El temor del Señor
(Domingo de la Santísima Trinidad: Deuteronomio 4:32-40; Romanos 8:14-17; Mateo 28:16-20)
“Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.”
Si pudiéramos imaginar a la Santísima Virgen en el cielo meditando las Escrituras, pensaríamos que estos versos del Salmo Responsorial hicieron que ella decidiera venir a La Salette. Ella quería que su pueblo se viera preservado de la inminente indigencia y libre de la muerte de los niños pequeños.
Pero había un problema: su pueblo no estaba entre los “fieles” de Dios. No temían a Dios. “El temor del Señor” es un tema recurrente en la Biblia. No significa tener miedo a Dios, sino un contante asombro ante él. (Si has llegado a conocer a una persona famosa a quien respetas muchísimo, ¿Acaso no querrías evitar cualquier cosa que pudiera ofenderle?)
María les dijo a los niños, “No tengan miedo.” Aquello no le impidió intentar restaurar un temor apropiado hacia el Señor de parte de su pueblo.
Es cierto que las generaciones posteriores a Moisés se habían olvidado de las maravillas que Dios había hecho en su favor. Ellos fueron bautizados, como Jesús había ordenado, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pero su adopción como hijos de Dios había perdido su significado. Ya no hacía de ellos discípulos.
Ellos ya no ponían su esperanza en Dios ni esperaban en su misericordia. Casi ya no tenían respeto por su Salvador, usaban su nombre para soltar su enojo. Había rechazado el descanso del sábado. Se negaban a dar a Dios la adoración que le es debida. No le temían.
Aun así, vivían con temor, no el temor a Dios sino el temor ante un futuro desolador. La Bella Señora hasta llegó a acentuar esto al profetizar la pérdida de la cosecha del trigo, de las papas, de las uvas, y de las nueces.
Pero ella no se detuvo ahí. Un futuro maravilloso era posible, si solamente pudieran entender que la relación entre Dios y nosotros es esencial, no opcional.
Su mensaje es como el de Moisés: “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días…”

Todo para todos
(Pentecostés: Hechos 2:1-11; Gálatas 5:16-25; Juan 15:26-27, 16:12-15)
Nuestro título para hoy es tomado de 1 Corintios 9:22, donde San Pablo escribe, ´´Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos a cualquier precio´´. Pero en comparación con el Espíritu Santo, lo que San Pablo afirma es vacuo.
Después de la segunda lectura hay una ´secuencia´, El poema Veni Sancte Spiritus. Aquí pedimos al Espíritu, “ven a darnos tus dones´´, queriendo decir que todos los dones espirituales vienen de él. En una frase, él es ´´templanza de las pasiones´´ poco después le decimos ´´elimina con tu calor nuestra frialdad. ´´
En nuestras lecturas, lo vemos en la multiplicidad de lenguas en el libro de los Hechos, en los famosos frutos del Espíritu de San Pablo, y en la promesa de Jesús, de que el Espíritu de la Verdad nos guiará a la verdad total. La verdad no cambia, pero su expresión necesita corresponderse con el contexto en el cual se expresa: idioma, cultura, etc. Necesitamos del Espíritu para que aquello se realice.
María vino a La Salette para hablar de la verdad. Hoy me inclino a pensar que la luz en medio de la cual ella se apareció primero – la cual Maximino y Melania compararon con el sol – es como el fuego del Espíritu, que la preparaba para lo que ella estaba por hacer y decir.
Sin usar las palabras de San Pablo, ella habló en dos lenguajes, sobre las obras de la carne (muchas formas de individualismo, alejarse de Dios) y manifestó los frutos del Espíritu en su manera de actuar y en su discurso.
Ella usó de los dones que tenía a su disposición: lágrimas, belleza, ornamentos, súplica (sin miedo de describirse a sí misma como nuestra abogada) honestidad (sin dudar aun hasta en inspirar sentimientos de culpa)
Todo aquello y más, para todo su pueblo, para decirles la verdad que necesitan escuchar, que todavía son amados por el Dios y Salvador al que ellos habían olvidado. Otra cita de San Pablo que es apropiada en este caso: ´´La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. ´´ (Romanos 5:8). Esta es la razón por la cual Nuestra Señora de La Salette lleva un Crucifijo que resalta especialmente sobre su pecho.
