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Un Espíritu Generoso

(5to Domingo de Cuaresma: Jeremías 31:31-34; Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)

¿Te confundes cuando lees en la Carta a los Hebreos que Jesús, “aunque era Hijo de Dios, aprendió qué significa obedecer, alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna”? ¿Acaso no era siempre el perfecto, obediente Salvador?

Desde el comienzo de la cuaresma, hemos estado concienzudamente esforzándonos por alcanzar la perfección y la santa obediencia, también conocida como sumisión. Conocemos la lucha por dejar de lado los impulsos y las obsesiones, para “caer en la tierra y morir”, como Jesús dice en el Evangelio de hoy. Pero, si vemos esto primeramente como algo que debemos lograr por nosotros mismos, esperando que para la Pascua seamos capaces de decir. “¡lo logré!”, entonces habremos perdido el rumbo.

Mirando las otras lecturas, especialmente el Salmo, “¡Ten piedad de mí, Señor... borra mis faltas! ¡Lávame de mi culpa y purifícame de mi pecado! Crea en mí un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu... No me arrojes lejos... ni retires de mí tu santo espíritu... que tu espíritu generoso me sostenga”. Nuestro rol en todo esto es simplemente inclinarnos humildemente ante nuestro amoroso Dios. El hace todo el trabajo.

Solamente después de todo esto es cuando el salmista toma una resolución: “yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti” – un pensamiento muy en el corazón de todo saletense. La alegre, aunque a veces difícil, celebración del Sacramento de la Reconciliación puede otorgarnos la audacia para lograrlo.

En Jeremías, también, vemos que todo es obra de Dios. “estableceré una nueva Alianza... pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones... yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado”. Todo con un solo propósito: “yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo”. La Bella Señora viene para renovar en nosotros esta esperanza.

Justo antes de la Comunión, una de las oraciones que dice el sacerdote concluye con las palabras, “Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permita que me separe de ti”.

Esto se hace eco en las palabras de Jesús, “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor”. Al llevar la imagen de su Hijo crucificado, perfecto y obediente, María nos invita a estar de pie con ella junto a su cruz.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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quarta-feira, 24 fevereiro 2021 09:00

Rosário - março 2021

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Volver a Subir a Jerusalén

(4to Domingo de Cuaresma: 2 Crónicas 36:14-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

Ciro, el Rey de Persia, respetaba las culturas y las religiones de los pueblos bajo su dominio. Pero él debe haber recibido alguna clase de revelación del Dios de Israel, porque escribió: “El Señor [él usa el nombre YHWH], el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra”.

El autoriza a judíos en exilio por todo su vasto reino a volver, es decir, a subir a Jerusalén. El Salmo de hoy refleja el tiempo del exilio, y muestra cuán preciosa era Jerusalén para el pueblo de Dios.

El regreso a Jerusalén, es una imagen maravillosamente apta para Cuaresma. El ir implica una meta. El volver significa conversión. El subir sugiere una lucha. La Cuaresma es todo eso.

Comencemos con la noción de lucha. Uno de los dones más grandes que Dios nos ha dado es el libre albedrio. El cual justamente defendemos tanto para nosotros mismos como para los demás. Pero San Pablo nos recuerda hoy que nosotros somos obra de sus manos, “creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos”. Acomodar nuestra voluntad a la voluntad divina tendrá su costo.

El volver, en lenguaje Cuaresmal, es regresar a nuestro Salvador. Un solo ejemplo de la Escritura servirá: “Yo he disipado tus rebeldías como una nube y tus pecados como un nubarrón. ¡Vuelve hacia mí, porque yo te redimí! (Isaías 44:22)

La meta, finalmente, no es un lugar, o una obra. Es el momento – antiguo o reciente – en el que fuimos más conscientes de la verdad enunciada en el Evangelio de hoy: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”. Habiendo redescubierto esto para nosotros, ¿no querríamos acaso que todos en nuestro tiempo también lo supieran?

El mensaje de La Salette contiene todos estos elementos. Algunas cosas son difíciles de entender y de aceptar. Es un llamado a volver a Dios. Nos propone una meta general, y una más específica también.

