Sufrimiento Redentor
(Domingo de Ramos: Isaías 50,4-7; Filipenses 2,6-11; Mateo 26,15—27,66)
La primera vez que participé en la procesión eucarística de la tarde en la Santa Montaña de La Salette, era a finales de los años 60 del siglo pasado. Al final, todos se arrodillaron sobre el suelo sin pavimento, con sus manos extendidas en forma de una cruz, y cantaban “Perdona a tu pueblo oh Señor, no estés por siempre enojado…”
Este era un acto de “reparación” y una forma popular de devoción, que consistía en hacer algo doloroso o incómodo como una manera de expiación por el pecado, y una compensación por aquellos “pobres pecadores” impenitentes.
Nuestra Señora de La Salette dijo. “Por mucho que recen, por más que hagan, jamás podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido a favor de ustedes” Este tipo de desafío alentó aun más el movimiento de reparación que ya existía.
Autoimponerse un compartir en los sufrimientos de Cristo es una manera de participar en su acción redentora, la cual a su vez era el acto más grande de Expiación ante el Padre. Jesús se “humillo a sí mismo”, escribe San Pablo. Como el Siervo Sufriente Jesús se negó a defenderse, como vemos en el relato de la Pasión según San Mateo.
Al llevar un crucifijo grande, la Bella Señora dirige nuestra atención hacia la Pasión y muerte de Jesús. Ella que, en el Evangelio de Lucas, se llama a si misma la “servidora del Señor” y la “pequeña sierva” de Dios, se apareció de forma humilde en una actitud de debilidad, llorando en frente de los dos niños, dos extraños.
La Pasión según San Juan, que escucharemos el Viernes Santo, describe la escena de María al pie de la Cruz. Ahí se realiza la profecía de Simeón: “Y a ti, una espada de atravesará el alma” (Lucas 2,35) Ella participó íntimamente en su sufrimiento redentor.
En Colosenses 1,24 San Pablo escribe; “Yo me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en favor de su cuerpo, que es la Iglesia” Los teólogos no se ponen de acuerdo en cuanto al significado exacto de ese texto, pero encontramos una resonancia de esas palabras en el mensaje de María: “¡Hace tanto tiempo que sufro por ustedes!”
Jesús sufrió por nosotros. María sufre por nosotros. ¿No podríamos también nosotros, de alguna manera, entrar en sus sufrimientos?
(Traducido por Hno. Moisés Rueda MS, Cochabamba, Bolivia)