¿Podemos nosotros ser todo para todos? Como María, ¿podemos hablarle de la verdad al mundo? ¿En qué lenguaje (palabras y acciones)? El Espíritu pone muchos dones a nuestra disposición. ¡Usémoslos!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

¿Por qué a mí?
(Séptimo domingo de Pascua: Hechos 1,15-26; 1 Juan 4,11-16; Juan 17,11-19)
¿Por qué Dios elige a una persona en particular para un propósito particular? La Biblia no dice que Ruth, o Moisés, o David, o hasta María eran mejores que cualquier otro. Ellos fueron instrumentos elegidos y preparados por Dios para cumplir con un cometido.
En la lectura de Hechos de los Apóstoles de hoy, vemos la misma situación que tiene que ver con una elección, “la suerte cayó sobre Matías” para hacer de él un “testigo de la resurrección”. Ya era tiempo de reemplazar a Judas. Los discípulos redujeron el número de los candidatos a dos, y luego Dios eligió a uno de ellos.
Maximino y Melania, fueron los testigos elegidos por Nuestra Señora de La Salette. ¿Por qué ellos? Podemos (y lo hacemos) especular, pero la respuesta más honesta es la más simple: no lo sabemos realmente. Los Misioneros de la Salette y las Hermanas de La Salette, como también mucha gente laica y devota de nuestra Madre en lágrimas somos también llamados a ser sus testigos elegidos hoy. ¿Por qué nosotros? De nuevo, no lo sabemos, eso es todo.
Muy a menudo las palabras, “¿Por qué a mí? Son dichas cuando algo malo nos sucede. Pero podríamos también hacernos la misma pregunta cuando algo grandioso y maravilloso nos sucede, y de manera particular cuando nos damos cuenta de que Dios nos está llamando para un propósito especial.
Mucha gente puede hablar de aquello que los atrajo primeramente de otra persona o de una orden religiosa o de alguna carrera o ministerio. Es un asunto diferente cuando lo miramos desde el punto de vista del sentirnos elegidos. ¿Por qué aquella persona, aquella vocación, aquella carrera o ministerio me eligieron? En otras palabras, ¿Cuál era y sigue siendo el propósito de Dios para mi vida?
Lo que sí sabemos es mucho no obstante y no es porque seamos mejores que los demás. La elección de María, como la de Dios, son un misterio – no para ser resuelto sino para ser vivido.
Jesús había elegido a sus Apóstoles, y tres años después, en la Ultima Cena él oró a su Padre para que los proteja, para “consagrarlos en la verdad” “Después de todo irían a ser sus fieles testigos”
En esto consiste el desafío, vivir lo que estamos llamados a ser, avocados al aquello y al cómo y al donde, mucho más que al por qué.
Traducido por Hno. Moisés Rueda MS

(Sexto Domingo de Pascua: Hechos 10:25-48; 1 Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)
La gente en conflicto, ya sean individuos o naciones, niños o adultos, tienen la tendencia de echarse la culpa mutuamente del haber comenzado la pelea. Aún en La Salette, María literalmente le dice a su pueblo, Si la cosecha se arruina, es únicamente por culpa de ustedes”.
Lo mismo puede suceder en un contexto positivo. Es de buena educación dar el crédito a los demás por su aporte a nuestro éxito. En Hechos, los Apóstoles nunca se dan a sí mismos el crédito por sus logros. Como en la lectura de hoy, ellos reconocen que el Espíritu Santo es el que toma la iniciativa, de modo espectacular y con dones extraordinarios, como el don de lenguas.
Hay que notar, sin embargo, que los nuevos discípulos están haciendo dos cosas: hablar en lenguas, y glorificar a Dios. ¿Cuál de estas dos cosas es la más importante?
