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Carta do Superior Geral
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El Don Gratuito de Dios

(2do Domingo de Cuaresma: Génesis 15:5-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36) 

En la discusión sobre el valor de la fe y las obras, ningún texto es más esencial que Génesis 15:6, “Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación”. San Pablo comenta este texto en su amplitud en Romanos 4. 

El Salmo 143:2 clama, “No llames a juicio a tu servidor, porque ningún ser viviente es justo en tu presencia”. Por lo tanto, la fe de Abrám, no es prueba de su justicia ante Dios; pero el Señor se la “acreditó”, como diciendo, “no es perfecta, pero servirá.”

Es importante recordar esto cuando reflexionamos sobre La Salette. La conversión que María busca no se trata solamente de respetar el nombre del Señor y el día del Señor, guardar la Cuaresma, y rezar fielmente. La importancia de estas actitudes y actividades está en su significado que viene de la fe que las acompaña.

Sin embargo, Santiago 2:26, resalta que la fe sin obras está muerta. En otras palabras, la fe requiere de expresiones concretas en nuestra manera de vivir.

Ni la fe ni las obras tienen el poder de darnos la calificación de justos. Eso es un don gratuito de Dios tanto para Abram como para nosotros. Es por su misericordia que el elige considerar nuestra fe fuerte y nuestras obras grandes.

A menudo estamos anhelando lo que está más allá de nuestro alcance. “Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo”. Escribe San Pablo. El habla de nuestro estado como no habiendo alcanzado aún su completa realización, con la expectativa de que Jesús lo llevara a su pleno cumplimiento.

Jesús eligió sólo tres de sus Apóstoles para ser testigos de su transfiguración en la montaña. Aquello fue también un don gratuito inmerecido por parte de ellos. Pedro tenía razón al decir, “Maestro, ¡qué bien estamos aquí!” El entendió la naturaleza privilegiada del acontecimiento.

Muchos peregrinos de La Salette comparten este sentimiento. Hasta la misma naturaleza insinúa las alturas espirituales a las cuales la Bella Señora nos quiere hacer llegar.

Después que María desapareció aquel 19 de septiembre de 1846, Melania dijo haber pensado que la Señora pudo haber sido una gran santa. Maximino respondió, “Si lo hubiésemos sabido, le hubiéramos pedido llevarnos con ella.” En efecto, con su ayuda podemos atrevernos a rezar con las palabras del Salmo de hoy: “Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Profesión de Fe

(1er Domingo de Cuaresma: Deuteronomio 26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13) 

El ritual de la cosecha prescrito por Moisés incluye una declaración acerca de la liberación de la esclavitud que Dios hizo en favor de su pueblo. Toma la forma de un registro histórico, pero es una profesión de fe en el Dios que salva

San Pablo nos invita a afirmar nuestra fe: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado”.

La fe, una fe viva, constituye la base fundamental de toda vida cristiana. Se expresa de maneras comunitarias y personales. En La Salette la vemos de ambas formas.

La Cuaresma es una tradición comunitaria, ha existido en la Iglesia por muchos siglos. En el tiempo de la Aparición, las prácticas penitenciales asociadas con esta época eran más rigurosas de lo que son al presente, especialmente con relación al ayuno. En su discurso, Nuestra Señora de La Salette se refirió directamente a la total indiferencia con respecto a esta disciplina anual.

En cuanto a la expresión personal de la fe, ella habló de la importancia de la oración, nada elaborado, pero al menos lo suficiente para mantener un contacto diario con Dios, por la noche y la mañana. Y cuando sea posible recen más.

La fe es comunitaria, en tanto compartamos las mismas creencias. Es personal, también, pero no en el sentido de que podamos escoger qué creer o qué no creer. Más bien, reconoce y acepta que cada uno de nosotros es único y que no todos respondemos con la misma intensidad a cada aspecto de nuestra fe. Para nosotros que tenemos una fuerte conexión con La Salette, por ejemplo, la reconciliación, donde quiera que se presente, resuena de manera especial.

De hecho, es así como estas reflexiones fueron escritas, escuchando los ecos, yendo y viniendo entre la Sagrada Escritura y el acontecimiento, el mensaje y el misterio de La Salette.

La Cuaresma es un tiempo para hacer revivir la fe personal en el contexto de la fe de la Iglesia, para recordar que no vivimos sólo de pan (o carne). Presta especial atención a tus respuestas personales en la medida en que te vas encontrando con las lecturas. Puedes descubrir una nueva profundidad en tu relación con Cristo, un desafío más fuerte de querer vivir guiado por sus enseñanzas. Una convicción más profunda en tu profesión de fe.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Palabra: Hablada, Escrita, Vivida

(8vo Domingo Ordinario: Sirácides 27:4-7; 1 Corintios 15:54-58; Lucas 6:39-45)

Sirácides es uno de los Libros Sapienciales, lleno de sentido común. Muchas de las enseñanzas de Jesús entran en esta misma categoría. Como tal, hoy escuchamos dos dichos que son casi intercambiables.

