Items filtered by date: dezembro 2012

¡Estén siempre alegres!

(3er Domingo de Adviento: Isaías 61:1-11; 1 Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-28)

Todos conocemos personas que no son siempre contentas. Algunas simplemente expresan una disposición sombría; otros temen lo que está por venir, o tal vez están atravesando el duelo por una pérdida, reciente o antigua. En estos o en otros casos similares, se hace difícil escuchar la exhortación de San Pablo: “Estén siempre alegres”.

La Madre que llora de La Salette se lamenta por el sufrimiento y la vulnerabilidad de su pueblo, y hasta se queja por tener que rezar por nosotros sin cesar. Su Aparición podría considerarse como un evento desafortunado si no fuera por una sola cosa: “vengo a contarles una gran noticia”. Estas palabras son similares a las de Isaías.“El Señor me envió a llevar la buena noticia a los pobres”.

María se apareció en la hendidura de una peña, pero después de hablar con los niños subió a un lugar más alto y luego se elevó más allá del alcance de ellos antes de perderse de vista. Fue un movimiento desde el dolor hacia la gloria. 

La Salette es un lugar de alegría. Esto es cierto no solamente para la montaña donde la Bella Señora puso sus pies sino también para cada uno de los santuarios de La Salette. Muchos llegan cargando sus penas, sí; pero la mayoría se va con un espíritu que, como el de María, “se estremece de gozo en Dios, mi Salvador”, y haciéndose eco de Isaías: “Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios”.

Se trata con frecuencia de una alegría interior, una paz serena, lo cual no equivale a jovialidad. Puede ser que los miedos no se vayan o las lágrimas no se detengan o no haya un cambio de personalidad. Este sentir no siempre puede describirse con palabras, pero tampoco se puede negar.

Juan el Bautista es presentado en el Evangelio de hoy con estas palabras: “Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él”.

He aquí un desafío para ti. Cambia el texto a, “Una persona llamada [tu nombre] fue enviada por Dios, para dar testimonio de la luz”. ¿Es éste un pensamiento feliz?

Tenemos razones para creer que el Bautista fue feliz en su ministerio, porque en Juan 3:29, cuando supo que todos estaban yendo a Jesús, respondió: “mi gozo es ahora perfecto”.

El versículo justo antes del Evangelio de hoy dice: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”. Esto debería también ser la verdad de nuestra alegría. Que nada pueda nunca prevalecer contra ella.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Published in MISSAO (POR)

Justicia Reconfortante

(2do Domingo de Adviento: Isaías 40:1-11; 2 Pedro 3:8-14; Marcos 1:1-8)

Hace unos cuatro meses, tuvimos el mismo Salmo Responsorial (85) de hoy, y comentamos las mismas palabras “La Justicia y la Paz se abrazarán”, como opuestos. En el contexto de las lecturas de hoy, sin embargo, la perspectiva es diferente.

En las lenguas modernas, la justicia es un término legal. En las noticias, escuchamos de personas o grupos “exigiendo” justicia. Pero en la Biblia, tiene un sentido primordialmente teológico. “Como la paz, es un don de Dios para su pueblo fiel.

Isaías se expresa con unas maravillosas y reconfortantes palabras, prediciendo el fin del exilio, que se dio como un castigo de Dios por las iniquidades de su pueblo. San Pedro nos recuerda las promesas de Dios acerca de “un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia”. Algunas traducciones ponen “rectitud”. Sea como fuere, se trata del estado de aquellos que son lo que se supone deben ser.

En este sentido, Juan el Bautista fue justo, porque fue fiel a su vocación. María, también, fue justa cuando, en la anunciación, reconoció y acepto su papel como la servidora del Señor. Ambos, en su humilde servicio, eran como deberían ser.

Cuando consideramos el Mensaje de María en La Salette, tendemos a asociar la justicia con “el brazo de mi Hijo”, pero cuando admitimos nuestra inclinación por el pecado y nos sometemos humildemente tal cual ella nos pide, nos disponemos a escuchar sus palabras tiernas y reconfortantes.

Con frecuencia prestamos mucha atención al crucifijo que María lleva sobre su pecho. Hoy no es una excepción. Vean como refleja las palabras de Isaías como si estas estuvieran dirigidas a la Bella Señora: “¡Súbete a una montaña elevada, levanta con fuerza tu voz, levántala sin temor, di: ¡Aquí está tu Dios!

De tal modo escribe San Pedro, “El Señor no tarda en cumplir lo que ha prometido, sino que tiene paciencia con ustedes porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”.

Palabras reconfortantes ciertamente. Lo que añade un poco más tarde es más desafiante: “¡qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes!”

