ir delante del Señor para prepararle el camino. Era bien consciente de no ser digno. Parece que hasta atravesó por un momento en que sentía que estaba compartiendo el sentir del siervo de Dios en Isaías: “Yo dije: "En vano me fatigué, para nada, inútilmente he gastado mi fuerza".”

Melania Mathieu y Maximino Giraud, fueron, podríamos decir, llamados desde el día de su nacimiento para anunciar el acontecimiento de La Salette. Posteriormente sus vidas se tornaron inestables, en parte porque la gente que los rodeaba pensaba que ellos debían tener un destino vocacional en la Iglesia. Estaban dispuestos a intentarlo, pero ninguno de los dos tuvo éxito.

Partiendo de descripciones contemporáneas de Maximino, él podría haber sido lo que entendemos hoy como autista, incapaz de quedarse quieto. Nunca pudo establecerse en ninguno de los trabajos que buscó y a menudo se encontraba profundamente endeudado. Murió en 1875, tenía solamente 40 años.

Melania era taciturna y extremadamente tímida, pero con el tiempo hubo un cambio en cuanto a su relación con la Aparición, conforme se iba convirtiendo cada vez más en el centro de la atención. Más tarde en su vida, ella publicó uno escritos describiendo su infancia como si fuera una mística, en términos que no tenían nada en común con ninguno de los documentos previos a cerca de la Aparición y sus testigos.

Mi propósito aquí no es el de enfocarme en decir que Melania y Maximino no eran dignos. Nada de eso. Como Juan Bautista, ellos no eran dignos de la vocación que recibieron. Sin ningún mérito de su parte eran destinatarios del favor y del plan de Dios.

Sí, estamos llamados a ser santos. Eso no cambia quienes somos. Los defectos que tenían los niños aportaron credibilidad a sus relatos. En su ignorancia eran incapaces de inventar semejante historia, mucho menos un mensaje como aquel, y en un idioma que ¡apenas conocían! Pero la sencillez, la humildad y la constancia al relatar la historia hicieron de ellos aún más dignos de confianza.