Como Saletenses, ¿podríamos acaso no encontrar “la buena obra, que Dios preparó de antemano para que la practicáramos” en las palabras de María: “Hagan conocer mi mensaje”?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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El Señor Nuestro Dios

(3er Domingo de Cuaresma: Éxodo 20:1-17; 1 Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)

¿Recuerdan lo que Dios le dijo a Moisés cuando este le preguntó su nombre? El Señor respondió categóricamente, “Yo soy el que soy”, y le dijo a Moisés que le dijera al pueblo, “YO SOY me envió a ustedes”.

Hoy leemos, “Yo soy el Señor, tu Dios... yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso”. Podría sorprendernos el saber que, en el original hebreo, el verbo soy no aparece aquí. Pero nuestra gramática lo requiere, así que el traductor lo inserta.

En teoría, en la ausencia del verbo, alguien pudiera traducir el texto como era, o será, o, usando otras muchas variantes. Lo importante es reconocer que al Señor como aquel que es, que era, que será, puede ser, pudiera ser, etc. – pues el ES, en el sentido más absoluto, nuestro Dios.

El Señor es Dios en sí mismo, pero también y, desde nuestra perspectiva, más importantemente, él es Dios para nosotros. “Yo soy el Señor, TU Dios”. Nuestra fe se fundamenta sólidamente en este primer mandamiento. No debemos servir a otros Dioses, no debemos adorar a ídolos. Este es el cimiento de todos los Mandamientos.

Nuestra Señora de La Salette habló explícitamente del Segundo y del Tercer Mandamiento. Sin embargo, es obvio, que el pueblo que los transgredía también rechazaba el Primero. Otros ídolos habían reemplazado al Señor su Dios.

Bajo esta perspectiva, la Cuaresma es el tiempo perfecto para reflexionar sobre el estado de nuestra relación con nuestro Dios. ¿Cuán fieles hemos sido? ¿Hasta qué punto nos hemos creado otros ídolos e inclinado ante ellos?

¿Compartimos el entusiasmo por la ley del Señor, los preceptos, los mandamientos, la palabra, los juicios del Señor, que expresa el Salmo de hoy? ¿Son más atrayentes que el oro, más dulces que la miel? O en cambio, ¿son escándalo y locura, tan difíciles de aceptar para nosotros hoy como lo fue la noción de un Mesías crucificado en tiempos de San Pablo?

El salmista amaba la ley, no como un abogado, sino porque era la ley DEL SEÑOR, a quien amaba con todo su corazón. Igualmente, la Bella Señora nos recuerda los mandamientos por el amor que tiene por nosotros y por su Hijo.

Ella nos muestra que, si deseamos tener una relación de amor con Dios, y cuando nos inclinamos (sometemos) solamente a él, entonces todo lo demás vendrá por añadidura.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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sábado, 13 fevereiro 2021 17:40

La Salette e a ecologia

La Salette e a ecologia

 Fevereiro 2021

“Proteger a criação faz parte da Nova Evangelização…”

“Pois é a partir da grandeza e da beleza das criaturas que, por analogia, se conhece o seu autor” (Sb 13,5).

Tanto o Antigo quanto o Novo Testamento têm uma abordagem positiva da criação. É positivo porque teocêntrico. De fato, a Bíblia Hebraica vê a criação como um ícone e expressão da graça, realeza e bondade de Deus. As Escrituras mais de uma vez testificam essa verdade: veja, por exemplo, os dois primeiros capítulos do livro de Gênesis ou os numerosos Salmos que nos convidam a cantar a grandeza de Deus refletida na beleza da criação, ou o livro da Sabedoria que nos lembra que todo o universo fala do amor de Deus (“pois é a partir da grandeza e da beleza das criaturas que, por analogia, se conhece o seu autor”, Sab 13,5).