Cuan rebosante acto de vida pudiera ser si, indignos como somos, fuéramos siempre capaces de reconfortar, hablar con ternura, y proclamar el perdón de los pecados, con amor, verdad, justicia y paz. Esta es una forma más de hacer conocer el mensaje de la Salette.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Published in MISSAO (POR)

Los Favores de Dios Renovados

(1er Domingo de Adviento: Isaías 63:16—64:7; 1 Cor 1:3-9; Marcos 13:33-37)

A los profetas les agrada hacerle recordar a Dios cosas que él ya sabe. La primera lectura de hoy comienza justo con una declaración en ese estilo: “Tú, Señor, eres nuestro padre; ¡nuestro Redentor es tu Nombre desde siempre!” Isaías continúa recordando los antiguos “portentos inesperados” de Dios en favor de su pueblo. 

Lo que realmente está diciendo es: “¡Señor, lo has hecho antes, hazlo de nuevo!”

En lugar de obligar a Israel a volver a él, Dios había permitido que su pueblo anduviera por su cuenta y sufriera las consecuencias. Fue en medio de tales circunstancias que María vino a La Salette.

Isaías añade, “¡Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos!”. Él sabe que aquello no describe la actitud ni el comportamiento de su pueblo; por eso agrega: “No hay nadie que invoque tu nombre”.

La Bella Señora nos dice que ella ruega constantemente a su Hijo por nosotros. Parte de esa oración consiste seguramente en hacerle recordar lo que él ha hecho por nosotros. Luego, hablando a los dos niños, ella reconoce la infidelidad de su pueblo, y el crucifijo que lleva sirve como un recordatorio de la redención alcanzada por su Hijo, la fuente de nuestra esperanza. 

En la Oración Inicial de la Misa de hoy, le pedimos a Dios y le “rogamos que la práctica de las buenas obras nos permita salir al encuentro de tu Hijo que viene hacia nosotros”. Debemos entender correctamente esto. No es que esperamos ganar la salvación por medio de nuestras obras. Más bien, a aquel que ya nos ha salvado deseamos ofrecerle lo que él mismo nos dice que será de su agrado.

Puede que hayas tenido un momento determinante en tu vida en el que has abrazado la fe de un modo verdaderamente personal. Tu vida cambió en cierto modo, y resolviste vivir tu vida cristiana lo más plenamente posible.

El Adviento es el tiempo perfecto para pedir a Dios que renueve sus favores, como en la respuesta al Salmo de hoy: “Restáuranos, Señor del universo, que brille tu rostro y seremos salvados”.

En nuestros corazones podríamos oír la respuesta: “Y tú, vuelve a mí; déjame ver tu rostro y te salvarás”. Talvez nos haga recordar de nuestra antigua devoción y nos diga, “¡Lo hiciste una vez; hazlo de nuevo!”

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Published in MISSAO (POR)
terça-feira, 03 novembro 2020 17:16

La Salette: do medo à confiança

La Salette: do medo à confiança

Novembro 2020

Não tenham medo…

Nada sobre o êxodo humano é excluído da Bíblia. Incluindo questões de medo e de confiança. Medo e confiança: palavras-chave que determinam a diferença entre o simplesmente “existir” e “viver plenamente”. A Bíblia parece estar ciente disso, que registra mais de 365 pedidos em relação ao convite para não temer.

As Escrituras Sagradas reconhecem dois tipos de temor. Um fortalece, e é o que a Bíblia chama de “Temor de Adonai”, o princípio da sabedoria (cf. Pv 1,7). O segundo é um espírito de medo, que consome, agarra, paralisa e enfraquece. Todos nós já experimentamos isso, pelo menos uma vez. Podemos fazer escolhas erradas porque são basadas no medo; ou preferimos, intencionalmente, não escolher porque bloqueados pelo medo do desconhecido, da incerteza, do fracasso, do que os outros podem pensar de nós, etc…  Sim, esse tipo de medo é paralisante. E a maioria de nós deseja “não temer” para poder realmente viver e não apenas existir, ser livre para amar e ser amado(a) (cf. 1Jo 4,18).

Na vida do crente, o medo e a confiança coexistem. O que é relevante é a pergunta: a que coisa damos mais atenção? O que inspira e guia o nosso viver? Medo ou confiança? É interessante notar, a esse respeito, que mesmo nossos Pais e Mães na fé experimentaram tanto medo quanto desconfiança, apesar de terem sido escolhidos por Deus e dispostos a seguir a voz do Eterno. Veja, por exemplo, as figuras de Abraão, de Isaac, de Jacó, do grande legislador Moisés, do rei bíblico por excelência, Davi (Sl 56,10-11), de Sara, de Rute, de Raquel, de Miriam, irmã de Moisés, de Pedro, ou dos doze apóstolos…

Até José (Mt 1,20) e Maria de Nazaré experimentaram o sentimento de temor. Imediatamente após as palavras do anjo Gabriel, o evangelista Lucas relata que Maria “turbou-se muito com aquelas palavras, e considerava que saudação seria esta” (Lc 1,29). Sim: por um lado, os principais protagonistas da História da Salvação são tomados pelo temor, mas, por outro lado, sabem confiar nas Palavras do Eterno.

