Volver a lo Básico
(16to Domingo Ordinario: Sabiduría 12:13-19; Romanos 8:26-27; Mateo. 13:24-43)
Las personas que recién están conociendo acerca de La Salette se sorprenden cuando leen las palabras de la Bella Señora: “Les he dado seis días para trabajar y me he reservado el séptimo, pero no quieren dármelo”. Inmediatamente recalcan: Es el día del Señor, no el de María.
Es cierto, pero el problema se resuelve al traer a colación la naturaleza bíblica y el tono del mensaje. En los profetas y en los salmos especialmente, a veces nos hace falta intuir quién es el que está hablando, insertar mentalmente, “Así dice el Señor”. Esto también es cierto, en este caso, con el mensaje de María.
Santificar el santo Día del Señor es el Tercer Mandamiento. Nuestra señora alude también al Segundo, “No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios”, cuando habla de “el Nombre de mi Hijo”.
Ambos encuentran su fundamento en el Primer Mandamiento: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar en esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí”.
Esta siempre ha sido una lucha. Fácilmente nos dejamos esclavizar por otros dioses.
Es por esta razón que tanto el autor de Sabiduría como el salmista celebran la misericordia y el perdón de Dios. Dios “da lugar al arrepentimiento”, porque él es “compasivo y bondadoso, lento para enojarse, rico en amor y fidelidad”.
Todas las parábolas que leemos hoy indican que somos, individualmente y como Iglesia, una obra en construcción. San Pablo nos urge a no desanimarnos. “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad… Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina”. En otras palabras, él sabe lo que es mejor para nosotros.
El acontecimiento y el mensaje de La Salette encajan perfectamente con esto. Se nos desafía, en nuestra debilidad, a dejar que el Espíritu brille hasta en lo más profundo de nuestros corazones y haga lo que tiene que hacer para que la buena semilla de Dios eche raíces y crezca, como la semilla de mostaza, frondosa y fructífera.
La conversión, la alabanza a nuestro Único Dios Verdadero, la constante confianza en el – estos son los caminos que La Salette nos enseña para volver a lo básico.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.