Qué Lucir, Cómo Comportarse
(La Sagrada Familia: Sirácides 3:2-12; Colosenses 3:12-21; Mateo 2:13-15, 19-23)
Una de las primeras cosas que se nota acerca de Nuestra Señora de La Salette es su atuendo. Además de las prendas típicas de las mujeres del lugar—vestido largo, delantal, chal, zapatos y gorro—hay rosas, una cadena ancha, una pequeña cadena de la cual cuelga un crucifijo, y una luz particularmente brillante en torno a su cabeza, usualmente representada como si fuera una corona.
Pero eso no es todo. Ella se revistió también “de sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia””, como San Pablo recomendó hacer a los cristianos de la comunidad de Colosas, a los que llama “elegidos de Dios, sus santos y amados”.
En la primera lectura, estas cualidades se expresan con el verbo “honrar”, especialmente referido a los padres. El Evangelio nos recuerda que no hay familias sin crisis.
Pablo incluso reconoce la realidad dolorosa de“que alguien tenga motivo de queja contra otro”, enfatizando la necesidad del perdón mutuo. Es un hecho de la vida que, aun en las mejores familias y en las mejores comunidades, no siempre nos caen bien las personas que amamos.
Supongo que esto es verdad en la gran familia de La Salette: Misioneros, Hermanas, Laicos. Cuando a menudo nos codeamos con la misma gente, a veces nos pisamos los pies unos a otros. Como Apóstoles de la Reconciliación, esto es especialmente preocupante para nosotros. ¿Qué hacer al respecto?
Primeramente, ya que estos momentos ciertamente son inevitables, pueden anticiparse hasta cierto punto. Podemos cultivar las actitudes que San Pablo propone, especialmente la prontitud para perdonar. A veces, el diálogo puede conducirnos a un mejor entendimiento; entonces el perdón podría no ser necesario. En la voluntad de arreglar las cosas entre nosotros, podemos ser creativos usando las herramientas de la caridad a nuestra disposición. (ver también 1Corintios, 13)
María recomendó recitar al menos un Padre Nuestro – en el que rezamos “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” – y un Ave María – en el que se nos recuerda “la hora de nuestra muerte”. Esto debería ayudarnos a poner las tensiones personales en una perspectiva adecuada.
En sus propias palabras, la Bella Señora se hace eco de la regla de oro enunciada por San Pablo: “Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús”.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.