Algo semelhante pode ser dito de Maximino e de Melânia em La Salette. Quando Melânia vê repentinamente um globo de luz ali onde seus sacos haviam sidos depositados anteriormente, ela chama Maximino, agitada e curiosa. Ambos são tomados de medo: Melânia deixa cair o bastão e Maximino tenta recuperá-lo, caso seja necessário se defender dessa luz misteriosa. O medo deixa espaço para a confiança quando, depois de ver dentro do globo de luz a figura de uma “Bela Senhora”, sentada com os cotovelos apoiados nos joelhos, o rosto escondido entre as mãos e soluçando, eles ouvem as seguintes palavras: “Vinde meus filhos, não tenham medo, estou aqui para anunciar uma grande mensagem”.

A dinâmica inicial deste encontro segue a dinâmica dos inúmeros encontros com o Eterno registrados pela Bíblia. Frequentemente, são encontros que inicialmente geram medo/temor em quem os experimenta. Mas, com o temor inicial, há sempre uma palavra divina, capaz de incutir confiança e abrir horizontes inesperados. Jesus de Nazaré, por exemplo, cura o medo de Pedro não apenas encorajando-o a “não ter medo”, mas também dando-lhe uma missão: “Não temas; de agora em diante serás pescador de homens” (Lc 5,10). Da mesma forma, em La Salette, a “Bela Senhora” não apenas convida as duas crianças a “não temer” e aproximar-se dela para experimentar um encontro, mas, uma vez libertados do medo inicial e conquistando-os a confiança, lhes daria uma missão.

Tanto o Filho como a Mãe, exatamente como o Deus de Abraão, de Isaac, de Jacó e de Jesus de Nazaré, não exigem de nós uma fé desprovida de medos. O Deus de nossos Pais na fé, o seu Filho e a “Bela Senhora de La Salette” têm fé em nós, antes de crermos Neles. Eles acreditam em nós, com nossos medos e com nossas habilidades. Eles confiam em nós. Eles querem fazer uma aliança conosco. E quando tomamos consciência disso, somos curados de nossos medos, porque começamos a confiar no Espírito que está em nós (cf. Mt 10,19-20). Nós somos transformados. E a confiança no Espírito e a transformação se abrem para horizontes surpreendentes, porque nos permitem abrir-nos à voz do Eterno que nos dá uma missão.

A confiança - uma expressão de amor e de fé…

“Vinde, meus filhos, não tenhais medo, aqui 

estou para vos contar uma grande novidade”

O evento La Salette começa com esse apelo veemente a dois pastorinhos. A Sagrada Escritura está cheia destas duas palavras (medo e confiança) na densidade de seu conteúdo. Poderíamos dizer que é um livro que nos convida a ver em Deus aquele amigo que encontra prazer em caminhar com o homem nas mais variadas situações de sua vida.

Maria em La Salette faz uso das palavras com as quais Deus se dirigiu ao povo ou individualmente aos profetas: “Não tenhais medo… não tenha medo”. “Não tenhas medo, porque eu estou contigo; não lance olhares desesperados porque eu sou teu Deus” (Is 41,10); Jesus disse no Novo Testamento: “Não temais, pois! Bem mais que os pássaros valeis vós” (Mt 10,31).

Portanto, o segredo para vencer o medo é a total e completa confiança em Deus. Os dois pastorinhos temeram internamente para dar um passo à frente e se colocarem à disposição da Senhora que lhes trouxe uma bela mensagem.

Quando o medo nos ataca, perdemos toda a confiança e segurança que temos. O medo nos deixa desesperados, e onde há desespero, Deus não está presente! Porque o desespero distancia a presença de Deus, o desespero é uma falta de confiança no Senhor, o desespero é uma falta de fé.

O medo que nos domina tira nossa fé e nossa confiança no único Deus verdadeiro; o medo nos deixa fracos e doentes. Assim como ontem com seus discípulos, Jesus olha para nós e assume suas eternas palavras através de sua mãe: “Coragem, sou eu! Não tenha medo!” Por trás da voz de Nossa Senhora está a eterna Palavra de Deus, porque Maria nos lembra o nosso dever de fazer o que seu filho nos recomenda.

A constante “não tenha medo” chama a nossa atenção para o nosso compromisso de depositar nossa confiança e fé no Senhor, como escreve o salmista: “Em Deus ponho a minha confiança, e não terei medo; que me pode fazer o homem?” (Sl 56,12). 

