Glorifiquen conmigo al Señor
(31er Domingo Ordinario: Sabiduría 11:22—12:2; 2 Tesalonicenses 1:11—2:2; Lucas 19:1-10)
El autor del libro de la Sabiduría le dice a Dios, “Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan”. El Salmista declara, “El Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas”. El relato de Zaqueo ilustra la misma verdad.
Jesús tomó la iniciativa en el caso de Zaqueo. El arrepentimiento (la sumisión, la conversión) es un don de Dios. En La Salette, María vino a ofrecerla a su pueblo.
Si todo marcha bien, un cambio mayor tiene lugar en el corazón y en la vida de aquellos que se dejan tocar por esta gracia. Zaqueo proclama públicamente el cambio que ha provocado en su vida el encuentro con el Señor. Se desmorona la avaricia que había marcado su vida hasta este momento, y su nueva vida queda marcada por la justicia y la generosidad. ¿Quién sabe a dónde puede conducirlo tal cambio?
Existe aún otra dimensión ligada a todo esto, la encontramos en la segunda lectura: ”Rogamosconstantemente por ustedes a fin de que Dios los haga dignos de su llamado, y lleve a término en ustedes, con su poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe. Así el nombre del Señor Jesús será glorificado en ustedes, y ustedes en él”.
¡Imagínense! Quien responde al llamado de Dios a la conversión no sólo se apartará del pecado y entrará en una vida llena de fe, sino que realmente será capaz de glorificar el nombre de Jesús.
Después de todo, nadie llega a ser santo solamente dejando atrás una vida de pecado. La Bella Señora no esperó que su pueblo simplemente dejaría de tomar en vano el nombre de su Hijo, sino que volvería a poner en práctica su fe, con toda sinceridad. Ella habla de sumisión y conversión. Estas dos actitudes no son nociones negativas. Vemos como Zaqueo fue transformado cuando se sometió a la gracia de Dios y se convirtió.
Con referencia al para qué de la venida de Jesús, y de María, no fue sólo para apartarnos de algo malo, sino para ofrecernos algo bueno y hermoso y maravilloso. Ellos vinieron porque Dios nos ama. Ellos quieren que respondamos a ese amor con todo nuestro corazón.
El Salmo 34:4 dice. “Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos”. Esto se aplica más a nuestra manera de vivir que a nuestras palabras.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.