La alegría y la gloria de los misioneros
(14to Domingo Ordinario: Isaías 66:10-14; Gálatas 6:14-18; Lucas 10:1-12, 17-20)
[NOTA: La siguiente reflexión está dedicada con mucho cariño a la memoria del Obispo Donald Pelletier, M.S., 90 años, misionero de toda una vida en Madagascar, que murió atropellado por un coche el 4 de junio de 2022, al tiempo en que se preparaba esta reflexión.]
En el Evangelio de hoy Jesús les encargó a los setenta y dos discípulos que lo precedieran en los pueblos y ciudades donde él iba a ir. Les proveyó con instrucciones específicas en cuanto al cómo, el qué, el dónde, etc., de su misión. Ellos ya habían pasado un tiempo significativo en su compañía, ya estaban listos, y partieron.
La misión fue un éxito, así lo leemos: “Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: ‘Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre’”. Los Misioneros de La Salette, las Hermanas y Laicos no son ajenos a esta experiencia. Ya sea en tierras y lenguas desconocidas, o en nuestros propios pequeños mundos, conocemos la experiencia de llevar el mensaje de paz y de promesa, especialmente cuando este es bien recibido.
Pero Jesús también vio la posibilidad de fracaso, y les dijo a sus discípulos lo que hay que hacer en ese caso. San Pablo otorga más instructivos en la segunda lectura; “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
Aquí es bueno para nosotros recordar una vez más que toda la luz gloriosa de la Aparición de Nuestra Señora de La Salette emanaba del crucifijo que descansaba sobre su corazón. Cuando experimentamos el fracaso o el rechazo en nuestra misión de reconciliación, podemos imaginarnos a nosotros mismo inmersos en aquella misma luz.
Dicho aquello, el tema dominante de la liturgia de hoy es la alegría. La primera lectura pone la base. Isaías tiene la visión del retorno de los exiliados a Jerusalén, y los compara con un bebé que amamanta exuberante en los pechos de su madre – ¡una imagen de perfecta felicidad!
El Salmista retoma el tema: “¡Aclame al Señor toda la tierra!”, y luego procura decirlo de tantas maneras como puede una y otra vez.
Naturalmente nos llenamos de gozo cuando nuestros esfuerzos misioneros producen fruto. Pero no nos olvidemos de las palabras de Jesús, “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. Y hay un consuelo extra para nosotros, si nos hiciera falta, es que nuestros nombres estén escritos en el corazón de la Bella Señora.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.