P. René Butler MS - 3er Domingo Ordinario - El Ambón

El Ambón

(3er Domingo Ordinario: Nehemías 8:2-10; 1 Corintios 12:12-30; Lucas 1: 1-4 y 4:14-21)

En la primera lectura, Esdras se pone de pie sobre una plataforma especialmente construida para la ocasión, para que se le pudiera ver y escuchar mejor mientras daba lectura al Libro de la Ley.

Esa estructura es muy conocida por nosotros, obviamente, ya que la vemos en la mayoría de nuestras Iglesias, la llamamos el ambón. Su propósito es resaltar la importancia de la Palabra de Dios que se proclama desde allí. También se usa para la predicación, la homilía y para la Oración de los Fieles.

El ambón como un elemento arquitectónico tiene su prominencia en la iglesia. ¿Hay un lugar semejante en nosotros mismos y en nuestra iglesia doméstica en el que la Palabra (La Ley) es reverenciada, guardada, y proclamada? En La Salette, María demostró que ese no era el caso.

Entonces, ella eligió un lugar alto, una montaña como ambón, para traer su gran noticia, un recuerdo de cosas dejadas de lado por su pueblo. Una de esas cosas era la Ley, desde luego, pero no se trataba de una simple lista de normas y reglamentos. Ella no vino solamente para decirnos que nuestra naturaleza caída y el pecado nos habían separado de Dios, sino que quiso que supiéramos que Dios todavía desea que tengamos una relación con él, si nos convertimos, poniendo la Palabra nuevamente en un lugar prominente en nuestra vida de cada día.

Las diversas maneras en que podemos hacerlo se destacan de manera especial en nuestra segunda lectura, en la que San Pablo continua su comentario sobre los dones del Espíritu. Todos somos necesarios, cada uno de nosotros en su propia individualidad, para servir a todo el cuerpo. Nuestra individualidad no debería ser motivo de aislamiento ni de separación sino un don con el cual aportar al conjunto del cuerpo de Cristo.

Es difícil imaginar a dos personas tan distintas una de la otra como eran Melania Calvat y Maximino Giraud. Pero María los escogió a ambos. Nosotros que hemos recibido aquel único celo misionero saletense, deberíamos también vernos a nosotros mismos como parte de un todo, y encontrar aquella única gracia, aquel único don, por medio del cual podamos aportar al conjunto y fortalecer a todo el Cuerpo de Cristo.

En el Evangelio de hoy, Jesús se identifica con las palabras de Isaías, “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió”. Nosotros también somos ungidos y enviados de manera única y personal. Que estas reflexiones semanales, en el espíritu de la Bella Señora, sean un ambón desde el cual Jesús es fielmente proclamado.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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