Superado pelo “potente” Covid19, o medo se tornou a palavra de ordem no mundo de hoje. É neste momento que as palavras de Maria em La Salette nos convidam a confiar, a “não ter medo”, porque o Senhor continua a guiar os destinos deste mundo. Embaixadora do projeto salvífico de Deus, a Mãe de Deus compartilha conosco a experiência de confiança em Deus que lhe foi transmitida pelo anjo no momento da Anunciação.

Maria modelo de confiança…

Maria conhece bem o sentimento do medo. Quando o Arcanjo Gabriel apareceu para Ela, Ela ficou aterrorizada. O Mensageiro Divino a acalmou com a invocação: “Não tenha medo!”. Somente depois o diálogo do representante do Céu segue com a representante mais digna da humanidade no evento mais importante do mundo, isto é, na Encarnação do Filho de Deus.

Em La Salette, os papéis são invertidos: agora é Maria, a divina mensageira, que fala com os representantes mais simples da raça humana - com as crianças que se assustam por terem experimentado algo extraordinário. A Bela Senhora compreende perfeitamente o medo de Maximino e de Melânia, embora eles, vendo uma mulher chorando, em sua aparência exterior semelhante a outras mulheres daquela região, se sentem tão calmos que não fogem aterrorizados.

No comportamento de Maria se revela o respeito pela sensibilidade humana em relação às coisas sobrenaturais que requerem ajuda especial para se acostumar com elas. Uma vez, antes de cairmos na condição de pecado e de morte, essa era nossa característica natural. Adão e Eva, e somente eles entre toda a raça humana, viviam em uma confiança natural e amigável com Deus, até comerem o fruto proibido pela árvore do conhecimento do bem e do mal. Primeiro eles, e depois todos nós, perdemos aquele maravilhoso estado de amizade com Deus, livre de todo medo, até a primeira vinda do Salvador ao mundo. Somente em Jesus Cristo somos capazes de ficar frente a frente diante de Deus, mesmo que oculto por trás da figura do Filho de Maria e de José de Nazaré, e depois de Sua Ascensão ao Céu sob as espécies de Pão e Vinho, e não morremos de medo. Mas, isso acontece apenas porque nos sustenta a graça do Salvador, merecida na cruz e selada pela ressurreição. Nele não há nenhum medo de morte, não há terror diante da Divina Majestade, mas há um grande Temor, baseado na convicção de que Deus nos ama, independentemente de quem somos e de quanto possuímos.

Maria foi a primeira, juntamente com São José, a ver o Deus encarnado, ele se acostumou à sua quotidianidade terrena e contemplou a Divina Majestade, oculta por trás da aparência da natureza humana de seu Filho Jesus. É nesta perspectiva que Ela fala às crianças na Salette: «Vinde meus filhos, não tenham medo!». Ela diz isso, porque na fé na comunhão dos santos, estamos todos unidos: uns deste lado, na Terra, ainda em peregrinação ao céu, outros agora, além, no céu, aguardando a ressurreição do corpo.

Vamos confiar em Deus, esperando, através da intercessão de Maria de La Salette, que Ele nos conceda a graça de poder receber o amor de Deus com verdadeiro Temor, baseado não no medo, mas no louvor a Deus, por sua grande misericórdia para conosco.

Flavio Gilio, MS

Eusébio Kangupe, MS

Karol Porczak, MS

Published in MISSAO (POR)

Las Obras de Misericordia

(Cristo Rey: Ezequiel 34:11-17; 1 Corintios 14:20-28; Mateo 25:31-46)

Ya hace tres semanas que los Evangelios han ido resaltando instancias de juicio, usando diferentes estándares en cada caso. Hace dos semanas se trataba de estar preparados para el retorno de Cristo; la semana pasada se hablaba de ser creativos en el servicio del Señor; para hoy tenemos las obras de misericordia. 

Un rey en su trono está al tope de la jerarquía social. Cristo es nuestro rey, sin embargo, se identifica a si mismo con los más pequeños. Aquellos que están al margen de la sociedad. Estar a su servicio incluye acercarse a ellos.

La Iglesia enseña que, además de dar de comer al hambriento, debemos trabajar para eliminar las causas subyacentes del hambre. Este principio se aplica a cada obra de misericordia que podamos imaginar, ya sean las “corporales” o las “espirituales”. Esto muchas veces requiere del coraje de decir cosas inconvenientes.

María en La Salette, sin olvidar que ella es una humilde servidora, se identifica con los más pequeños, al elegir a sus testigos. Ella ofreció un remedio para la causa del sufrimiento físico de su pueblo. Diciendo la verdad acerca de la falta de fe y de reverencia por su Hijo, Cristo Rey.

La meta de la reconciliación es restaurar la paz; es un pensamiento atrayente y reconfortante. La obra de la reconciliación, por otro lado, como es ejemplificado por la Bella Señora, no es fácil. Requiere de una firme suavidad. Puede ser un desafío.

