(Sexto Domingo de Pascua: Hechos 10:25-48; 1 Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)
La gente en conflicto, ya sean individuos o naciones, niños o adultos, tienen la tendencia de echarse la culpa mutuamente del haber comenzado la pelea. Aún en La Salette, María literalmente le dice a su pueblo, Si la cosecha se arruina, es únicamente por culpa de ustedes”.
Lo mismo puede suceder en un contexto positivo. Es de buena educación dar el crédito a los demás por su aporte a nuestro éxito. En Hechos, los Apóstoles nunca se dan a sí mismos el crédito por sus logros. Como en la lectura de hoy, ellos reconocen que el Espíritu Santo es el que toma la iniciativa, de modo espectacular y con dones extraordinarios, como el don de lenguas.
Hay que notar, sin embargo, que los nuevos discípulos están haciendo dos cosas: hablar en lenguas, y glorificar a Dios. ¿Cuál de estas dos cosas es la más importante?
Escribiendo a los Corintios San Pablo se refiere a una controversia en torno a los dones, y en su famosa conclusión dice: “Si hay lenguas, estas desaparecerán… hoy tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres; pero el mayor de todos es el amor”
Esto nos lleva al Evangelio y a la segunda lectura, ambos de Juan, donde se menciona el amor en un total de 18 veces. Nosotros somos los “amados”, y Dios es amor. El “Amémonos los unos a los otros” de Juan encuentra su expresión aún más fuerte en el Evangelio: “Esto les ordeno: ámense los unos a los otros”
Las últimas palabras del Evangelio de la semana pasada fueron: “En esto será glorificado mi Padre, en que ustedes produzcan mucho fruto y sean mis discípulos” El próximo versículo es la primera declaración de Jesús hoy: “Como el Padre me ama, así yo los he amado. Permanezcan en mi amor”. Entonces hay una conexión, entre glorificar a Dios y permanecer en el amor del Señor.
María se apareció en un tiempo de crisis en la vida de su pueblo. Lo reprendió – con amor – y luego – con amor – le indicó el camino de esperanza y de paz. Ella llegó a ser también muy amada, pero orienta nuestro amor hacia su Hijo. Su mensaje se hace eco en la nueva traducción del Misal, en una de las formas de despedida al final de la Misa: “Pueden ir en paz, glorificando con su vida al Señor”
Esto es amor. Juan escribe, “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó”. ¡Él sostiene nuestro amor. Él lo llevará a cabo. Porque él lo comenzó!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
¡Ay!
(Quinto Domingo de Pascua: Hechos 9:26-31; 1 Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)
Después de que Saulo encontrara a Jesús en el camino a Damasco, se quedó ciego y tuvo que ser llevado de la mano hasta la ciudad. El Señor envió a un cierto Ananías para orar por él y devolverle la vista. Ananías objetó, “He oído hablar muchas veces de ese hombre, del daño que causo a tus santos”; pero Jesús respondió, “Yo le mostraré lo que tendrá que sufrir por mi nombre”
En nuestra primera lectura vemos a lo que se refería Jesús. Saulo al principio es rechazado por los Cristianos de Jerusalén; y una vez que fue aceptado por ellos, el antiguo perseguidor se convierte en perseguido y tiene que huir.
Saulo, más tarde conocido como Pablo, va a seguir adelante produciendo frutos de gracia. Pero, como una rama nueva de la vid de Cristo, tiene que ser podado. ¡Ay! ¡Eso sí que duele!
Nadie puede afirmar que disfruta de esta parte del discipulado, pero no se puede evadir. En el mensaje de Nuestra Señora de La Salette, sus primeras palabras después de llamar a los niños cerca de ella son, “si mi pueblo no quiere someterse…” ¿Someterse? ¡Ay no! Gracias.
Pero cuando San Juan nos dice que debemos amar de verdad y con obras, ¿acaso no está diciendo lo mismo? Es muy fácil evocar palabras amorosas, pero poner el amor en práctica nos plantea serias exigencias. Tenemos que amarnos los unos a los otros como Jesús nos lo ordenó.
Jesús nos presenta el mismo pensamiento de una manera muy diferente: “Permanezcan en mi como yo permanezco en ustedes… el que no permanece en mi es arrojado fuera como el sarmiento y se seca… arrojado al fuego”. ¡Ay!
Era claro para Nuestra Señora que su pueblo no había permanecido en su Hijo. Como cualquier madre que ve a sus hijos no viviendo en armonía, ella sintió dolor a causa de esa situación, y decidió hacer algo al respecto, con el fin de aliviarles el sufrimiento.
