La Reputación
(30mo Domingo Ordinario: Éxodo 22:20-26; 1 Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)
Nadie nunca podría acusar a San Pablo de adulación. Así que, cuando escribe a los tesalonicenses, ustedes “llegaron a ser un modelo para todos los creyentes, lo está diciendo de verdad.
¡Cuán distinto son a las palabras de la Bella Señora! Su pueblo, lejos de ser tomado como modelo, se ganó una reputación completamente opuesta, que podría ser identificada como flojera espiritual. Después de su Aparición, sin embargo, un cierto número de personas, el papá de Maximino entre ellas, decidieron limpiar su imagen, por así decirlo.
Una buena reputación es importante. A ninguno de nosotros nos gusta hacer el ridículo, que nos insulten o que nos hagan sentir menos de lo que deberíamos ser. Todos preferiríamos ser reconocidos más por el bien que hacemos que por nuestros defectos.
Pablo les dice a los tesalonicenses que otras comunidades cristianas han oído de “cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero”. De ese modo ellos observaron el más grande de los mandamientos.
Pero ellos también observaron el mandamiento de amar a su prójimo. Fueron conocidos por su celo misionero: “de allí partió la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios”.
Los Misioneros de La Salette, las Hermanas y los Laicos cuentan con una reputación, entre otras cosas, por un buen espíritu de acogida y un deseo de promover la reconciliación. Como individuos nosotros algunas veces nos quedamos cortos, pero esperamos que se diga de nosotros que nuestro amor por Dios es tan grande que se desborda en amor por nuestro prójimo.
Debemos mantener un cierto equilibrio, especialmente cuando nuestra fe pudiera no ser bien recibida en la tierra extrajera que es ahora nuestra sociedad moderna y secular. Es entonces cuando el testimonio de nuestro modo de vida cristiano importa más.
Esto incluye la famosa lista de los frutos del Espíritu de Pablo: ”amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”. Podríamos también añadir el testimonio de María en La Salette: sus lágrimas y su oración constante, en respuesta al pecado y al sufrimiento.
De esta manera podemos esperar vivir en paz con todos. Ojalá que nuestra reputación, al menos pueda despertar la curiosidad en los demás, y atraerlos a Aquel que nos atrajo a nosotros.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.