¿Imposible?
(2do Domingo de Pascua: Hechos 4:32-35; 1 Juan 5:1-6; Juan 20:19-31)
Para el Apóstol Tomás una cosa era cierta: Jesús estaba muerto y sepultado. Por lo tanto, era simplemente imposible que los otros lo hubieran visto vivo. Las puertas de su mente estaban aún más fuertemente cerradas que las del lugar en donde los discípulos estaban reunidos al atardecer de ese primer día de la semana.
Otra cosa imposible se presenta como un hecho en la primera lectura. “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos”. Y en el Salmo leemos: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”.
Estas cosas están fuera del alcance de la comprensión humana, por eso el salmista acota: “Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos”. La segunda lectura lo plantea de otra manera: “Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe”.
Cualquiera viendo el estado del cristianismo en la Francia del siglo XIX podría haber pensado como algo imposible la sobrevivencia de la Iglesia, dada la hostilidad que había en su entorno, y la fe tibia de muchos de sus miembros. Pero, como los Apóstoles que “daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús”, la Madre de nuestro Señor, con gran ternura, le hizo a su pueblo un llamado a la reconciliación y a la conversión de corazón, por medio de un fiel retorno a la oración y a la Eucaristía.
El relato de Tomás en el Evangelio de hoy es para nosotros un recordatorio de que nuestra fe no es algo que se da por sentado, sino que hay que valorarla como el más grande y el más bello de los dones. Sí, Jesús puede atravesar las puertas cerradas de la indiferencia, de la complacencia, del orgullo, del abatimiento, etc. Pero ¿queremos realmente nosotros colocarnos en esa postura?
Jesús en su misericordia tomó la iniciativa de poner a Tomás de nuevo en el lugar que le corresponde entre los Apóstoles. Luego pronunció una Bienaventuranza: “¡Felices los que creen sin haber visto!” Esto es también para nosotros.
La Oración Inicial de hoy expresa bellamente el propósito: “para comprender, verdaderamente, la inestimable grandeza del bautismo que nos purificó, del espíritu que nos regeneró y de la sangre que nos redimió”.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.