El Viviente
(2do Domingo de Pascua: Hechos 5:12-16; Apocalipsis 1:9-19; Juan 20:19-31)
Los estudiosos generalmente están de acuerdo en que Juan, el autor del cuarto Evangelio, también escribió el Apocalipsis. En ambos, Jesús con frecuencia usa la frase “yo soy” esto de algún modo es una reminiscencia de las palabras que Dios dijo a Moisés, las que leímos no hace mucho: “YO SOY EL QUE SOY”
Tenemos un ejemplo en la lectura del Apocalipsis de hoy: “Yo soy el Primero y el Último, el Viviente”. Jesús se da a sí mismo nombres importantes, describiendo quién es él en su ser más profundo. Prosigue diciendo, “Vivo para siempre”—una versión aún más enfática de sus palabras que escuchamos en la Última Cena, “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Luego leemos un dicho misterioso, “Tengo la llave de la Muerte y del Abismo”. Parece combinar las nociones de poder y juicio, tal como podemos encontrar en La Salette cuando María habla del “brazo de mi Hijo”
Las palabras de la Bella Señora están sujetas a varias interpretaciones, pero teniendo en cuenta el contexto de otras partes de su discurso, es difícil no aceptar la lectura tradicional, como cuando dice, “Si quiero que mi Hijo no los abandone”, y “Se los hice ver el año pasado con respecto a las papas: pero no hicieron caso”.
Pero hoy es el Domingo de la Divina Misericordia. Ustedes han visto la imagen, con rayos emanando del corazón de Jesús. En nuestro contexto saletense muchas veces hemos notado que la luz de la Aparición proviene del crucifijo que María portaba sobre su pecho. La gran noticia que ella vino a entregar viene de esa cruz. La Salette es una aparición misericordiosa.
Jesús, el Viviente, sopla sobre nosotros como sopló sobre los Apóstoles en el Evangelio de hoy. A ellos y a sus sucesores les dio poder y juicio especiales para perdonar o retener pecados. A nosotros él nos da nuestro carisma de reconciliación, el cual brilla con resplandor especial el día de hoy.
El perdón es la meta, libremente ofrecida a todos aquellos que elegirán someterse a la divina voluntad y a cambiar sus vidas de acuerdo con esa opción. Esto estaba entre los “signos y prodigios” mencionados en la primera lectura.
No nos hemos olvidado de la duda de Tomás. Pongámonos al lado de él y de los otros Apóstoles mientras aceptamos con amor y gratitud el saludo de Jesús: “¡La paz esté con ustedes!”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.