P. René Butler MS - 3er Domingo de Pascua - Amor y testimonio

Amor y testimonio

(3er Domingo de Pascua: Hechos 5:27-41; Apocalipsis 5:11-14; Juan 21:1-19)

Existen países en los que el intento de ganar conversos al cristianismo es un crimen. Pero en otras partes del mundo, quizá muy cerca de donde vivimos, podríamos percibir el eco de las palabras del sumo sacerdote de la primera lectura: “Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre”.

Lo mismo sucedía en vastos territorios de la Francia de los tiempos de la Aparición de Nuestra Señora de La Salette. De hecho, la situación se deterioró tanto hasta el punto en que las órdenes religiosas, incluyendo los Misioneros de La Salette, fueron obligados, en torno al año 1900, a reubicarse en otros países para sobrevivir.

Como los Apóstoles, que “salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús”, nosotros también podemos regocijarnos de aquella persecución, que resultó en el crecimiento de la Congregación y contribuyó a la diseminación del mensaje y del carisma saletenses.

Pedro y los otros fueron testigos, llamados a compartir lo que habían visto y oído, sin importar la oposición. Idealmente, lo mismo debería decirse de los creyentes de hoy en día. Pero, ¿de dónde obtenemos la fortaleza?

La respuesta está en el Evangelio de hoy. Veamos la reacción de Pedro cuando el otro discípulo dijo, “¡Es el Señor!” Su corazón estaba tan lleno de amor por Jesús que no pudo ni esperar a que la barca llegara a la orilla.

Inmediatamente después, el Señor le preguntó tres veces, “¿Me amas?” y el cada vez respondió, “Sabes que te quiero” y Jesús le mandó apacentar a su rebaño. Nunca más Pedro dudaría en reconocer y proclamar a Jesús como Señor y Salvador.

Aplícate a ti mismo este pasaje. Cuando profesas tu amor por Jesús, ¿Cómo él te responde? ¿Qué espera de ti? De una manera o de otra esto implica alguna forma de testimonio, aunque no sea más que por medio de una completa y fiel participación en la vida de la Iglesia. Esto es lo mínimo que la Bella Señora espera de nosotros.

La segunda lectura describe una especie de liturgia, diferente en su forma a la nuestra, pero expresando el mismo deseo: “Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos”.

En nuestro culto y en nuestra vida, que esta sea nuestra meta.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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