Amén, el Ser y el Hacer
(4to Domingo de Adviento: Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)
En los versículos que preceden a nuestra primera lectura, nos enteramos de que los enemigos de Judá estaban uniendo fuerzas para atacar Jerusalén. Ante tal noticia, “se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo”, Entonces Dios envió a Isaías ante el Rey Ajaz para decirle, “No pierdas la calma; no temas... Si ustedes no creen, no subsistirán”.
Esta última frase traduce el mismo verbo hebreo “Aman” dos veces. De aquí surge la palabra, Amén, que usamos nosotros, por ejemplo, para expresar la firmeza de nuestra fe en la Eucaristía al recibir la Comunión. Dependiendo del contexto y de la forma gramatical, “Aman” puede ser traducido en una docena de maneras o más.
Tomándome ciertas libertades, propongo una traducción que no podrán encontrar impresa en ninguna parte: “Si tu vida no se convierte en Amén, nada podrás Amén.” En la primera parte, como sustantivo, indica la vivencia de la fe en todas sus dimensiones, el verbo en la segunda parte indica la firmeza. EL Rey Ajaz carecía de esa actitud, no había nada de Amén en él. Al negarse a confiar en la promesa de Dios, no quiso buscar una señal.
San Pablo escribe que, como Apóstol, fue enviado “a fin de conducir a la obediencia de la fe”. El vivenciaba el Amén en sí mismo y quería que todos lo hagan también.
El relato de José es un gran Amén, una historia llena de fe. “Hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado”.
María en La Salette hizo un llamado a la obediencia en la fe: “Si mi pueblo no quiere someterse”, dijo, y añadió luego, “si se convierten”. Aquella que dijo, “yo soy la servidora del Señor”, encontró entre su pueblo una actitud que respondía a las cosas de Dios, un anti-Amén.
Nuestro Evangelio de hoy relata “el origen de Jesucristo”. Es una historia maravillosa, que requiere de nosotros la obediencia de la fe. Esto es cierto para cada aspecto de la vida de Jesús.
En La Salette la Virgen Madre nos deja ver a su Hijo crucificado sobre su pecho. Es especialmente en su pasión que él llega a ser, como es llamado en Apocalipsis 3:14, “El que es Amén, el Testigo fiel y verídico”.
Ruego que la fiesta venidera del su nacimiento nos lleve a todos no solamente a decir Amén, sino a convertirnos en Amén, a practicar el Amén, siempre y en todas partes, como María, como Pablo, como el mismísimo Jesús.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.