En el mensaje de nuestra Reina celestial, hay mucho que puede causar pena y remordimiento. Todo quiere ser medicinal, su propósito es la sanación.
Estamos en el tiempo de Pascua, pero ¿han notado que el Salmo responsorial es el mismo del Domingo de Ramos? Hoy tenemos la jubilosa conclusión de ese Salmo, qué contraste con el grito de desesperación del comienzo. Otro Salmo lo pone más conciso, “Por la noche las lágrimas, pero con el alba nos llega el regocijo”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Pertenencia
(Cuarto Domingo de Pascua: Hechos 4:8-12; 1 Juan 3:1-2; Juan10:11-18)
Este es el Domingo del Buen Pastor. Cada uno de los tres años del ciclo litúrgico – el cuarto domingo de Pascua – en el que escuchamos una porción diferente de Juan 10, donde Jesús se llama a si mismo Pastor.
“Yo conozco a los míos y lo míos me conocen” dice Jesús, este es el fundamento de confianza para aquellos que le siguen. Ellos saben que son suyos; él nunca los abandonará. El Pastor y su rebaño se pertenecen el uno al otro. Cuantas veces Dios promete, “Yo seré su Dios, ustedes serán mi pueblo.
En su primera carta, San Juan usa una figura diferente: “Ahora somos hijos de Dios” Esto también es una invitación a confiar.
“Acérquense hijos míos, no tengan miedo” Nuestra Señora de la Salette hace de Maximino y Melania sus propios hijos, y por medio de ellos también hace lo mismo con todos nosotros, somos aquellos a los que ella llama “mi pueblo.” Ella es nuestra y nosotros suyos. Los niños primeramente estaban asustados, pero luego se acercaron a ella con una perfecta confianza. Aunque mucho de lo que ella les dijo no era agradable al oído, no les inspiró miedo.
San Pedro en su discurso urge enérgicamente a sus oyentes a que pongan su confianza en Jesús. “No hay salvación por medio de nadie más; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»
En el rito del bautismo de niños, el sacerdote se dirige al niño con las palabras, “La comunidad Cristiana te recibe con gran alegría. En nombre de la comunidad te entrego a Cristo nuestro salvador con la señal de su cruz” El niño y el Salvador se pertenecen el uno al otro, así también el niño y la comunidad cristiana. Esto significa que cada uno puede esperar algo de parte del otro.
En los Evangelios, Jesús nos dice que las personas de fe deben esperar que Dios oiga sus oraciones, En Hebreos 4:16 leemos: “Acerquémonos con confianza al trono de gracia para recibir y encontrar la gracia de una ayuda oportuna”. (A propósito, este versículo, solía usarse como introito para la Misa en honor a Nuestra Señora de La Salette)
Entregados a Dios, le pertenecemos y le debemos obediencia y respeto. Esto no es una cosa tediosa. Es parte de la confianza que colocamos en el Buen Pastor.
Pertenecemos al rebaño de Cristo, a los hijos de Dios, al pueblo de María. ¿Por qué habríamos de temer?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Realidades de la Vida
(Tercer Domingo de Pascua: Hechos 3:13-19; 1 Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)
San Pedro adopta una actitud conciliadora cuando se dirige a aquellos que crucificaron a Jesús: “Ustedes actuaron por ignorancia” Y les ofrece la posibilidad de que sus pecados sean borrados.
San Juan escribe algo parecido para la comunidad cristiana. El da por hecho de que van a pecar, y les asegura que tienen un abogado, Jesús, quien no solamente va a defender su causa, sino que es él mismo la expiación de sus pecados.
Pedro y Juan no están ni remotamente sugiriendo que está bien pecar. Eso sería como decir que es correcto tomar veneno mientras se tenga el antídoto.
Continuando con la analogía de la salud, es una realidad de la vida que la gente sí que come cosas que son dañinas o dejan de lado cosas que son buenas. Los diabéticos pueden sentir que es muy difícil resistirse a los dulces; personas con sobrepeso pueden no querer hacer ejercicio. Así, también un “pecado atractivo” puede tener un tremendo poder sobre nosotros.
Pedro y Juan eran realistas. Ellos entendían la naturaleza humana, y reconocían que el pecado es una realidad de la vida. Ellos también se habían dado cuenta que el pecado no debería desembocar en la desesperación. Pedro sabía de esto por experiencia personal. Él había negado a Jesús. Y después lo proclamó a todo aquel que quisiera escucharlo.