Nadie podría haber predicho con respecto a lo que se convertirían sus vidas después de la Aparición. Pero ahora conocemos sus historias. En el centro de esta historia está el encuentro con lo divino, al que ellos fueron destinados por Dios, y la fidelidad a la misión recibida, a pesar de los defectos que tenían. Los testigos de la Bella Señora son buenos modelos para nosotros.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Obra de Dios
(Decimo primer Domingo del tiempo Ordinario: Ezequiel 17:22-24; 2 Corintios 5:6-10; Marcos 4:26-34)
La esposa de un granjero me dijo una vez que la única forma legal de apostar en su estado era la agricultura. Jesús, por otro lado, nos presenta el trabajo de la tierra como un acto de fe. La semilla puesta en la tierra se transforma misteriosamente a la manera determinada por el creador para producir el fruto y la sombra. Es obra de Dios. Así tal cual es el Reino de Dios.
Nada de eso se perdía en las comunidades alrededor de La Salette en 1846. La agricultura era todo para ellos, y como nunca, se convirtió en una apuesta, con la pérdida de los dos alimentos básicos de su dieta, el trigo y las papas.
“Si tienen trigo”, María dijo en La Salette, “no deben sembrarlo. Todo lo que siembren se lo comerán los insectos, y lo que salga se convertirá en polvo cuando lo sacudan”. Los profesores del seminario mayor de Grenoble, escribiéndole al Obispo en Diciembre de 1846, encontraron esto perturbador. “Esta recomendación parece sospechosa, contrario a las reglas de la prudencia y a las leyes del Creador… ¿Ella realmente prohibió la siembra?”
La prensa secular dijo que semejante idea era un abuso de la autoridad eclesial que servía para atemorizar a la parte “menos ilustrada” de la población.
Es verdad que, tomadas fuera de contexto, las palabras de María parecían casi crueles. Pero debemos tener presente toda la Aparición y el mensaje.
Veamos la segunda lectura, San Pablo dice que “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida, ya sea bueno o malo” Este no es un pasaje popular. Pero es un recordatorio, un llamado a poner en consideración nuestro estilo de vida. Aquí San Pablo está reforzando lo que ya había dicho algunos versículos antes. “Andamos por fe, no por vista”
Dios dice por medio de Exequiel que el plantará un magnifico cedro en la montaña más alta de Israel, que producirá frutos y dará cobijo a las aves. El restaurará la gloria de Israel, y lo hará de nuevo un pueblo fiel. “Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”.
Las palabras de María se encaminan dentro de la misma tradición profética. Podemos ser fieles, podemos andar por fe, si nos ofrecemos en sumisión de fe (ver también Hebreos 11). El resto (la plantación, el crecimiento, los frutos) es obra de Dios.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Hermano, Hermana, Madre.
(Décimo Domingo del Tiempo Ordinario: Génesis 3:9-15; 2 Corintios 4:13—15:1; Marcos 3:20-35)
Tenemos para hoy un Evangelio un tanto extraño. Los parientes de Jesús pensaban que estaba loco. Los escribas decían que estaba poseído. Jesús responde con un extraño dicho acerca de la blasfemia en contra del Espíritu Santo. Luego los parientes se presentan para llevárselo – ¡acompañados por su madre!
Este es el contexto en el cual Jesús se sale con un dicho aparentemente desdeñoso con respecto a su madre: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”
La respuesta en realidad se hace eco en el relato de la Anunciación de Lucas, ahí María dice, “So soy la Servidora del Señor, que se haga en mi lo que has dicho” Quien cumpla la voluntad de Dios, es el hermano, la hermana, la madre de Jesús. Un gran elogio.
La lectura del Génesis que tenemos para hoy concuerda con esta idea. Tan temprano como en el año 100 DC., los autores de la iglesia comenzaron a comparar a Eva con María, resaltando los frutos de la desobediencia de la una y los de la obediencia de la otra. Así como Jesús era el nuevo Adán, vieron en María a la nueva Eva. Esto es un paralelo con Romanos 5:12-19, donde San Pablo contrasta a Adán con Jesús.
Cuando María en La Salette llama a su pueblo a someterse, nos está invitando a ser como ella. Fue por medio de su humilde sumisión que ella recibió el privilegio de ser la Madre del Salvador. ¿Acaso no podemos hacernos humildes ante el Señor, confiando en su gracia y favor? ¿Acaso no podemos aceptar el sufrimiento que experimentamos en nuestra “morada terrenal, una carpa mientras esperamos “la edificación de Dios, una morada no hecha por manos, eterna en los cielos?
Pero hay más aquí que solo un tema de sumisión y aceptación. Jesús llama “hermano, hermana y madre” a aquellos que hacen la voluntad de Dios que es su Padre, “de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” como San Pablo escribe en Efesios 3:15.
Dios busca una relación con nosotros. La Bella Señora llora porque su pueblo no ha correspondido, no ha reconocido ni ha deseado la maravilla de la intimidad con Dios.
Los místicos y los santos pueden haber encontrado las palabras para expresar esta experiencia, pero es accesible a todos los que hacen la voluntad de Dios. Y para eso tenemos la palabra de Jesús.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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quarta-feira, 23 maio 2018 20:13