En el rito del bautismo, la unción con el santo crisma nos une simbólicamente con Cristo como Sacerdote, Profeta y Rey. Esto quiere decir que compartimos su rol de guiar, liderar y proteger a su rebaño, cuidar a su pueblo. La manera en que lo hacemos depende de muchos factores que incluyen nuestra personalidad, nuestros talentos, y nuestros valores más profundos.

Al menos, la mayoría de nosotros puede tratar de guiar con el ejemplo – diciendo la verdad y actuando correctamente, de tal modo que otros se sientan atraídos a hacer lo mismo.

Al mismo tiempo, el centro de atención no está en nosotros. Cualquiera sea la forma que puedan tomar nuestras obras de misericordia, nunca son una puesta en escena. Jesús está al centro, y al principio, y al final. Si podemos servir como canales de su verdad y de su amor, no necesitamos temer el juicio venidero.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Published in MISSAO (POR)
terça-feira, 27 outubro 2020 16:01

La Salette – qual o rosto de Deus?

La Salette – qual o rosto de Deus?

Outubro 2020

O rosto paterno de Deus…

A pergunta que introduz à nova seção é paradoxal, do ponto de vista da Bíblia. Paradoxal porque, por um lado, a questão expressa o anseio humano, inato pelo transcendente, por um relacionamento com o divino, pela busca de Deus (ver, por exemplo, Am 5.4 e Sl 27, 9; 42,3; 44,25; 77,2-3; 105,4). Não é de surpreender que a invocação ou oração para poder ver o rosto de Adonai seja um dos motivos que percorre todas as páginas bíblicas.

Por outro lado, no entanto, a Bíblia nos lembra não apenas que quem “[…] vê Deus morre” (Êx 33,20), mas que “Deus, ninguém jamais o viu” (Jo 1,18; 1Jo 4,12). Mesmo Moisés, de quem as Escrituras relatam que Adonai “[…] falou […] cara a cara, como um homem fala com seu amigo” (Êx 33,11), não se beneficia do dom de ver a face de Deus. De fato, seu pedido (Êx 33,18) não é atendido: no Sinai, Moisés vê apenas as costas de Adonai, mas não o rosto (Êx 33,23).

Portanto, é claro que, na economia da História da Salvação depositada nas Escrituras do Israel bíblico, Deus tem um rosto, mas o oculta da visão humana. Em resumo, as páginas bíblicas nos lembram constantemente duas características importantes de Adonai: seu rosto não é mostrado, mas fala. O rosto de Adonai é a fonte de uma palavra que se dirige ao homem com a intenção de se revelar, de se relacionar e de se tornar conhecido (veja a experiência do Israel bíblico brevemente descrita pelas palavras de Moisés em Dt 4,12). Em segundo lugar, o rosto de Adonai não é visto, mas experimentado. Nesse sentido, embora o testemunho do Israel bíblico seja extremamente rico e multifacetado, converge em torno de duas dimensões. É, de fato, um rosto que sofre-com (compaixão) e se coloca ao lado daqueles cujo coração derrama em miséria (misericórdia) (veja, por exemplo, Ex 3,7; 34,7; 1Rs 22,17; Sl 144,8; Mt 14,14; 15,32; Lc 7,13).

Com o Novo Testamento, a existência humana é agora marcada por uma novidade: Jesus de Nazaré é compreendido como aquele que cumpre o desejo humano de ver a face de Deus. Na experiência dos primeiros cristãos, o Deus invisível se torna visível - incluindo o seu rosto - em Jesus de Nazaré. O rosto invisível de Deus é humanizado no filho de Maria de Nazaré. E o evangelista João nos lembra essa novidade inédita logo no início de seu evangelho, quando escreve: “Ninguém jamais viu Deus: o Filho unigênito, que está no seio do Pai, ele o revelou” (Jo 1,18).

Seguindo a lógica implícita de João, pode-se dizer que ver o rosto de Jesus de Nazaré é ver o rosto de Adonai, do Pai. E embora com moderação (Transfiguração, subida a Jerusalém e Paixão (Mt 17,2; 26,39.67; Mc 14,65; Lc 9,29.51.53), quando os quatro evangelhos mencionam a face de Jesus, sempre a colocam em relação à sua identidade, ministério e missão: é um rosto que pronuncia, com firmeza, compaixão e misericórdia.

Na pequena aldeia francesa de La Salette, o jogo de olhares se entrecruzam. A Bela Senhora fala cara a cara com Maximino e Melânia. Como a face visível do Filho remete à face invisível do Pai, assim em La Salette, a face da mãe remete à face do Filho. Como o Filho, o rosto da mãe, molhado de lágrimas delicadas, pronuncia, com determinação, compaixão e misericórdia: “Vinde meus filhos, não tenhais medo”.