La ignorancia y la duda son también realidades de la vida. En el evangelio de Lucas, Jesús tuvo dificultades al intentar convencer a sus discípulos que era realmente él el que estaba de pie allí, y al final se los demuestra comiendo un trozo de pescado asado. Al mismo tiempo también hace resaltar el don del arrepentimiento para el perdón de los pecados.
En La Salette, María es dolorosamente consiente de la realidad del pecado. Su lista de ofensas no es exhaustiva, pero lo suficiente como para indicar la naturaleza de los pecados que son causa de su más honda preocupación. Aquí, también, no hay necesidad de desesperarse. El “Si se convierten” es el punto de inflexión en su discurso.
En todo lo mencionado anteriormente, la promesa se basa en la Pasión y la Resurrección de Cristo. Por eso Jesús dirige la atención sobre sus manos y sus pies, y no sobre su rostro, para verificar su identidad. Por eso la Bella Señora lleva un crucifijo grande. Aquel que venció a la muerte puede sin duda triunfar sobre el pecado.
Sí, el pecado es una realidad de la vida. Pero gracias a Pedro, a Juan, a Lucas y a Nuestra Señora de La Salette, nos hacemos conscientes de otra realidad de la vida, una realidad a la que llamamos esperanza.
Queridos Amig@s e Irm@os de Caminhada
Passado o primeiro mês desde minha chegada à Diocese de Pemba em Moçambique, desejo fazer esta breve partilha. A localidade onde estamos é o Distrito de Muidumbe. A missão se chama NANGOLOLO. Ela é composta pela Sede onde está a Igreja Sagrado Coração de Jesus e ao redor encontram-se 25 comunidades. Região pobre, onde se vive da lavoura. Não existe um núcleo residencial. São vilas espalhadas pelo distrito e um pequeno comércio com armazéns que vendem as coisas básicas.
Esta missão foi iniciada em 1924. É uma das mais antigas da Diocese. Inicialmente foi atendida pelos Padres Monfortinos, depois os Capuchinhos. Aqui tem uma marca forte das Irmãs Consolata. Foi muita vida doada e até mesmo regada com sangue.
Pensando em oferecer uma vida mais digna para o povo, construíram uma infra estrutura razoável, a dizer: Igreja Matriz, Casa Paroquial ,Casa das Religiosas, Escolas, Pavilhão para encontros, dormitórios, cozinha, moinho, poço de água, ambulatório, local para criação de animais, etc.
Ao redor da Casa Paroquial estão os prédios das escolas. São escolas comunitárias ligadas à Diocese. O governo assume os professores. Na Escola Primária este ano tem 1.305 alunos matriculados (da 1ª ao 7ª ano) e no Secundário 1.245 alunos (8ª a 12º). Tem aula nos três períodos e os alunos circulam por este espaço.
Louvável a iniciativa dos missionários que por aqui passaram, em favorecer ao povo esta infraestrutura. A partir de agora cabe-nos administrar este complexo pastoral. Com o passar dos anos tudo está necessitando de reparos. Muita coisa abandonada. Sobre nossa presença sabemos que é necessário colocar os pés no chão, tomar conhecimento da realidade e saber o que é possível fazer. Para isso é imprescindível envolver a comunidade nesse processo. Aqui prevalece o povo Maconde, que tem sua própria língua.
Estamos na região norte da Diocese. São as últimas paróquias já na divisa com a Tanzânia. Formamos um setor. Aqui em Nangololo, pela questão da infraestrutura os encontros serão realizados no espaço que dispomos. Já aconteceu o primeiro sobre liturgia e administração econômica.
Temos realizado encontros com as comissões da comunidade para tomarmos conhecimento da forma como trabalham. Para nós é de suma importância caminhar com as linhas da Diocese a partir do Plano de Pastoral (2018-2020) cujo tema é: Ser Igreja, Povo de Deus: rosto, casa, escola, fonte e pés.
Na Comunidade existe a Comissão Ampliada de Pastoral. Ela reúne os Coordenadores das seis zonas. Cada Zona tem um número de comunidades. Com esta equipe planejamos o trabalho até o mês de junho: Visitas, celebrações, formação e dias de batizados.
Assim tem sido nossa missão. Queremos ressaltar: estamos felizes, com vontade de colaborar naquilo que estiver ao nosso alcance. Elaboramos nosso projeto de vida e tiramos algumas metas para esse ano. Vamos precisar da solidariedade de vocês. Ela já acontece pela oração (aqui também rezamos por todos). Estamos agora sistematizando pequenos projetos de solidariedade.