Escribiendo a los Corintios San Pablo se refiere a una controversia en torno a los dones, y en su famosa conclusión dice: “Si hay lenguas, estas desaparecerán… hoy tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres; pero el mayor de todos es el amor”
Esto nos lleva al Evangelio y a la segunda lectura, ambos de Juan, donde se menciona el amor en un total de 18 veces. Nosotros somos los “amados”, y Dios es amor. El “Amémonos los unos a los otros” de Juan encuentra su expresión aún más fuerte en el Evangelio: “Esto les ordeno: ámense los unos a los otros”
Las últimas palabras del Evangelio de la semana pasada fueron: “En esto será glorificado mi Padre, en que ustedes produzcan mucho fruto y sean mis discípulos” El próximo versículo es la primera declaración de Jesús hoy: “Como el Padre me ama, así yo los he amado. Permanezcan en mi amor”. Entonces hay una conexión, entre glorificar a Dios y permanecer en el amor del Señor.
María se apareció en un tiempo de crisis en la vida de su pueblo. Lo reprendió – con amor – y luego – con amor – le indicó el camino de esperanza y de paz. Ella llegó a ser también muy amada, pero orienta nuestro amor hacia su Hijo. Su mensaje se hace eco en la nueva traducción del Misal, en una de las formas de despedida al final de la Misa: “Pueden ir en paz, glorificando con su vida al Señor”
Esto es amor. Juan escribe, “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó”. ¡Él sostiene nuestro amor. Él lo llevará a cabo. Porque él lo comenzó!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

¡Ay!
(Quinto Domingo de Pascua: Hechos 9:26-31; 1 Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)
Después de que Saulo encontrara a Jesús en el camino a Damasco, se quedó ciego y tuvo que ser llevado de la mano hasta la ciudad. El Señor envió a un cierto Ananías para orar por él y devolverle la vista. Ananías objetó, “He oído hablar muchas veces de ese hombre, del daño que causo a tus santos”; pero Jesús respondió, “Yo le mostraré lo que tendrá que sufrir por mi nombre”
En nuestra primera lectura vemos a lo que se refería Jesús. Saulo al principio es rechazado por los Cristianos de Jerusalén; y una vez que fue aceptado por ellos, el antiguo perseguidor se convierte en perseguido y tiene que huir.
Saulo, más tarde conocido como Pablo, va a seguir adelante produciendo frutos de gracia. Pero, como una rama nueva de la vid de Cristo, tiene que ser podado. ¡Ay! ¡Eso sí que duele!
Nadie puede afirmar que disfruta de esta parte del discipulado, pero no se puede evadir. En el mensaje de Nuestra Señora de La Salette, sus primeras palabras después de llamar a los niños cerca de ella son, “si mi pueblo no quiere someterse…” ¿Someterse? ¡Ay no! Gracias.
Pero cuando San Juan nos dice que debemos amar de verdad y con obras, ¿acaso no está diciendo lo mismo? Es muy fácil evocar palabras amorosas, pero poner el amor en práctica nos plantea serias exigencias. Tenemos que amarnos los unos a los otros como Jesús nos lo ordenó.
Jesús nos presenta el mismo pensamiento de una manera muy diferente: “Permanezcan en mi como yo permanezco en ustedes… el que no permanece en mi es arrojado fuera como el sarmiento y se seca… arrojado al fuego”. ¡Ay!

Era claro para Nuestra Señora que su pueblo no había permanecido en su Hijo. Como cualquier madre que ve a sus hijos no viviendo en armonía, ella sintió dolor a causa de esa situación, y decidió hacer algo al respecto, con el fin de aliviarles el sufrimiento.
En el mensaje de nuestra Reina celestial, hay mucho que puede causar pena y remordimiento. Todo quiere ser medicinal, su propósito es la sanación.
Estamos en el tiempo de Pascua, pero ¿han notado que el Salmo responsorial es el mismo del Domingo de Ramos? Hoy tenemos la jubilosa conclusión de ese Salmo, qué contraste con el grito de desesperación del comienzo. Otro Salmo lo pone más conciso, “Por la noche las lágrimas, pero con el alba nos llega el regocijo”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Pertenencia
(Cuarto Domingo de Pascua: Hechos 4:8-12; 1 Juan 3:1-2; Juan10:11-18)
Este es el Domingo del Buen Pastor. Cada uno de los tres años del ciclo litúrgico – el cuarto domingo de Pascua – en el que escuchamos una porción diferente de Juan 10, donde Jesús se llama a si mismo Pastor.