P. René Butler MS - Corpus Christi - Alianza

Alianza
(Corpus Christi: Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos14:12-26)
Dos palabras resaltan en las lecturas de hoy: sangre y alianza
Una alianza es un acuerdo o un trato, en el cual los derechos y las obligaciones de las partes están claramente establecidos. Es como un contrato o un acuerdo de negocios.
Es mucho más que un contrato, sin embargo, precisamente por eso, por lo menos en la Biblia, implica en primer lugar y ante todo una relación. El Pueblo de Israel entendió muy bien lo que era, por eso dijo, “Haremos todo lo que el Señor nos dijo” La relación con el Dios que los había liberado de la esclavitud lo era todo para ellos.
La alianza entre Dios e Israel se resumía en estas palabras, “Yo seré tu Dios y ustedes serán mi pueblo”
“Mi pueblo”: Estas palabras aparecen una vez al principio y dos veces al final del discurso de María en La Salette. Ella se expresa de esta manera porque ocupa un lugar especial en la alianza, lugar que le fue asignado al pie de la cruz. El pueblo por el cual su Hijo derramó su sangre también es su pueblo.
Esta alianza en la sangre es, como la carta a los Hebreos nos lo recuerda, más efectiva que la sangre de cualquiera de los animales prescritos para el sacrificio. Es derramada “por muchos”, por las multitudes que encontraran salvación en él, y celebran ese don en la Eucaristía.
“En verano, sólo algunas mujeres ancianas van a misa. Los demás trabajan los domingos todo el verano” En algún momento en su historia su pueblo había dejado de valorar el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En lugar de ser el signo de la Alianza, la misa se había convertido en una obligación forzada, una carga a dejar caer. Dejó de ser celebrada como un don.
Cualquiera que piense que María vino a La Salette sólo para exigir obediencia a obligaciones está perdiendo completamente el verdadero sentido del mensaje. El mensaje de María apunta a la restauración de la conciencia de lo que implica esa alianza entre su Hijo y su pueblo, y a una apreciación del inmenso valor de esa relación.
Poniendo sus palabras en nuestros corazones, podemos rezar con el salmista, “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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El temor del Señor
(Domingo de la Santísima Trinidad: Deuteronomio 4:32-40; Romanos 8:14-17; Mateo 28:16-20)
“Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.”
Si pudiéramos imaginar a la Santísima Virgen en el cielo meditando las Escrituras, pensaríamos que estos versos del Salmo Responsorial hicieron que ella decidiera venir a La Salette. Ella quería que su pueblo se viera preservado de la inminente indigencia y libre de la muerte de los niños pequeños.
Pero había un problema: su pueblo no estaba entre los “fieles” de Dios. No temían a Dios. “El temor del Señor” es un tema recurrente en la Biblia. No significa tener miedo a Dios, sino un contante asombro ante él. (Si has llegado a conocer a una persona famosa a quien respetas muchísimo, ¿Acaso no querrías evitar cualquier cosa que pudiera ofenderle?)
María les dijo a los niños, “No tengan miedo.” Aquello no le impidió intentar restaurar un temor apropiado hacia el Señor de parte de su pueblo.
Es cierto que las generaciones posteriores a Moisés se habían olvidado de las maravillas que Dios había hecho en su favor. Ellos fueron bautizados, como Jesús había ordenado, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pero su adopción como hijos de Dios había perdido su significado. Ya no hacía de ellos discípulos.
Ellos ya no ponían su esperanza en Dios ni esperaban en su misericordia. Casi ya no tenían respeto por su Salvador, usaban su nombre para soltar su enojo. Había rechazado el descanso del sábado. Se negaban a dar a Dios la adoración que le es debida. No le temían.
Aun así, vivían con temor, no el temor a Dios sino el temor ante un futuro desolador. La Bella Señora hasta llegó a acentuar esto al profetizar la pérdida de la cosecha del trigo, de las papas, de las uvas, y de las nueces.
Pero ella no se detuvo ahí. Un futuro maravilloso era posible, si solamente pudieran entender que la relación entre Dios y nosotros es esencial, no opcional.
Su mensaje es como el de Moisés: “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días…”