Se passarmos do Antigo para o Novo Testamento, a centralidade da criação não é diminuída. Nos Evangelhos, Jesus revela o mistério do Reino de Deus por meio de imagens emprestadas da criação (Mt 13,31–32.33.47–50; Mc 4,26–29.30–34; Lc 13,18–19); Ele ensina referindo-se à criação (Mt 13,24–30.36–43; Lc 8,4–8.11–15; 13,6–9); refere-se aos pássaros do céu e às flores dos campos para ilustrar a presença amorosa e atenciosa de nosso Pai celeste para com a humanidade (Mt 6,25–34); usa a metáfora da videira e dos ramos (Jo 15,1–6) ou do “bom pastor” (Jo 10,11–18) para dizer algo sobre si mesmo. E em suas cartas, São Paulo, mais de uma vez, fala da criação como uma forma de experimentar o mistério do Deus invisível.

Ao contrário da filosofia da Grécia Antiga, a mentalidade bíblica tem uma abordagem positiva da criação; afirma que a matéria é importante. Basicamente, a Bíblia reconhece o mundo criado como uma casa-jardim que Deus preparou para todos nós. Os dois primeiros capítulos do livro do Gênesis são muito claros nos seguintes dois pontos: 1) longe de ser nossa propriedade, a criação é percebida como um dom de Deus e 2) a vocação radical de cada um de nós é cuidar e administrar com sabedoria, respeito e gratidão. Cada um de nós tem a responsabilidade de preservar a criação, incluindo seus recursos, com cuidado e amor.

Em La Salette, a criação não está ausente. Totalmente alinhada com a Bíblia, a Bela Senhora inclui isso em sua mensagem, enfatizando a estreita correlação entre discipulado, conversão e criação. Em La Salette, Maria nos lembra que a forma como nos relacionamos com a criação reflete o tipo de relação que temos com nosso Criador. Poderíamos então dizer que a nossa ecologia reflete a nossa teologia!

Tal abordagem tem consequências éticas e práticas. Ser discípulos de Jesus de Nazaré e discípulos de sua Mãe significa também ser homens e mulheres que valorizam o dom da criação, educam os outros para abordá-lo com gratidão, admiração e como sinal da providência constante de Deus. Em outras palavras, a defesa da criação faz parte da Nova Evangelização. E visto que, segundo o Papa Francisco, somos ao mesmo tempo discípulos-missionários, isto é, pessoas chamadas a ser evangelizadas e a evangelizar, a salvaguarda da criação não é uma opção que possamos ou não incluir na nossa obra de evangelização. Assim como a criação esteve presente no ensino e ministério de Jesus, também deve ser parte integrante de nossa Nova Evangelização, como o Papa Francisco nos lembra com insistência na Carta Apostólica de 24 de maio de 2015, Laudato si’.

A nossa responsabilidade pela criação

“Se se converterem, as pedras e rochedos se transformarão em montões de trigo…” – temos aqui a exigência da harmonia no planeta terra da parte de Deus. São palavras que devem guiar o agir do homem, tendo em conta a preponderante missão de dominar a terra, recebida de Deus naquele veemente apelo primordial: “dominai a terra” (Gn 1–11).

Em La Salette, a Mãe das lágrimas recorda-nos a responsabilidade que temos diante de toda a criação. A conversão do homem faz a diferença porquanto propicia ao planeta terra os favores de Deus, outrossim, ela é o marco fundamental para que a terra recupere a sua fertilidade, se restaure a harmonia entre os animais e o homem e se edifique uma nova história de amizade entre Deus e os homens.

Como vemos, a ecologia liga-se à ética e, no nosso caso, não é descabido falarmos em ética cristã. Esta, sob o manto de ecologia, vê na proteção da biodiversidade a salvação da própria humanidade. A mensagem de La Salette, ao insistir no apelo à conversão e, no caso, fazendo menção às batatinhas e ao trigo que se estraga, lança um desafio para que se tenha presente a consciência ecológica que leve o homem a redescobrir “franciscanamente” que o ser humano é parte da fauna e está inserido na criação como parte dela.