Em abril vamos participar do encontro sobre Inculturação e realidade Moçambicana, promovido pela Diocese para os missionários que chegam. Será em Pemba. Desejamos comunicar e partilhar a presença saletina na Diocese de Pemba. A internet via celular é lenta porque estamos numa área rural. Mesmo caindo toda hora, temos procurado ficar descobrindo locais onde o sinal é melhor. Isso ajuda a comunicação e estarmos em sintonia com tod@s.
Mensalmente penso numa partilha mais sintética para alimentar nossa amizade. O lema da Diocese para o triênio expressa bem porque aqui estamos: “O amor de Cristo nos impele” (2 Cor 5,14). Nesses tempos de ódio é bom andar amado!
Com fraternura ( a fraternidade que nos une e a ternura que nos move) receba meu abraço e bênção, desde terras africanas!
Pe Edegard Silva Júnior, ms
Nangololo 21/03/2018 - 1º mês desde o dia da chegada
Véspera do Dia Mundial da Água – Bandeira que sempre levantei!
Pe Edegard Silva Júnior - Missionário Saletino
Nangololo - Diocese de Pemba; Moçambique
Este endereço de email está protegido contra piratas. Necessita ativar o JavaScript para o visualizar.
Testigos
(Pascua: Hechos 10:34-43; Colosenses 3:1-4; Juan 20:1-9. Otras opciones son posibles.)
En la primera lectura, Pedro declara que él y sus compañeros fueron testigos de tres realidades distintas: 1) El ministerio público de Jesús; 2) el Cristo resucitado; y 3) que Jesús fue nombrado juez de vivos y muertos.
Pablo en la segunda lectura, da testimonio de la resurrección de Jesús y, de una manera particular, de su significado para nuestra vida cristiana.
María Magdalena, Pedro y el discípulo al que Jesús amaba también fueron testigos, en el relato del evangelio de Juan que leemos hoy. ¿Testigos de qué, exactamente? De la nada, de la ausencia, de la vacuidad – o, más exactamente, del misterio.
El misterio de la resurrección de Jesús es tan fundamental que no es fácil de expresar con palabras lo que significa para nosotros. En 1972, la Pascua cayó un 2 de abril. Aquel día, la verdad de la Pascua me sobrevino de tal manera que no puedo describir con exactitud. Puedo decir, sin embargo, que era la experiencia espiritual más transformadora de mi vida.
El discípulo amado, Juan, entró en la tumba, vio y creyó. En aquel vacío, el experimentó la fe más profunda posible. Su meta desde aquel instante en adelante era de ayudar a hacer que otros puedan experimentar lo mismo. Cerca del final de su evangelio escribe: “Todo esto (los signos) está escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo tengan vida en su nombre”
“Vida en su nombre” - María en La Salette no usa estas palabras, pero ese es el significado de su mensaje. Como Moisés en Deuteronomio, ella coloca ante nosotros la vida y la muerte, y nos suplica escoger la vida. Aquellos que así lo hacen se convierten en testigos del misterio transformador de lo que San Pablo llama una vida “escondida con Cristo en Dios”
No saber, no entender, no es necesariamente algo malo. Melania y Maximino no sabían quién les estaba hablando, tampoco entendieron todo lo que escucharon; pero ante la invitación de la Bella Señora, entraron en aquel misterio, en lo que un clásico espiritual del siglo XIV llama, la Nube de lo Desconocido.
Al contarlo a otros, así como Pedro, lo que ellos habían visto y oído, los niños fueron ciertamente testigos de lo que no conocían. Ellos hicieron que otros entraran en el misterio del amor de María, revelando la insondable profundidad de la misericordia de Dios, de la cual nosotros también podemos ser testigos.
Una fe imperfecta
(Segundo Domingo de Pascua: Hechos 4:32-35; 1 Juan 5:1-6; Juan 20:19-31)
El final del capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles retrata una imagen de los primeros cristianos como una sociedad perfecta. El capítulo 5 sin embargo, comienza con el relato de una pareja que intentó perpetrar un fraude dentro de la comunidad, y el capítulo 6 describe las disputas sobre la distribución de las donaciones entregadas a los apóstoles.
Y en el Evangelio, encontramos a Tomas negándose a confiar en los otros apóstoles.
No es mucha sorpresa. Aun hoy hay fuertes diferencias en las opiniones, y a veces hasta conflictos entre los cristianos. Esto ha resultado en divisiones trágicas.