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Todo para todos
(Pentecostés: Hechos 2:1-11; Gálatas 5:16-25; Juan 15:26-27, 16:12-15)
Nuestro título para hoy es tomado de 1 Corintios 9:22, donde San Pablo escribe, ´´Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos a cualquier precio´´. Pero en comparación con el Espíritu Santo, lo que San Pablo afirma es vacuo.
Después de la segunda lectura hay una ´secuencia´, El poema Veni Sancte Spiritus. Aquí pedimos al Espíritu, “ven a darnos tus dones´´, queriendo decir que todos los dones espirituales vienen de él. En una frase, él es ´´templanza de las pasiones´´ poco después le decimos ´´elimina con tu calor nuestra frialdad. ´´
En nuestras lecturas, lo vemos en la multiplicidad de lenguas en el libro de los Hechos, en los famosos frutos del Espíritu de San Pablo, y en la promesa de Jesús, de que el Espíritu de la Verdad nos guiará a la verdad total. La verdad no cambia, pero su expresión necesita corresponderse con el contexto en el cual se expresa: idioma, cultura, etc. Necesitamos del Espíritu para que aquello se realice.
María vino a La Salette para hablar de la verdad. Hoy me inclino a pensar que la luz en medio de la cual ella se apareció primero – la cual Maximino y Melania compararon con el sol – es como el fuego del Espíritu, que la preparaba para lo que ella estaba por hacer y decir.
Sin usar las palabras de San Pablo, ella habló en dos lenguajes, sobre las obras de la carne (muchas formas de individualismo, alejarse de Dios) y manifestó los frutos del Espíritu en su manera de actuar y en su discurso.
Ella usó de los dones que tenía a su disposición: lágrimas, belleza, ornamentos, súplica (sin miedo de describirse a sí misma como nuestra abogada) honestidad (sin dudar aun hasta en inspirar sentimientos de culpa)
Todo aquello y más, para todo su pueblo, para decirles la verdad que necesitan escuchar, que todavía son amados por el Dios y Salvador al que ellos habían olvidado. Otra cita de San Pablo que es apropiada en este caso: ´´La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. ´´ (Romanos 5:8). Esta es la razón por la cual Nuestra Señora de La Salette lleva un Crucifijo que resalta especialmente sobre su pecho.
¿Podemos nosotros ser todo para todos? Como María, ¿podemos hablarle de la verdad al mundo? ¿En qué lenguaje (palabras y acciones)? El Espíritu pone muchos dones a nuestra disposición. ¡Usémoslos!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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¿Por qué a mí?
(Séptimo domingo de Pascua: Hechos 1,15-26; 1 Juan 4,11-16; Juan 17,11-19)
¿Por qué Dios elige a una persona en particular para un propósito particular? La Biblia no dice que Ruth, o Moisés, o David, o hasta María eran mejores que cualquier otro. Ellos fueron instrumentos elegidos y preparados por Dios para cumplir con un cometido.
En la lectura de Hechos de los Apóstoles de hoy, vemos la misma situación que tiene que ver con una elección, “la suerte cayó sobre Matías” para hacer de él un “testigo de la resurrección”. Ya era tiempo de reemplazar a Judas. Los discípulos redujeron el número de los candidatos a dos, y luego Dios eligió a uno de ellos.
Maximino y Melania, fueron los testigos elegidos por Nuestra Señora de La Salette. ¿Por qué ellos? Podemos (y lo hacemos) especular, pero la respuesta más honesta es la más simple: no lo sabemos realmente. Los Misioneros de la Salette y las Hermanas de La Salette, como también mucha gente laica y devota de nuestra Madre en lágrimas somos también llamados a ser sus testigos elegidos hoy. ¿Por qué nosotros? De nuevo, no lo sabemos, eso es todo.
Muy a menudo las palabras, “¿Por qué a mí? Son dichas cuando algo malo nos sucede. Pero podríamos también hacernos la misma pregunta cuando algo grandioso y maravilloso nos sucede, y de manera particular cuando nos damos cuenta de que Dios nos está llamando para un propósito especial.
Mucha gente puede hablar de aquello que los atrajo primeramente de otra persona o de una orden religiosa o de alguna carrera o ministerio. Es un asunto diferente cuando lo miramos desde el punto de vista del sentirnos elegidos. ¿Por qué aquella persona, aquella vocación, aquella carrera o ministerio me eligieron? En otras palabras, ¿Cuál era y sigue siendo el propósito de Dios para mi vida?
Lo que sí sabemos es mucho no obstante y no es porque seamos mejores que los demás. La elección de María, como la de Dios, son un misterio – no para ser resuelto sino para ser vivido.
Jesús había elegido a sus Apóstoles, y tres años después, en la Ultima Cena él oró a su Padre para que los proteja, para “consagrarlos en la verdad” “Después de todo irían a ser sus fieles testigos”
En esto consiste el desafío, vivir lo que estamos llamados a ser, avocados al aquello y al cómo y al donde, mucho más que al por qué.
Traducido por Hno. Moisés Rueda MS

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