Orar con Persistencia
(17mo Domingo Ordinario: Génesis 18:20-32; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)
“Si quiero que mi Hijo no los abandone, tengo que encargarme de rezarle sin cesar”, —dijo María en La Salette. “Por más que recen, hagan lo que hagan, nunca podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido en favor de ustedes”.
La súplica de Abraham por los inocentes que pudieran morir durante la destrucción de Sodoma y Gomorra es persistente, por lo menos. Su oración es atrevida: “¡Lejos de ti hacer semejante cosa! … Me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor”.
Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a rezar, en primer lugar, les indicó el tipo de cosas por las que deberíamos orar. Luego, con la parábola del amigo inoportuno, enfatizó la necesidad de perseverar en la oración, rezar con audacia. Al terminar les inspiró confianza al decirles: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”.
San Pablo habla de un acta de condenación con una fianza en contra nuestra. En este contexto, se refiere a una obligación legal, que si no es honrada conlleva la pérdida de dinero o de alguna otra cosa de valor, aún hasta la propia vida. Por medio de la muerte y la resurrección de Jesús, Dios dio por saldada dicha fianza y nos perdonó de todos los pecados.
Esto no significa que los cristianos ya no tengan más obligaciones. Tienen el deber de ser fieles al Dios que envió a su Hijo para salvarlos, necesitan conocer su voluntad y hacer lo mejor a su alcance para cumplirla.
Pero desafortunadamente, no siempre ha sido así. Lo que la Bella Señora vio en su pueblo es la falta de respeto por su Hijo y, aún más, por las cosas de Dios. No es para sorprenderse que haya hablado específicamente de la oración—la de ella y la nuestra.
Hablando a dos niños carentes de instrucción, ella les planteó las cosas de manera sencilla: un Padre Nuestro y un Ave María, y más cuando puedan. Pero la oración realmente debería ser más como la de ella. Debemos ser conscientes de lo que está sucediendo en y alrededor de nosotros, y llevar constantemente nuestras preocupaciones y sentimientos ante el Señor, como el salmista que, hoy, ofrece una oración de acción de gracias, pero a veces grita desolado, o se queja, o pide perdón, etc., etc., etc.
Nuestra Señora de La Salette, Reconciliadora de los pecadores, ¡Ruega siemprepor nosotros que recurrimos a ti!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.