Sirácides escribe: “El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos; así la palabra expresa la índole de cada uno”. Jesús dice: “Cada árbol se reconoce por su fruto… porque de la abundancia del corazón habla la boca”.

Entonces cuando la gente enojada usa el nombre de Jesucristo, ¿Qué clase de fruto se manifiesta? María en La Salette se refiere a esto de manera directa. Su pueblo, su pueblo cristiano, al abusar así del nombre de su Hijo, manifiesta tener un corazón anticristiano.

Alguien podría decir, “no significa nada en absoluto” Pero esto solo hace que el comportamiento sea peor. ¿Cómo podemos pronunciar aquel nombre como si no significara nada? Recordemos lo que San Pedro dijo ante el Sanedrín: “No existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación” (Hechos 4:12).

Mirándolo desde el lado opuesto, está la Palabra de Dios, en las Sagradas Escrituras. En los Evangelios, la palabra “escrito” aparece alrededor de cincuenta veces, invocando la autoridad de la Palabra de Dios para establecer asuntos o probar un punto, así como San Pablo lo hace cuando escribe, “Entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida”.

La Bella Señora se queja porque su pueblo no muestra ningún interés en escuchar la Palabra de Dios. “Sólo van algunas mujeres ancianas a Misa”. Cuán lejos de las palabras de Jesús, “Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”. (Lucas 11, 28).

La mayoría de nosotros tenemos que atenernos a las traducciones para entender las Escrituras. En La Salette María cambió su lenguaje al dilecto local cuando vio que los niños no entendían lo que les estaba diciendo en francés. Esto demuestra cuán importante era para ella que su mensaje fuera conocido por todo su pueblo.

La Palabra de Dios en toda su importancia también debe ser traducida, y no solamente en los muchos idiomas del mundo, sino en el idioma que realmente importa: el idioma de nuestra vida.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Transformados

(7mo Domingo Ordinario: 1 Samuel 26:2-23; 1 Corintios 15:45-49; Lucas 6:27-38) 

El poder trasformador de la gracia de Dios se demuestra maravillosamente por medio de su perdón, y está descrito con elocuencia por el salmista: “Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados” (Comparar también Miqueas 7:19, e Isaías 38:17.)

La biblia no oculta el comportamiento pecaminoso de David; aun así, dice que su corazón “perteneció íntegramente al Señor, su Dios” (1 Reyes 11:4). Se negó a matar a Saúl, su enemigo, porque Saúl era el ungido del Señor.

La reflexión de Pablo con respecto al hombre terrenal y al celestial es misteriosa, mística. Aun para él es difícil explicar el cambio que seguramente tendrá lugar en la resurrección.

Las exigencias de Jesús a sus discípulos nos son tan familiares que no nos damos cuenta de lo contradictorias que pudieron haber sonado para sus oyentes. Requieren de un serio cambio de corazón. “Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes” – más fácil decir que hacer.

María en La Salette también hace un llamado al cambio. La conversión es bastante difícil para nosotros, pero la sumisión es desagradable, aunque fuera acompañada por la promesa de abundancia.

Una señal de que tal transformación es posible puede encontrarse, tal vez, en Maximino y Melania mismos, aunque no en un sentido moral. Al ser interrogados, ellos mostraron una perseverancia y una inteligencia que ninguna persona razonable podría esperar de ellos. Cuando hablaban de la Aparición, Melania se volvía más comunicativa, Maximino más sereno.

Los niños entienden que las lágrimas tienen una conexión con la vida, con situaciones que piden consuelo: dolor, duelo, miedo, etc. Cuando visitan el Santuario de La Salette por primera vez, se sienten tristes por la Bella Señora, y preguntan a sus padres, “¿Por qué llora ella?”

Es María misma la que responde la pregunta. Su pueblo se olvidó de su hijo. Esto no debe seguir así. Se ve obligada a suplicarle constantemente por nosotros. Nunca podremos recompensarle por el trabajo que ella ha emprendido en favor nuestro; pero esto no quiere decir que no podamos intentarlo.

La gracia transformadora de Dios es poderosa en La Salette, no solamente en la Montaña Santa, sino en todos aquellos que se apropian de las palabras de María, sus lágrimas y su amor profundo.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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