El Señor es mi…
(4to Domingo de Pascua: Hechos 4:8-12; 1 Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)
La mayoría de nosotros, si se nos pidiera terminar la frase del título, diríamos: Pastor. Pudiera sorprendernos el hecho de que hoy, a menudo llamado “Domingo del Buen Pastor”, no tengamos el Salmo veintitrés como nuestro responsorial.
Sin embargo, mientras el Evangelio se enfoca sobre Jesús como el buen Pastor, las otras lecturas y el Salmo proveen otras imágenes o títulos.
Por ejemplo, Jesús es la piedra rechazada. San Pedro, continuando su discurso, el que había comenzado la semana pasada, aplica el Salmo 118 al pueblo reunido en torno a él en el Templo: “la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado”, reflejando la relación hostil de parte de algunos del pueblo y de sus líderes.
En La Salette, la Santísima Virgen dio ejemplos de cómo su pueblo había rechazado a su Hijo. ¿Hemos sido nosotros, personalmente, merecedores de sus reproches? Al contemplar el crucifijo sobre su pecho, ¿escuchamos las palabras de San Pedro, hablando de “Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron”? Si es así, acerquémonos al Señor con humilde arrepentimiento.
Jesús es la piedra angular, el cimiento de nuestra fe y de la fe de la Iglesia. Esta imagen es muy cercana a lo que encontramos en el Salmo 18, donde David llama al Señor “mi fuerza, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador”. Henos aquí, frente a nuestro Dios en una relación de confianza.
Ocurre lo mismo con el Buen Pastor, por supuesto, aunque a veces el orgullo nos tienta querer caminar por nuestra cuenta y resulta que nos encontramos andando la senda del pecado por nosotros mismos. Ya que queremos que el Pastor nunca nos abandone – hay que recordar las palabras de María, “Si quiero que mi Hijo no los abandone” ¿por qué entonces nosotros lo abandonaríamos? Necesitamos que nos guíe, que nos nutra (especialmente en la Eucaristía), que nos proteja.
Piedra rechazada, Piedra Angular, Buen Pastor: vemos que no son sólo nombres sino relaciones con Dios Hijo.
Algunos podrán decir, “El Señor es mi amigo”, no como un igual, por supuesto, sino como aquel que verdaderamente se interesa por nosotros. Eso forma parte del mensaje de La Salette.
Pensémoslo. ¿Quién es Jesús para ti? ¿Quién eres tú para él? Más importante aún. ¿Sientes cuán profundamente eres amado? Y ¿respondes de la misma manera?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.