Corrección Maternal
(23ro Domingo Ordinario: Ezequiel 33:7-9; Romanos 13:8-10; Mateo 18:15-20)
En el Evangelio de hoy, Jesús prevé que inevitablemente surgirán conflictos entre los miembros de su Iglesia.
Su primera preocupación es que los asuntos puedan ser resueltos pacíficamente. Hay que evitar conflictos mayores, que desemboquen en serias divisiones que pudieran esparcirse dentro de la comunidad
Es igualmente importante, sin embargo, que los asuntos sean mantenidos al interior de la Iglesia. En 1 Corintios 6, San Pablo se queja de los creyentes que llevan los casos a las cortes civiles: “¡Por lo visto, no hay entre ustedes ni siquiera un hombre sensato, que sea capaz de servir de árbitro entre sus hermanos! ¿Un hermano pleitea con otro, y esto, delante de los que no creen?”
Muchas comunidades religiosas tienen (o tenían) un ejercicio llamado “corrección fraterna”; en pares o en pequeños grupos, los miembros se señalan las fallas los unos a los otros. Cada uno debía tomarse en serio las palabras del otro con gratitud y esforzarse por mejorar.
Algunos podrían hasta ser llamados a tener una postura más profética, especialmente si creen que la propia comunidad está en peligro de perder el rumbo. Como Ezequiel, sienten una responsabilidad personal de desafiar a los otros.
Lo más difícil en todo esto es mantenerse fiel al mandamiento, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Debemos comportarnos ante los demás sin causar ofensa ni ofendernos, y sin dureza de corazón. Actuando así, la reconciliación no surgirá como un tema.
Sin embargo, ya que la Iglesia está formada por personas reales, surgirán conflictos ocasionales, que van desde grandes diferencias de opinión a serias acusaciones de mal comportamiento. La primera condición para la reconciliación es que haya un deseo genuino de ambas partes.
¿Qué tiene que ver todo esto con La Salette, uno podría preguntarse? Bastante. María se acercó a un pueblo absorto en sus propios problemas y culpando a Dios por ello. Un pueblo que había perdido de vista a Cristo, tanto que la reconciliación ni siquiera se les cruzaba por la mente.
Hacía falta una Bella Señora, hablando en términos proféticos, para hacerles ver que la reconciliación era deseable y alcanzable. Por medio de sus lágrimas, ella nos ofreció una corrección maternal, dándonos el modelo de un corazón que desea verdaderamente la reconciliación.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.