Un Espíritu Generoso
(5to Domingo de Cuaresma: Jeremías 31:31-34; Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)
¿Te confundes cuando lees en la Carta a los Hebreos que Jesús, “aunque era Hijo de Dios, aprendió qué significa obedecer, alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna”? ¿Acaso no era siempre el perfecto, obediente Salvador?
Desde el comienzo de la cuaresma, hemos estado concienzudamente esforzándonos por alcanzar la perfección y la santa obediencia, también conocida como sumisión. Conocemos la lucha por dejar de lado los impulsos y las obsesiones, para “caer en la tierra y morir”, como Jesús dice en el Evangelio de hoy. Pero, si vemos esto primeramente como algo que debemos lograr por nosotros mismos, esperando que para la Pascua seamos capaces de decir. “¡lo logré!”, entonces habremos perdido el rumbo.
Mirando las otras lecturas, especialmente el Salmo, “¡Ten piedad de mí, Señor... borra mis faltas! ¡Lávame de mi culpa y purifícame de mi pecado! Crea en mí un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu... No me arrojes lejos... ni retires de mí tu santo espíritu... que tu espíritu generoso me sostenga”. Nuestro rol en todo esto es simplemente inclinarnos humildemente ante nuestro amoroso Dios. El hace todo el trabajo.
Solamente después de todo esto es cuando el salmista toma una resolución: “yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti” – un pensamiento muy en el corazón de todo saletense. La alegre, aunque a veces difícil, celebración del Sacramento de la Reconciliación puede otorgarnos la audacia para lograrlo.
En Jeremías, también, vemos que todo es obra de Dios. “estableceré una nueva Alianza... pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones... yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado”. Todo con un solo propósito: “yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo”. La Bella Señora viene para renovar en nosotros esta esperanza.
Justo antes de la Comunión, una de las oraciones que dice el sacerdote concluye con las palabras, “Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permita que me separe de ti”.
Esto se hace eco en las palabras de Jesús, “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor”. Al llevar la imagen de su Hijo crucificado, perfecto y obediente, María nos invita a estar de pie con ella junto a su cruz.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.