É bem verdade que o bom andamento do mundo depende, em primeiro lugar, do valor espiritual da humanidade. O estado de alma do homem influencia, com toda a naturalidade, este universo a orientar-se para Deus ou para a desgraça, isto é, a sua destruição. A propósito, São Paulo fala dos gemidos da criação (Rom 8,19–33) porque o homem perdeu o controle do grande mandamento que recebeu de Deus, o de cuidar a terra. Por causa da teimosia em querer andar prescindindo de Deus, a natureza entrou em convulsão: tempestades avassaladoras, enchentes gigantescas, terramotos e maremotos devastadores, desertificação assoladora de muitas regiões, sobretudo na Africa, a sul do Sahara.

São lapidares as palavras de Nosso Senhor Jesus Cristo quando diz: “Eu vim para que os homens tenham vida e a tenham em abundância” (Jo 10,10). Por isso, para o Papa Francisco, na sua grande reflexão consignada na Encíclica Laudato si’, apresenta também como preocupação ecológica tratar o ser humano e a cultura do homem.

“Virá uma grande fome”. A fome é preocupação para a Mãe que intercede pela sorte da humanidade. A fome é também, por assim dizer, um problema ecológico já que desestrutura o tecido social. Porém é certo que a sua raíz mais profunda é o pecado social enquanto negação do outro como comensal no banquete do bem comum. Portanto, mais do que diagnosticar a necessidade da proteção ambiental, é necessário aceitar o desafio da conversão a Cristo porque é esta que propiciará a mudança sociocultural, o combate permanente aos problemas sociais que oprimem pessoas, povos e sociedades.

Maria - a Rainha de toda a Criação

O Papa Francisco na encíclica Laudato si’ (n. 241) diz: “Maria, a mãe que cuidou de Jesus, agora cuida com carinho e preocupação materna deste mundo ferido. Assim como chorou com o coração trespassado a morte de Jesus, assim também agora Se compadece do sofrimento dos pobres crucificados e das criaturas deste mundo exterminadas pelo poder humano. Ela vive, com Jesus, completamente transfigurada, e todas as criaturas cantam a sua beleza. É a Mulher «vestida de sol, com a lua debaixo dos pés e com uma coroa de doze estrelas na cabeça» (Ap 12,1). Elevada ao céu, é Mãe e Rainha de toda a criação. No seu corpo glorificado, juntamente com Cristo ressuscitado, parte da criação alcançou toda a plenitude da sua beleza. Maria não só conserva no seu coração toda a vida de Jesus, que «guardava» cuidadosamente (cf. Lc 2,51), mas agora compreende também o sentido de todas as coisas. Por isso, podemos pedir-Lhe que nos ajude a contemplar este mundo com um olhar mais sapiente”.

A Bela Senhora da montanha de La Salette expressa justamente esse cuidado quando faz algumas perguntas, algumas delas retóricas: “Há quanto tempo sofro por vocês?”; “Vocês não entendem o francês?”; outras são dirigidas às crianças: “Não compreendeis, meus filhos?”; “Fazeis bem vossa oração, meus filhos?”; “nunca vistes trigo estragado, meus filhos?”; e, finalmente, uma pergunta direta a Maximino: “Mas tu, meu filho, tu deves tê-lo visto?” Todas essas perguntas são feitas por Aquela que conhece perfeitamente o destino do homem na terra. Ela sabe como é difícil se reconciliar com o mundo atingido pelo pecado do homem.

Não sabemos ao certo como isso acontece, mas no Céu Maria cuida de nós seguindo o exemplo do Pai Eterno - santo e perfeito. Pode-se ficar no céu e ser pessoalmente feliz, mas não é possível não se preocupar com o destino de quem ainda está na Terra. O Deus Encarnado, Sua Mãe e todos os Santos conhecem a experiência da vida na Terra e sabem que é preciso lutar constantemente pela salvação eterna, lutando contra o mal.