O rosto filial de Deus…

“Se meu povo não quer submeter-se,

 sou forçada a deixar cair o braço de meu Filho”

O ponto de partida de tudo é o sim primordial que Maria dá ao portador da mensagem divina, o Anjo Gabriel. Assim, Maria se coloca à disposição de Deus como a argila na mão do oleiro. Mas, mais do que argila, Maria participa conscientemente dessa missão em sua condição de “cheia de graça”. Para Maria, o próprio Deus coloca-se no caminho de encontro com o homem, contrariamente com a figura do filho mais novo do evangelho que, arrependido, volta envergonhado à casa paterna. Ir ao encontro do homem, ou seja, ir ao nosso encontro é precisamente o caráter identificador do ato de Deus, através das mediações. Os profetas cumpriram zelosamente a missão de tornar Deus presente na comunidade humana. Nesse ponto, Nossa Senhora, em suas aparições, nada mais faz do que participar da grandeza do coração divino que, a todo custo, chama o homem a descobrir o sentimento de Deus, que é feliz por ter a humanidade consigo.

La Salette, na sua grandeza, reflete o rosto de Deus. Não tanto quanto uma montanha, embora muitos dos grandes eventos salvíficos experimentados por nosso Senhor Jesus Cristo tenham muito a ver com as montanhas. A mensagem de La Salette suscita em nós a decisão de retornar à amizade, muitas vezes interrompida devido à mentalidade do homem contemporâneo que se orgulha de um cristianismo vazio de Cristo e de seu evangelho.

Em La Salette, Maria se faz porta-voz de uma bela mensagem focada no Evangelho. Ou seja, a Bela Senhora não se autoproclama, antes de assumir como suas, as palavras que seus lábios transmitem. Basta olhar para esta passagem: “Se meu povo não quer submeter-se, sou forçada a deixar cair o braço de meu Filho. É tão forte e tão pesado que não posso mais segurá-lo. Há quanto tempo sofro por vós! Se quero que meu Filho não vos abandone, sou incumbida de suplicá-lo sem cessar. E quanto a vós, nem fazeis caso. Por mais que rezeis, por mais que façais, jamais podereis recompensar a aflição que sofro por vós”.

No entanto, é uma mensagem inteira, plena de ternura divina; é uma mensagem transmitida por uma pessoa capaz de se comunicar com os seres humanos, como aconteceu aos presentes nas bodas de Caná: “façam tudo o que Ele vos disser” (cf. Jo 2,5). É bom saber que, na mensagem da Senhora em lágrimas, é muito claro o rosto de Deus que “persegue” com amor suas criaturas, criadas “à sua imagem e semelhança” (Gn 1,26).

Mais do que ajudar-nos a contemplar a face de Deus, a mensagem nos dá a oportunidade de olhar para a Mãe de Jesus, sempre presente na vida da Igreja como a face materna de Deus, porque “nos faz sentir sempre melhor a ternura do Senhor”. De fato, de acordo com Isaías, 49,15, Deus proclama que seu amor por seu povo é maternal e é maior que o de qualquer mãe por seu filho; por outro lado, esta categoria se adapta às necessidades dos dias atuais em que Maria responde revelando a face materna de Deus. É a vontade absoluta de Deus enviar Maria à história humana como mensageira de oração, de conversão e de espiritualidade: “As mariofanias conhecem a ‘escalada’ nesta chamada, porque nelas a Virgem passa das palavras para as lágrimas e, provavelmente, ao ‘sangramento’. É um grito da Mãe que assume os tons da profecia e do apocalipse para parar os passos tolos de grande parte do mundo e mostrar-lhe a face misericordiosa do Deus do Amor” (S. De Fiores, «Apparizioni», in Maria. Nuovissimo Dizionario, EDB, Bologna 2008, I, 59)

O rosto materno de Deus…

Durante o primeiro momento, Maria esconde o rosto atrás das mãos, em um gesto que esconde as lágrimas. Durante a aparição, o rosto da Bela Senhora quase não é visível para Melânia e totalmente imperceptível para Maximino devido à forte luz que emana do rosto de Maria. Conversando com as crianças, Ela chora continuamente e está muito triste. Essa aflição se apodera de todas as testemunhas que ouvem as suas palavras (sua mensagem).

A Mãe do Senhor que aparece em La Salette, representa o Céu, nosso último destino. Ela está angustiada pelo fato de abandonarmos a Deus e não aceitarmos o que Seu Filho, Jesus, fez por nós. Também lamenta o fato de não aceitarmos, como Ela aceitou, a graça de Deus que também pode nos tornar pessoas, nas quais “o Todo-Poderoso fez grandes coisas”.

Em La Salette, Maria nos lembra que o fato de Ela estar, em alma e corpo no céu, também é fruto da grande misericórdia de Deus para com a humanidade. Ela, Imaculada em Sua Conceição, experimentou antecipadamente a misericórdia, porque, em virtude da graça, foi preservada do pecado original, mantendo dentro de si o reflexo divino na santidade, da qual não foi privada desde a sua concepção.