“Yo conozco a los míos y lo míos me conocen” dice Jesús, este es el fundamento de confianza para aquellos que le siguen. Ellos saben que son suyos; él nunca los abandonará. El Pastor y su rebaño se pertenecen el uno al otro. Cuantas veces Dios promete, “Yo seré su Dios, ustedes serán mi pueblo.
En su primera carta, San Juan usa una figura diferente: “Ahora somos hijos de Dios” Esto también es una invitación a confiar.
“Acérquense hijos míos, no tengan miedo” Nuestra Señora de la Salette hace de Maximino y Melania sus propios hijos, y por medio de ellos también hace lo mismo con todos nosotros, somos aquellos a los que ella llama “mi pueblo.” Ella es nuestra y nosotros suyos. Los niños primeramente estaban asustados, pero luego se acercaron a ella con una perfecta confianza. Aunque mucho de lo que ella les dijo no era agradable al oído, no les inspiró miedo.
San Pedro en su discurso urge enérgicamente a sus oyentes a que pongan su confianza en Jesús. “No hay salvación por medio de nadie más; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»
En el rito del bautismo de niños, el sacerdote se dirige al niño con las palabras, “La comunidad Cristiana te recibe con gran alegría. En nombre de la comunidad te entrego a Cristo nuestro salvador con la señal de su cruz” El niño y el Salvador se pertenecen el uno al otro, así también el niño y la comunidad cristiana. Esto significa que cada uno puede esperar algo de parte del otro.
En los Evangelios, Jesús nos dice que las personas de fe deben esperar que Dios oiga sus oraciones, En Hebreos 4:16 leemos: “Acerquémonos con confianza al trono de gracia para recibir y encontrar la gracia de una ayuda oportuna”. (A propósito, este versículo, solía usarse como introito para la Misa en honor a Nuestra Señora de La Salette)
Entregados a Dios, le pertenecemos y le debemos obediencia y respeto. Esto no es una cosa tediosa. Es parte de la confianza que colocamos en el Buen Pastor.
Pertenecemos al rebaño de Cristo, a los hijos de Dios, al pueblo de María. ¿Por qué habríamos de temer?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Paradojas
(Domingo de Ramos: Marcos 11:1-10; Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1—15:47)
Las lecturas para el Domingo de Ramos hacen surgir paralelos inesperados. En el primer pasaje del Evangelio, Jesús es reconocido por la multitud como aquel que viene en el nombre del Señor, ante quien gritan “Hosanna”. Más tarde la muchedumbre clama por su crucifixión. En el Calvario, el centurión romano que supervisaba la crucifixión de Jesús llega a creer que Jesús es el Hijo de Dios.
El Salmo, que comienza con el famoso grito de desesperación, termina con un toque de exultación. El siervo de Dios descrito en Isaías recibe tratos humillantes, aun así, cree firmemente que no será defraudado. Y San Pablo presenta a Jesús como el que se humilla y se anonada a sí mismo, obediente hasta la cruz, pero también exaltado, recibiendo el nombre que está sobre todo nombre – el Señor.
No debería sorprendernos encontrar aspectos parecidos con La Salette. María se aparece en medio de una luz celestial, pero llorando. Ella habla de las terribles consecuencias de haber perdido la fe, y lo hace con una infinita dulzura. Ella da una misión importante a dos niños que difícilmente pueden dar sentido a lo que les había dicho.
Cuando miramos a la Iglesia, encontramos casi lo mismo. El prominente autor inglés G.K. Chesterton (1874-1936) señaló las muchas paradojas que uno puede encontrar en la Iglesia: criticada de diversas maneras como: “enemiga de las mujeres y su refugio”; una “solemnemente pesimista y solemnemente optimista” que produjo “feroces cruzadas y mansos santos”; la lista continúa con cierta largura. Él resume sus pensamientos con la paradoja central de la Teología Cristiana: “Cristo no es un ser apartado de Dios ni del hombre, como los elfos, tampoco un ente mitad humano y mitad no, como un centauro, sino ambas cosas al mismo tiempo y de manera total, totalmente hombre y totalmente Dios”
Esta similitud de “verdadero hombre y verdadero Dios” reside ciertamente en el mismísimo centro de nuestra fe. Tanto como es difícil de comprenderlo, así lo proclamamos en nuestro credo.
