El Señor Nuestro Dios
(3er Domingo de Cuaresma: Éxodo 20:1-17; 1 Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)
¿Recuerdan lo que Dios le dijo a Moisés cuando este le preguntó su nombre? El Señor respondió categóricamente, “Yo soy el que soy”, y le dijo a Moisés que le dijera al pueblo, “YO SOY me envió a ustedes”.
Hoy leemos, “Yo soy el Señor, tu Dios... yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso”. Podría sorprendernos el saber que, en el original hebreo, el verbo soy no aparece aquí. Pero nuestra gramática lo requiere, así que el traductor lo inserta.
En teoría, en la ausencia del verbo, alguien pudiera traducir el texto como era, o será, o, usando otras muchas variantes. Lo importante es reconocer que al Señor como aquel que es, que era, que será, puede ser, pudiera ser, etc. – pues el ES, en el sentido más absoluto, nuestro Dios.
El Señor es Dios en sí mismo, pero también y, desde nuestra perspectiva, más importantemente, él es Dios para nosotros. “Yo soy el Señor, TU Dios”. Nuestra fe se fundamenta sólidamente en este primer mandamiento. No debemos servir a otros Dioses, no debemos adorar a ídolos. Este es el cimiento de todos los Mandamientos.
Nuestra Señora de La Salette habló explícitamente del Segundo y del Tercer Mandamiento. Sin embargo, es obvio, que el pueblo que los transgredía también rechazaba el Primero. Otros ídolos habían reemplazado al Señor su Dios.
Bajo esta perspectiva, la Cuaresma es el tiempo perfecto para reflexionar sobre el estado de nuestra relación con nuestro Dios. ¿Cuán fieles hemos sido? ¿Hasta qué punto nos hemos creado otros ídolos e inclinado ante ellos?
¿Compartimos el entusiasmo por la ley del Señor, los preceptos, los mandamientos, la palabra, los juicios del Señor, que expresa el Salmo de hoy? ¿Son más atrayentes que el oro, más dulces que la miel? O en cambio, ¿son escándalo y locura, tan difíciles de aceptar para nosotros hoy como lo fue la noción de un Mesías crucificado en tiempos de San Pablo?
El salmista amaba la ley, no como un abogado, sino porque era la ley DEL SEÑOR, a quien amaba con todo su corazón. Igualmente, la Bella Señora nos recuerda los mandamientos por el amor que tiene por nosotros y por su Hijo.
Ella nos muestra que, si deseamos tener una relación de amor con Dios, y cuando nos inclinamos (sometemos) solamente a él, entonces todo lo demás vendrá por añadidura.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.