Los Favores de Dios Renovados
(1er Domingo de Adviento: Isaías 63:16—64:7; 1 Cor 1:3-9; Marcos 13:33-37)
A los profetas les agrada hacerle recordar a Dios cosas que él ya sabe. La primera lectura de hoy comienza justo con una declaración en ese estilo: “Tú, Señor, eres nuestro padre; ¡nuestro Redentor es tu Nombre desde siempre!” Isaías continúa recordando los antiguos “portentos inesperados” de Dios en favor de su pueblo.
Lo que realmente está diciendo es: “¡Señor, lo has hecho antes, hazlo de nuevo!”
En lugar de obligar a Israel a volver a él, Dios había permitido que su pueblo anduviera por su cuenta y sufriera las consecuencias. Fue en medio de tales circunstancias que María vino a La Salette.
Isaías añade, “¡Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos!”. Él sabe que aquello no describe la actitud ni el comportamiento de su pueblo; por eso agrega: “No hay nadie que invoque tu nombre”.
La Bella Señora nos dice que ella ruega constantemente a su Hijo por nosotros. Parte de esa oración consiste seguramente en hacerle recordar lo que él ha hecho por nosotros. Luego, hablando a los dos niños, ella reconoce la infidelidad de su pueblo, y el crucifijo que lleva sirve como un recordatorio de la redención alcanzada por su Hijo, la fuente de nuestra esperanza.
En la Oración Inicial de la Misa de hoy, le pedimos a Dios y le “rogamos que la práctica de las buenas obras nos permita salir al encuentro de tu Hijo que viene hacia nosotros”. Debemos entender correctamente esto. No es que esperamos ganar la salvación por medio de nuestras obras. Más bien, a aquel que ya nos ha salvado deseamos ofrecerle lo que él mismo nos dice que será de su agrado.
Puede que hayas tenido un momento determinante en tu vida en el que has abrazado la fe de un modo verdaderamente personal. Tu vida cambió en cierto modo, y resolviste vivir tu vida cristiana lo más plenamente posible.
El Adviento es el tiempo perfecto para pedir a Dios que renueve sus favores, como en la respuesta al Salmo de hoy: “Restáuranos, Señor del universo, que brille tu rostro y seremos salvados”.
En nuestros corazones podríamos oír la respuesta: “Y tú, vuelve a mí; déjame ver tu rostro y te salvarás”. Talvez nos haga recordar de nuestra antigua devoción y nos diga, “¡Lo hiciste una vez; hazlo de nuevo!”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.