Estas no son simplemente ponderaciones teológicas. También dicen mucho acerca de nosotros mismos. Como cristianos vivimos en una paradoja; somos conscientes de nuestras propias contradicciones internas, y de los pecadores y santos que somos, individualmente y como Iglesia. El llamado a la conversión que nos viene de La Salette debe ser tomado seriamente, pero nunca seremos capaces de decir: Ahora sí que soy santo. Sin embargo, no perdemos la esperanza de alcanzar esa meta bajo la atenta mirada de la Bella Señora.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Dios habla al Pecador
(Quinto Domingo de Cuaresma: Jeremías 31:31-34; Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)
Hijo mío, no tienes idea de cuán importante es para mí que tú me permitas perdonarte. Por favor no lo pospongas. Ahora es el tiempo propicio.
¿Hay algo en tu pasado distante que nunca fuiste capaz de confesar? Ahora es el tiempo propicio
Ven y acércate, aclaremos las cosas. Aunque tus pecados sean como la escarlata, pueden volverse blancos como la nieve. Serán lavados totalmente en la sangre de mi único Hijo, quien voluntariamente se entregó por ti. Por su sufrimiento, por su obediencia, él ha pagado todo el precio de tu redención.
Él es como el grano de trigo. Cuando murió, produjo abundante fruto, para ser compartido por todos. El banquete gratuito de la gracia te espera.
No hay otra cosa que me gustaría más que colocar mi Ley en ti y escribirla en tu corazón. ¡Detente y piensa! Sería la cosa más natural del mundo que tú vivieras en mi amor y que me agradaras.
Con un amor sin tiempo te he amado; Así he mantenido mi misericordia hacia ti. Con tu permiso y tu humilde cooperación, yo alejaré tus pecados tan lejos como el este dista del oeste. O, si tú prefieres, yo los arrojaré a las profundidades del mar. Con certeza has de entender el deleite que me provoca el hacerlo.
Recuerda lo que dijo mi Hijo. “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentirse”. ¡Aquel puedes ser tú, gloriosa fuente de alegría!
Levantado sobre la cruz, mi Hijo se convirtió en la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen. Él puede compadecerse de tus debilidades, porque fue puesto a prueba en todo y en nada pecó. Déjate atraer por El.
De pie junto a su cruz encontrarás a su Madre, María. Ella es tu Madre también. Puede ser que la reconozcas como la Bella Señora. Ella te ayudará a ver lo que debes hacer.
Por favor, por favor, hijo mío, entrégame tus pecados. Y ya no serán más tuyos, sino míos, y yo los arrojaré lejos. Los alejaré de mí y nunca más volveré mi vista hacia ellos. Nunca.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Salvados por Gracia
(Cuarto Domingo de Cuaresma: 2 Crónicas 36: 14-23; Efesios 2:4-10; Juan3:14-21)
Creciendo en Nazaret, la Santísima Virgen debió haber aprendido sobre la historia de su pueblo, el pueblo de Dios. Recordando lo que le había pasado a causa de su infidelidad, ella vino a La Salette para advertir a su otro pueblo, entregado a ella al pie de la cruz, de lo que le iba a sobrevenir y por la misma razón.
Dios tuvo compasión de su pueblo, pero el pueblo ignoró su bondad y tuvo que sufrir las consecuencias. Incluso en aquel tiempo, Él no lo abandonó por completo. Después de 70 años en el exilio lo llevó de vuelta a su tierra natal.
A partir de entonces, su pueblo comenzó a tomar en serio la ley de Dios. Aunque con el tiempo esto resultó en el legalismo que nosotros asociamos con los Escribas y los Fariseos, aun así, fue mejor que la situación descrita en la primera parte de la lectura de 2 de Crónicas que leemos hoy.
