Recuperar nuestra herencia
(24to Domingo Ordinario: Éxodo 32:7-14; 1 Timoteo 1:12-17; Lucas 15:1-32)
Los Fariseos y los escribas, en el evangelio de hoy se quejaron de Jesús. “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Ellos nunca harían algo así. Para ellos, era algo desagradable.
Jesús no pide disculpas. En cambio, les presenta tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida, el hijo pródigo. Todas ellas hablan de la alegría de encontrar lo que se había perdido, de recibir al pecador que vuelve arrepentido.
Sin embargo, es sólo la tercera parábola en la que se representa a un pecador, el hijo menor malgastando su herencia, devorando los bienes de su padre con prostitutas, tal como ásperamente afirma el hijo mayor.
En la primera lectura, Dios se queja de que su pueblo esté adorando un becerro de metal fundido. (Recuerda que ellos despilfarraron su oro para fabricarlo). Él se enfureció tanto que, al hablar con Moisés, los llama “tu pueblo”, y “un pueblo obstinado”.
En La Salette el lenguaje de María es similar. “Si mi pueblo no quiere someterse”. Ella no está enojada, todo lo contrario; pero quiere que su pueblo sea consciente del peligro que enfrenta a menos que busque la gracia de Dios con humildad.
Aquel pueblo una vez tuvo una rica herencia de fe, pero la dejaron de lado. Hoy, tristemente, somos testigos de la misma situación. Necesitamos concientizarnos, asumirlo y hacernos responsables de nuestra naturaleza caída, como parte de un pueblo que tiende a suplantar a nuestro Creador, con el falso dios representado en la figura del becerro de oro.
En la medida en que compartimos tal actitud, necesitamos aprovechar del bello sacramento de la reconciliación para nuestro beneficio, humildemente confesando nuestra pecaminosidad ante nuestro Padre y recuperando nuestra herencia. Luego de lo cual, lejos de separarnos de nuestro pueblo, nuestra vocación saletense nos llama a imitar a Jesús, que acogió a los pecadores.
Cada una de las parábolas comienza identificando a una persona, el protagonista real, aquel que ha perdido algo valioso. La intensidad de su pérdida conduce a una búsqueda frenética o, en el caso del padre, a un profundo anhelo, y se manifiesta más fuertemente cuando lo perdido se convierte en lo encontrado.
Es así como Jesús quiere que nos sintamos. Es lo que María vino a llevar a cabo, por medio de su aparición misericordiosa, y por el mandato que nos ha dejado.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.