Podemos também supor que Nossa Senhora intercede incessantemente por nós perante o trono de Deus, para que Ele não cesse de ter misericórdia de nós. Ela pede incessantemente ao Filho que nos dê o remédio da graça, para que não nos desesperemos e não desanimemos. Ela sabe que o Filho não quer castigar ninguém, mas pede-lhe que seja misericordioso para conosco, que relutamos em nos converter, porque desconhecemos aqueles bens que Jesus prometeu. As aparições de Maria na Terra são um exemplo do grande cuidado da Mãe por todos os seus filhos - irmãos e irmãs de Seu Filho Jesus. Ela vem - provavelmente depois das fervorosas orações dirigidas a Deus - para nos fazer aderir a Ele. A atitude de Deus, podemos resumí-la numa frase tirada da parábola do rico e do Lázaro: “Se não ouvem a Moisés e aos Profetas, tampouco se deixarão convencer, ainda que ressuscite alguém dentre os mortos” (Lc 16,31). Mas Maria abre uma exceção: ela não está morta, ela foi elevada ao céu!

Talvez seja por isso que Ela tem o direito e a permissão de Deus para vir até nós e nos convidar a perseverar em viver o Reino de Deus já aqui, na Terra, apesar da existência do pecado e do mal.

Flavio Gilio MS

Eusébio Kangupe MS

Karol Porczak MS

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sábado, 13 fevereiro 2021 14:15

Reflexão - Fevereiro 2021

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La Salette e a ecologia

Fevereiro 2021

“Proteger a criação faz parte da Nova Evangelização…”

“Pois é a partir da grandeza e da beleza das criaturas que, por analogia, se conhece o seu autor” (Sb 13,5).

Tanto o Antigo quanto o Novo Testamento têm uma abordagem positiva da criação. É positivo porque teocêntrico. De fato, a Bíblia Hebraica vê a criação como um ícone e expressão da graça, realeza e bondade de Deus. As Escrituras mais de uma vez testificam essa verdade: veja, por exemplo, os dois primeiros capítulos do livro de Gênesis ou os numerosos Salmos que nos convidam a cantar a grandeza de Deus refletida na beleza da criação, ou o livro da Sabedoria que nos lembra que todo o universo fala do amor de Deus (“pois é a partir da grandeza e da beleza das criaturas que, por analogia, se conhece o seu autor”, Sab 13,5).

Se passarmos do Antigo para o Novo Testamento, a centralidade da criação não é diminuída. Nos Evangelhos, Jesus revela o mistério do Reino de Deus por meio de imagens emprestadas da criação (Mt 13,31–32.33.47–50; Mc 4,26–29.30–34; Lc 13,18–19); Ele ensina referindo-se à criação (Mt 13,24–30.36–43; Lc 8,4–8.11–15; 13,6–9); refere-se aos pássaros do céu e às flores dos campos para ilustrar a presença amorosa e atenciosa de nosso Pai celeste para com a humanidade (Mt 6,25–34); usa a metáfora da videira e dos ramos (Jo 15,1–6) ou do “bom pastor” (Jo 10,11–18) para dizer algo sobre si mesmo. E em suas cartas, São Paulo, mais de uma vez, fala da criação como uma forma de experimentar o mistério do Deus invisível.

Ao contrário da filosofia da Grécia Antiga, a mentalidade bíblica tem uma abordagem positiva da criação; afirma que a matéria é importante. Basicamente, a Bíblia reconhece o mundo criado como uma casa-jardim que Deus preparou para todos nós. Os dois primeiros capítulos do livro do Gênesis são muito claros nos seguintes dois pontos: 1) longe de ser nossa propriedade, a criação é percebida como um dom de Deus e 2) a vocação radical de cada um de nós é cuidar e administrar com sabedoria, respeito e gratidão. Cada um de nós tem a responsabilidade de preservar a criação, incluindo seus recursos, com cuidado e amor.

Em La Salette, a criação não está ausente. Totalmente alinhada com a Bíblia, a Bela Senhora inclui isso em sua mensagem, enfatizando a estreita correlação entre discipulado, conversão e criação. Em La Salette, Maria nos lembra que a forma como nos relacionamos com a criação reflete o tipo de relação que temos com nosso Criador. Poderíamos então dizer que a nossa ecologia reflete a nossa teologia!