Nós, no entanto, podemos novamente receber esse reflexo divino também em virtude da graça que nos foi dada. Novamente, porque Adão e Eva nos privaram disso por sua desobediência. Nesse ponto, vale lembrar que cada um de nós sempre recebe a plenitude da graça, necessária para poder, em obediência a Deus, se beneficiar da liberdade de não pecar e manter a alma imaculada até o julgamento de Deus.

Para cada um de nós, Maria é o exemplo de uma correspondência completa com a graça de Deus, de tal maneira que Ela pode definir-se, a si mesma, a Imaculada Conceição. Isso significa que Ela nos lembra nosso destino, para o qual cada um de nós foi chamado. E se cada um de nós fosse obediente a Deus e não desperdiçasse a graça que Deus, generosa e abundantemente nos dá, seria como Ela, Maria, sem pecado, porque habitada pela graça.

A tristeza de Maria é, então, a tristeza de Deus, porque seus apelos são ignorados, de modo que o homem, não escolhe Deus e sua vontade de maneira livre e sincera, e assim a sua condição está piorando. Isso ocorre porque o homem não vai à fonte de todas graças, isto é, a Jesus, à Eucaristia, mas sempre prefere a água das cisternas rachadas de sua própria força e desejo.

O rosto de Nossa Senhora é o de uma representante da Família de Deus, para quem cada um de nós é enviado como irmão e irmã em Jesus. Apesar dessa grande honra, que todos recebemos por escolher Deus, não agimos como membros desta Família Divina, mas como ovelhas desgarradas, rejeitamos a nobreza e a dignidade celestiais, vivendo longe de Deus.

Flavio Gilio, MS

Eusébio Kangupe, MS

Karol Porczak, MS

Published in MISSAO (POR)
segunda-feira, 26 outubro 2020 17:07

Novo Conselho Provincial - Brasil

Nós gostaríamos de anunciar o novo Conselho Provincial da Província da Imaculada Conceição do Brasil. O Capítulo Provincial, iniciado 26 de outubro em Curitiba-PR, elegeu hoje, 28 de outubro de 2020:

Pe. Leonir Nunes dos Santos, superior provincial (no centro)

Pe. Marcos Antonio Pereira de Queiroz, vigário provincial (para a esquerda)

Pe. Marcos Antonio Dias de Almeida, conselheiro provincial (para a direita)

Contamos com a vossa preciosa oração em favor destes nossos irmãos que se colocam à serviço da Província do Brasil, da Congregação e da Igreja.

Published in INFO (PT)

Esposa Digna, Fe Digna

(33er Domingo Ordinario: Prov. 31:10-31; 1 Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)

El poema de alabanza para una buena ama de casa, ocho versículos en el Leccionario, tiene en realidad veintidós versículos. La mayoría de ellos describe sus logros. 

Pero un versículo resalta en su diferencia con el resto. En lugar de decir lo que ella hace, hace un retrato de quien ella es: “Engañoso es el encanto y vana la hermosura: la mujer que teme al Señor merece ser alabada”. Aquí como en muchos otros lugares en el libro de los Proverbios, encontramos el fundamento de una vida digna, sobre la cual todo lo demás se construye.

El fundamento de nuestra vida cristiana es el don de la fe. Cuando esta es débil, no puede abrirse a los otros dones que Dios quiere concedernos.

San Pablo nos dice, “Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas”. Pero hay ocasiones, talvez, en que lo hacemos. Nuestra Señora de La Salette, apareciéndose en luz, viene a ayudarnos a caminar en las sendas del Señor. Ella es el faro de infalible esperanza; ella lleva sobre su pecho la imagen del Amor Perfecto.

En su discurso ella trata asuntos de fe, particularmente nuestra relación con Dios; pero ciertamente ella no excluye la preocupación por el bien estar de los demás, así lo demuestra con sus lágrimas.

Un día los Apóstoles le pidieron a Jesús que les aumente la fe (Lucas 17:5). Haríamos bien en hacer la misma oración de vez en cuando, por nosotros, por nuestras familias y amigos. Así podremos crecer en la esperanza y especialmente en el amor— el más grande de los dones eternos—convirtiéndonos en más caritativos y amorosos, cosechando lo que Dios ha sembrado en nosotros.

O, para emplear la imagen de la parábola de hoy, tendremos el poder de ser buenos y fieles servidores aun en las cosas pequeñas. Cada uno según nuestra habilidad, y cooperando con la gracia divina, seremos capaces de multiplicar los talentos a nosotros confiados y hacer un retorno digno al Maestro cuando regrese.

Así surgen algunas preguntas: ¿Quién soy yo como creyente, y cómo me coloco mejor al servicio del Señor? Las respuestas varían, pero tienen un fundamento común: fe y esperanza y amor, y gozo constante.