Estamos divididos entre nosotros porque estamos divididos en nuestro propio interior. En otras palabras, todos nosotros estamos – y cada uno de nosotros está – en constante necesidad de conversión y reconciliación. Ninguno de nosotros será capaz de decir nunca, ahora soy perfecto. Pero la ayuda está siempre disponible.
La comunidad cristiana en Hechos recibió la gracia que necesitaba para superar situaciones peligrosas en contra de la unidad. Tomás recibió del mismo Jesús la ayuda que necesitaba en ese su momento de crisis.
Las primeras grandes divisiones en la Iglesia habían comenzado en el siglo cuarto, sobre temas de doctrina. ¿Era Jesús realmente Dios? ¿Qué es lo que la Iglesia cree a cerca del Espíritu Santo? El Credo Niceno se remonta a aquellos tiempos.
Dando un salto hasta 1846. La Gracia de La Salette fue dada a la Iglesia como respuesta ante un nuevo peligro, mucho peor que las diferencias doctrinales. A la gente le dejó de importar dichas cosas. Se volvieron indiferentes a la doctrina, a los mandamientos y a la práctica de su fe, ya sea rechazándolo todo directamente o simplemente haciéndose a un lado.
María tenía razón en preocuparse por el impacto que todo esto tendría sobre su pueblo. El pueblo no podía darse el lujo de cortar la relación con su Hijo, el Salvador.
En la Misa, antes del signo de la paz, rezamos, “No tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia.” Nuestros pecados y la fe de tu Iglesia se refieren al mismo grupo de gente. Somos pecadores, somos Iglesia. Estas dos cosas no se excluyen la una a la otra.
Por más imperfecta y débil que nuestra fe pueda ser, es real y puede crecer si se lo permitimos. Esa es la esperanza de la Bella Señora – y nuestra también – cuando nos llama a la reconciliación.
Paradojas
(Domingo de Ramos: Marcos 11:1-10; Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1—15:47)
Las lecturas para el Domingo de Ramos hacen surgir paralelos inesperados. En el primer pasaje del Evangelio, Jesús es reconocido por la multitud como aquel que viene en el nombre del Señor, ante quien gritan “Hosanna”. Más tarde la muchedumbre clama por su crucifixión. En el Calvario, el centurión romano que supervisaba la crucifixión de Jesús llega a creer que Jesús es el Hijo de Dios.
El Salmo, que comienza con el famoso grito de desesperación, termina con un toque de exultación. El siervo de Dios descrito en Isaías recibe tratos humillantes, aun así, cree firmemente que no será defraudado. Y San Pablo presenta a Jesús como el que se humilla y se anonada a sí mismo, obediente hasta la cruz, pero también exaltado, recibiendo el nombre que está sobre todo nombre – el Señor.
No debería sorprendernos encontrar aspectos parecidos con La Salette. María se aparece en medio de una luz celestial, pero llorando. Ella habla de las terribles consecuencias de haber perdido la fe, y lo hace con una infinita dulzura. Ella da una misión importante a dos niños que difícilmente pueden dar sentido a lo que les había dicho.
Cuando miramos a la Iglesia, encontramos casi lo mismo. El prominente autor inglés G.K. Chesterton (1874-1936) señaló las muchas paradojas que uno puede encontrar en la Iglesia: criticada de diversas maneras como: “enemiga de las mujeres y su refugio”; una “solemnemente pesimista y solemnemente optimista” que produjo “feroces cruzadas y mansos santos”; la lista continúa con cierta largura. Él resume sus pensamientos con la paradoja central de la Teología Cristiana: “Cristo no es un ser apartado de Dios ni del hombre, como los elfos, tampoco un ente mitad humano y mitad no, como un centauro, sino ambas cosas al mismo tiempo y de manera total, totalmente hombre y totalmente Dios”
Esta similitud de “verdadero hombre y verdadero Dios” reside ciertamente en el mismísimo centro de nuestra fe. Tanto como es difícil de comprenderlo, así lo proclamamos en nuestro credo.
Estas no son simplemente ponderaciones teológicas. También dicen mucho acerca de nosotros mismos. Como cristianos vivimos en una paradoja; somos conscientes de nuestras propias contradicciones internas, y de los pecadores y santos que somos, individualmente y como Iglesia. El llamado a la conversión que nos viene de La Salette debe ser tomado seriamente, pero nunca seremos capaces de decir: Ahora sí que soy santo. Sin embargo, no perdemos la esperanza de alcanzar esa meta bajo la atenta mirada de la Bella Señora.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.