¿A quién vamos a servir?
(21er Domingo del Tiempo Ordinario: Josué 24:1-18; Efesios. 5:21-32; Juan 6:60-69)
Cuando Josué desafió al pueblo para que decidiera a qué dioses servirían, ellos respondieron, “Nosotros serviremos al Señor.” Aquella generación hizo lo mejor que pudo para mantenerse fiel en su promesa.
Jesús preguntó a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?” Pedro respondió a su vez con otra pregunta: “¿A quién iremos?” Su profesión de fe, que viene inmediatamente, no impidió su negación posterior, pero lo preservó de la desesperación y lo preparó para dedicar plenamente su vida al Servicio del Señor.
San Pablo también habla de servicio. La palabra en nuestra traducción es “someter”, que suena más como servilismo que como servicio. Él dice que por consideración a Cristo los cristianos deberían “someterse los unos a los otros”, en otras palabras, desear servirse los unos a los otros.
La cuestión de elegir a quien habremos de servir encuentra una expresión diferente en los labios de la Bella Señora de La Salette, en su uso del condicional “Si mi pueblo no quiere someterse” es equivalente al “¿te someterás o no?” o, para parafrasear a Josué, “elijan hoy a quién quieren servir.” Miremos las alternativas.
La búsqueda del placer, del poder o de las riquezas se confunde fácilmente con la búsqueda de la felicidad, y con todo, ninguna de esas cosas buenas puede asegurar de que llegaremos a ser felices.
El conocimiento, la sabiduría, y las artes tienen el poder de elevarnos. Las habilidades prácticas pueden traernos satisfacción, especialmente cuando se ponen al servicio de los demás. Pero aun en esto, una cierta arrogancia autosuficiente, puede instalarse en nosotros, socavando el bien que hacemos.
Después de la pregunta de Pedro, “¿A quién iremos?” leemos, “Tú tienes palabras de Vida eterna”. Aquello es más que una declaración, es un compromiso.
No debemos dar por hecho de que los Doce comprendieron el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, especialmente la parte acerca de comer su carne y beber su sangre, no más que esos otros discípulos que dijeron, “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”
Es de notar que Pedro llama a Jesús Señor, una palabra que indica sumisión. Significa que Pedro se ve a sí mismo de dos maneras, como discípulo y como siervo.
Las palabras de María en La Salette, aun en sus dichos más fuertes, nos llaman a someternos a aquel que tiene palabras de vida eterna.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.