La oración colecta de hoy expresa este pensar de la siguiente manera: “La felicidad plena y duradera consiste en servirte a ti, fuente y origen de todo bien”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Published in MISSAO (POR)

Escojan pues, la Sabiduría.

(32do Domingo Ordinario: Sabiduría 6:12-16; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13)

La parábola de las jóvenes necias y prudentes es una historia con moraleja. Habiendo fracasado en su afán de dar la bienvenida al novio cuando llegó, las necias ya no están bienvenidas de entrar a la fiesta. Su falta de sabiduría les salió caro. 

Jesús advierte a sus discípulos a que sean como las jóvenes sabias, no solamente anticipando su regreso sino también haciendo lo que sea necesario para estar preparados.

En la Biblia, la sabiduría abarca muchas ideas, tales como habilidades prácticas, sagacidad, pensamientos profundos y, como en la parábola, prudencia. Esto también incluye el estudio de las Escrituras, para tener la capacidad de aplicar el conocimiento adquirido, en vistas de distinguir lo bueno de lo malo, en concordancia con la voluntad de Dios. 

Tal cual leemos hoy en el Salmo 63, “Me acuerdo de ti en mi lecho y en las horas de la noche medito en ti”. En otro salmo (119) encontramos el famoso versículo, “Tu palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino”.

Pero a menos que se desee la sabiduría, esta no podrá ser encontrada. Es por eso que, en 1846, una Bella Señora se apareció a dos humildes niños en los Alpes Franceses, en un globo de luz. Ella quiso que sus palabras fueran lámpara para los pies y luz en los caminos de su pueblo.

Por su belleza y bondad, nos atrae, como a Melania y Maximino, a su luz, o más precisamente, a la luz de su Hijo crucificado. Virgen sabia como ella es, hay cosas de las cuales ella, como San Pablo, no quiere que quedemos indiferentes. Así que ilumina el camino entre Jesús y su pueblo, y nos muestra la brecha que el pecado crea entre él y nosotros.

Por último, por medio de su compasión, ella nos hace esperar la sabiduría que viene con el arrepentimiento, como también los beneficios prometidos a aquellos que vuelven al Señor. 

María habla de la oración, del Día del Señor, de la Misa, y de la cuaresma. Esto, junto con nuestro compromiso personal y devoción, son como el aceite en la parábola, símbolo de la constante renovación de nuestra vida en Cristo. 

Que nuestra lámpara esté siempre encendida para que junto al Salmista recemos, “Yo te contemplé en el Santuario para ver tu poder y tu gloria... soy feliz a la sombra de tus alas”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Published in MISSAO (POR)

¡Miren cómo nos amó!

(Todos los Santos: Apocalipsis 7:2-4, 9-14; 1 Juan 3:1‑3; Mateo 5:1-12)

Hay dos temas recurrentes en las lecturas de hoy: recuento, y pureza.

En el Apocalipsis vemos entre los salvos a dos grupos: ciento cuarenta y cuatro mil de las tribus de Israel, y la multitud que nadie podía contar. En la 1era de Juan, nosotros somos contados (llamados) como hijos de Dios. Y hay una lista en el Evangelio enumerando muchas beatitudes – una especie de manual del discipulado.

Una de estas dice: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios”. Juan escribe, “El que tiene esta esperanza... se purifica”. Y en la primera lectura, las multitudes incontables “han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.

El Salmo une los dos temas en estas palabras: “¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos”.

Deseamos ser contados entre los “servidores de nuestro Dios”, el término usado en el Apocalipsis. Para permanecer verdaderamente fieles en su servicio, necesitamos tener puro el corazón.

Esta noción es similar a la del oro puro; Todas las impurezas han sido removidas. En términos morales, se refiere a la integridad de la vida cristiana, la perfección del amor cristiano.

En nuestro contexto Saletense, podemos parafrasear a San Juan: “¡Miren cómo nos amó la Bella Señora! Nos llama sus hijos, su pueblo”. Al portar sobre su pecho la imagen radiante de su Hijo, ella nos muestra la misericordia infinita de Dios. Como en todas las lecturas de hoy, ella nos ofrece una esperanza brillante, que, sin embargo, se basa en un requisito básico: la sumisión, a la que ella también llama conversión.

Esta urgencia no tiene porqué desalentarnos o, peor aún, llenarnos de escrúpulos. Aun así, nos invita a un compromiso serio con la persona de Jesucristo y a la práctica de nuestra fe, a la humilde aceptación de las enseñanzas de la Iglesia, y a la honesta examinación de la conciencia.

San Juan nos dice que veremos a Dios tal cual es. Que nuestra oración sea tal que, con sencillez y humildad de corazón, podamos tener asegurada la esperanza de ser contados entre los que buscan el amable rostro de Dios.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Published in MISSAO (POR)
Pág. 22 de 59
Go to top