Amados y Elegidos
(6to Domingo de Pascua: Hechos 10:25-48; 1 Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)
Jesús les dice a sus discípulos, “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”. Ellos ya lo sabían, por supuesto, pero ahora, en las vísperas de su pasión, es un recordatorio importante. Las mismas palabras han resonado a lo largo de las edades, a cada generación de creyentes. También a cada uno de nosotros.
Maximino y Melania no eligieron a la Santísima Virgen. Fue ella quien los eligió. Comenzando con ellos, su mensaje, también ha producido un fruto duradero.
Esta elección no es exclusiva. En la primera lectura de hoy, San Pedro y sus compañeros en la casa de Cornelio,
“quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios”. Ellos no podrían haber tenido una mejor confirmación de las palabras de Pedro, “Dios no hace acepción de personas”.
Por tanto, las palabras del Salmo de hoy son ciertas: “Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios”.
El Espíritu Santo vino como un don, trayendo dones a los que la Iglesia llama Carismas. El carisma de La Salette no es algo que elegimos por nuestra cuenta. Al contrario, este nos atrae hacia sí. Somos sus ministros, proclamando la reconciliación en todos los confines de la tierra.
Pero no nos olvidemos de las otras lecturas de hoy, todas en torno al amor. Cuando Jesús nos dice que nos amemos los unos a los otros, nos provee el fundamento y el modelo: “como yo los he amado”. Esto quiere decir en primer lugar que debemos creer que él nos ama, y aceptar su amor. Luego, debemos esforzarnos en imitarlo – un desafío que resuena en la segunda lectura.
Uno de los más hermosos poemas de la literatura comienza con estas palabras, “¿De qué modo te amo? Deja que cuente las formas”. Si escuchamos a Jesús con nuestro corazón, ¿podemos oírle contando las maneras en las que nos ama?
Como saletenses, quizá necesitemos solamente mirar el crucifijo sobre el corazón de la Bella Señora. En la santa montaña ella se apareció en un tiempo y lugar necesitados de un mensaje de amor y de ternura misericordiosa.
Entonces que nuestra oración sea la de aceptar el inacabable amor de Dios, y vivir por él, glorificando a Dios en palabra y obra, hablando en lenguas de Amor (con o sin palabras).
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.