Debilidad y Poder
(5toDomingo Ordinario: Isaías 58:7-10; 1 Corintios 2:1-5; Mateo 5:13-16)
En muchas culturas, la gente prefiere derramar sus lágrimas en secreto y así no ser vistos por otros. Quizá esto sucede porque las lágrimas son a veces vistas como señal de debilidad. Desde este punto de vista, la Virgen podría decir, junto a San Pablo, “Me presenté ante ustedes débil”.
De hecho, mucho de lo que San Pablo dice en la segunda lectura de hoy podría ser dicho por María en La Salette. Esto es especialmente cierto al llevar ella el crucifijo: “No quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado”.
A menudo hemos notado que, según Maximino y Melania, la luz de la Aparición emanaba de aquel crucifijo. En Juan 8:12 Jesús dice de sí mismo, “Yo soy la luz del mundo”. En el Evangelio de esta semana, él nos trae a la memoria que, nosotros también, somos la luz del mundo. Él también nos describe como la sal de la tierra.
Es difícil para nosotros imaginar una sal sin sabor. La Bella Señora habla acerca del trigo arruinado, literalmente, pero la imagen podría aplicarse figurativamente a su pueblo. Cuando fue puesto a prueba, ¿cómo estaba su fe? Se hizo polvo, como las espigas del trigo.
San Pablo declara, “No llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría” y “Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu”. En La Salette, María abarcó tanto que hasta habló en patois, el dialecto local, que era típicamente asociado con las clases rurales no educadas, en contraste con el francés que ella usó al principio. Y ella habló de cosas que su pueblo era capaz de entender.
Venir en la debilidad no es lo mismo que ser incapaz. Significa que el poder que pudiéramos mostrar no es nuestro, sino que viene de Dios. Las sencillas palabras de María tenían poder, poder que fue comunicado a los niños, empoderándoles con el fin de hacer conocer su mensaje.
Cuán brillante nuestra luz podría resplandecer, citando a Isaías ahora, “Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria”.
Podemos ser empoderados para hacer todo esto y más, pero, hay que recordar siempre, la Gloría pertenece a Dios.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.