Un lugar seguro
(4to Domingo Ordinario: Jeremías 1:4-19; 1 Corintios 12:31—13:13; Lucas 4:21-30)
Comenzamos esta reflexión con una oración, por nosotros o por los que pasan necesidad, nos dirigimos al Señor con el Salmo de hoy. “Sé para mí una roca protectora, Tú que decidiste venir siempre en mi ayuda, porque Tú eres mi Roca y mi fortaleza”.
Dios llamó a Jeremías para ser un profeta, diciéndole, “Antes de formarte en el vientre materno, Yo te conocía; antes de que salieras del seno, Yo te había consagrado”. Imaginemos cómo sería oír semejantes palabras, tener la certeza de que el Señor tiene un plan para nosotros.
Jeremías era joven y no tenía experiencia, y trató de negarse; pero Dios le prometió estar con él y, como escuchamos en la primera lectura de hoy, hacer de él “una plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce”, preparado para la dura vida que le esperaba más adelante.
Puede que nosotros estemos más decididos que Jeremías, pero aun así nos hacen falta algunas de las garantías que el recibió. Necesitamos un sentido de seguridad, confiando siempre en que el Señor es nuestro refugio.
Tengamos en cuenta de que Maximino y Melania no estaban preparados para semejante tarea. La dulzura en la voz de la Bella Señora hizo que se sintieran seguros, y el recuerdo de su ternura debió ser un refugio para ellos cuando debían enfrentar la incredulidad, y hasta la hostilidad, de muchas personas.
En el Evangelio de hoy, Jesús no sintió al principio el rechazo total en su pueblo natal, pero tampoco se encontró con la bienvenida que razonablemente podría hacer esperado. Pareciera que sus antiguos vecinos pensaban que él se andaba dando aires de grandeza. Cuando buscamos compartir nuestra fe, y es triste decirlo, a veces nosotros también podemos ser mejor recibidos por personas que no nos conocen tanto.
Cuando leemos la famosa descripción del amor de San Pablo, en la segunda lectura, la imagen de Dios mismo viene continuamente a nuestras mentes. Esto no debería ser una sorpresa, ya que San Juan en su Primera Carta (4:16), escribe, “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”.
Entonces nuestra oración podría ser así: “Tu amor lo es todo, oh Señor. En él encuentro mi refugio, y nunca seré avergonzado”. Anclémonos en la roca de nuestra salvación, es decir, en una relación de amor con Dios, mientras buscamos llevar la reconciliación a nuestro mundo.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.