El Evangelio de Juan dice que Dios mostró su amor por el mundo enviando a Jesús, para que nosotros podamos tener vida eterna. Esto encaja perfectamente con las palabras de Pablo a cerca de la riqueza de la misericordia de Dios y el don gratuito de la salvación.
También encaja con el acontecimiento de La Salette. Las palabras de María y su dulce proceder, la luz que la rodea, su proximidad con los niños – todo refleja lo que Juan dice: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de El”
Y también el lenguaje en torno al brazo fuerte y pesado de su Hijo no contradice esta actitud misericordiosa. ¿Porque ella hablaría de ese modo, sino para ponernos de vuelta en el camino recto y evitarnos el castigo que merecemos, para protegernos de la justicia de Dios? Como San Pablo dice, aunque estuviéramos muertos en nuestras transgresiones, Dios todavía tendría un gran amor por nosotros.
Lo único que nos pide es que le retribuyamos ese amor y vivamos en consecuencia. Esta es una forma de sumisión, ciertamente, pero en un nivel más profundo, de gracia. Pensemos en la escena de la Anunciación, en la que María, llena de Gracia, dice: “He aquí la servidora del Señor, que se cumpla en mi según has dicho” El deseo de hacer la voluntad de Dios hace más fácil someternos a ella.
Esto es quizá lo que San Pablo quiere darnos a entender cuando nos dice que hemos sido creados para las buenas obras que Dios nos preparó de antemano, para que vivamos en ellas.
Traducción: Hno Moisés Rueda, M.S.

El Hijo
(Segundo Domingo de Cuaresma: Génesis 22:1-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)
Al terminar el relato dramático de lo que aconteció sobre una montaña en la tierra de Moria, Isaac salva su vida, aparece un sustituto para el holocausto, y Abraham, que estaba dispuesto a ofrendar la vida de su amado hijo bajo la orden de Dios, es recompensado por su inquebrantable fe. En los tiempos del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, el lugar donde se creía que Abraham fue a sacrificar a su hijo continuó siendo un lugar venerado. El Templo de Jerusalén fue construido allí.
En nuestra segunda lectura, San Pablo alude indirectamente a otro pequeño monte dentro una distancia fácil de recorrer desde el Templo. El evangelista lo llama Gólgota
Y en una montaña sin nombre, en algún lugar en Galilea, Jesús se aparece en su Gloria, junto con Moisés y Elías.
Toda esta variedad de elementos encuentra su resonancia en otra montaña más, en los Alpes franceses, un lugar llamado La Salette.
En Menoría de la Pasión de Jesús, la Bella Señora lleva un gran crucifijo sobre su pecho. Es el punto más brillante de la Aparición, la fuente de su luz. El martillo y la tenaza, instrumentos de la Pasión, atraen la atención hacia el crucifijo de una manera única.
Recordándonos de la alianza proclamada por medio de Moisés, e invitándonos al firme compromiso de Elías, ella habla como los profetas. (Es interesante notar que en 2 Pedro 1:18, el lugar de la Transfiguración en referido como “la santa montaña”. Nosotros usamos la misma frase cuando hablamos de La Salette)
Finalmente, como Dios hablándole a Abraham, María también hace una gran promesa de esperanza y prosperidad para aquellos que vivirán por fe.
Más importante que cualquiera de estas similitudes, sin embargo, está la palabra Hijo. “Toma a tu único hijo, a quien amas, y ofrécelo a mí en holocausto”; Dios no libró a su propio Hijo, sino que lo ofreció para todos nosotros”; “Este es mi Hijo amado”
Cuando Nuestra Señora de La Salette habla de su Hijo, es para reprocharle a su pueblo por la ingratitud hacia Él y por la falta de respeto por su Nombre. No debemos permitirnos nunca olvidar que su Hijo es el Hijo amado de Dios, entregado por nosotros.
Así como Él está en el corazón de las Escrituras, así debe estar en el corazón de nuestra fe, de nuestra manera de vivir. La Cuaresma es un buen tiempo para preguntarnos si es realmente así.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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