La Vocación
(2do Domingo de Cuaresma: Génesis 12:1-4; 2 Timoteo1:8-10; Mateo 17:1-9)
Hay una leve contradicción entre el Salmo y nuestra segunda lectura. En el primero leemos, “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”. Esperanza y temor reverente parecen ser condición para la liberación.
Pero luego San Pablo nos dice, “Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa”. Aquí, la salvación es incondicional.
Vemos esto también en la primera lectura. Abraham fue llamado, y acogió las excelentes promesas de Dios, sin haber cumplido con ningún requisito. Y en el Evangelio, no se nos da ninguna razón de por qué Jesús decidió elegir a Pedro, Santiago y Juan como testigos de la Transfiguración.
El Señor llama a quien quiere, cuando quiere, como quiere. Esto vale para nosotros también. Como Laicos Saletenses, Hermanas y Misioneros, todos compartimos el don gratuito del amor de María.
Como en el caso de Abram, responder al llamado implica cambios, no necesariamente geográficos, por supuesto, sino un cambio de corazón, estar abiertos a dones adicionales: el temor del Señor, la generosidad en el servicio a Dios, nuestro deseo de soportar y “compartir los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio”.
La vida de fe, profesar y vivir el mensaje del Evangelio como católicos, nunca ha sido fácil, pero parece más difícil en los tiempos actuales. Se necesita de la oración. La oración a su vez, requiere del silencio, al menos el suficiente como para que seamos capaces de oír las palabras, “Este es mi Hijo muy querido...: escúchenlo”, dichas desde la nube luminosa, y que son silenciosamente replicadas por una Bella Señora que lleva sobre el pecho la imagen de aquel que es el muy querido.
Y cómo podríamos leer el Salmo de hoy sin pensar en ella. A través de sus lágrimas ella vio los sufrimientos de tantos; ella vino “para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”, aunque estaban lejos de temer al Señor o de esperar en su bondad.
¿Cómo compartimos aquella liberación? No hay una única respuesta para tal pregunta. Pero cuando deseamos profundamente sentir y vivir nuestra vocación, una respuesta se nos presentará en el momento oportuno, probablemente acompañada por las palabras, “No tengan miedo”.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.