Una fe radical
(20mo Domingo Ordinario: Jeremías 38:4-10; Hebreos 12:1-4; Lucas 12:49-53)
Jeremías, comprometido con su ministerio profético, se les caía profundamente mal a los líderes. Sus enemigos, en la primera lectura, lo acusaban de desmoralizar al pueblo.
El mensaje de La Salette tiene un fuerte carácter profético. No es de sorprenderse, entonces, que La Salette sea menos conocida, menos popular que otras apariciones.
Jesús encontró oposición en muchos frentes. Uno de sus Apóstoles lo traicionó. En el Evangelio de hoy les dice a sus discípulos que esperaran lo mismo, aun de parte de sus propias familias.
La segunda lectura no minimiza la lucha que enfrentamos. El último versículo llega hasta a plantear la posibilidad de derramamiento de sangre. Pero se nos recuerda que Jesús “sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento”, y nos exhorta a que “Corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en Jesús”.
No se nos espera disfrutar del conflicto. De hecho, en muchas situaciones sociales se considera de mal gusto ponerse a discutir sobre política o religión; es desagradable, demasiado divisivo; causa muchas rencillas, demasiadas sensibilidades heridas.
Nos duele, como pueblo dedicado a la causa de la reconciliación, ver tanta disensión. Puede ser tan perturbador que nos sintamos tentados a mirar hacia otro lado. Pero entonces no seríamos fieles a nuestra vocación.
Cada vez que escuchamos las palabras de Jesús, “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división”, nos sentimos choqueados. Después de todo, en cada Misa escuchamos otro de sus dichos, el del Evangelio de Juan 14:27: “La paz les dejo, mi paz les doy”. ¿Pueden ser verdaderos estos dos dichos? Sí. Los conflictos externos no excluyen la paz interior.
Necesitamos justamente entender y aceptar cuán radical es creer en Dios y buscar cumplir su voluntad. ¿Tenemos una fe ferviente? ¿Ardemos de amor por Dios? ¿Poseemos aquel que es el más precioso de los dones del Espíritu Santo – un apropiado temor del Señor?
No debemos ser tibios en nuestra fe. Tampoco tener una actitud beligerante. Sino, imitar a la Bella Señora en su manera tierna de llegar a los niños, “Acérquense, no tengan miedo”, así, como ella, nosotros podemos ofrecer al mundo la paz de Cristo.Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.