Tal abordagem tem consequências éticas e práticas. Ser discípulos de Jesus de Nazaré e discípulos de sua Mãe significa também ser homens e mulheres que valorizam o dom da criação, educam os outros para abordá-lo com gratidão, admiração e como sinal da providência constante de Deus. Em outras palavras, a defesa da criação faz parte da Nova Evangelização. E visto que, segundo o Papa Francisco, somos ao mesmo tempo discípulos-missionários, isto é, pessoas chamadas a ser evangelizadas e a evangelizar, a salvaguarda da criação não é uma opção que possamos ou não incluir na nossa obra de evangelização. Assim como a criação esteve presente no ensino e ministério de Jesus, também deve ser parte integrante de nossa Nova Evangelização, como o Papa Francisco nos lembra com insistência na Carta Apostólica de 24 de maio de 2015, Laudato si’.

A nossa responsabilidade pela criação

“Se se converterem, as pedras e rochedos se transformarão em montões de trigo…” – temos aqui a exigência da harmonia no planeta terra da parte de Deus. São palavras que devem guiar o agir do homem, tendo em conta a preponderante missão de dominar a terra, recebida de Deus naquele veemente apelo primordial: “dominai a terra” (Gn 1–11).

Em La Salette, a Mãe das lágrimas recorda-nos a responsabilidade que temos diante de toda a criação. A conversão do homem faz a diferença porquanto propicia ao planeta terra os favores de Deus, outrossim, ela é o marco fundamental para que a terra recupere a sua fertilidade, se restaure a harmonia entre os animais e o homem e se edifique uma nova história de amizade entre Deus e os homens.

Como vemos, a ecologia liga-se à ética e, no nosso caso, não é descabido falarmos em ética cristã. Esta, sob o manto de ecologia, vê na proteção da biodiversidade a salvação da própria humanidade. A mensagem de La Salette, ao insistir no apelo à conversão e, no caso, fazendo menção às batatinhas e ao trigo que se estraga, lança um desafio para que se tenha presente a consciência ecológica que leve o homem a redescobrir “franciscanamente” que o ser humano é parte da fauna e está inserido na criação como parte dela.

É bem verdade que o bom andamento do mundo depende, em primeiro lugar, do valor espiritual da humanidade. O estado de alma do homem influencia, com toda a naturalidade, este universo a orientar-se para Deus ou para a desgraça, isto é, a sua destruição. A propósito, São Paulo fala dos gemidos da criação (Rom 8,19–33) porque o homem perdeu o controle do grande mandamento que recebeu de Deus, o de cuidar a terra. Por causa da teimosia em querer andar prescindindo de Deus, a natureza entrou em convulsão: tempestades avassaladoras, enchentes gigantescas, terramotos e maremotos devastadores, desertificação assoladora de muitas regiões, sobretudo na Africa, a sul do Sahara.

São lapidares as palavras de Nosso Senhor Jesus Cristo quando diz: “Eu vim para que os homens tenham vida e a tenham em abundância” (Jo 10,10). Por isso, para o Papa Francisco, na sua grande reflexão consignada na Encíclica Laudato si’, apresenta também como preocupação ecológica tratar o ser humano e a cultura do homem.

“Virá uma grande fome”. A fome é preocupação para a Mãe que intercede pela sorte da humanidade. A fome é também, por assim dizer, um problema ecológico já que desestrutura o tecido social. Porém é certo que a sua raíz mais profunda é o pecado social enquanto negação do outro como comensal no banquete do bem comum. Portanto, mais do que diagnosticar a necessidade da proteção ambiental, é necessário aceitar o desafio da conversão a Cristo porque é esta que propiciará a mudança sociocultural, o combate permanente aos problemas sociais que oprimem pessoas, povos e sociedades.

Maria - a Rainha de toda a Criação

O Papa Francisco na encíclica Laudato si’ (n. 241) diz: “Maria, a mãe que cuidou de Jesus, agora cuida com carinho e preocupação materna deste mundo ferido. Assim como chorou com o coração trespassado a morte de Jesus, assim também agora Se compadece do sofrimento dos pobres crucificados e das criaturas deste mundo exterminadas pelo poder humano. Ela vive, com Jesus, completamente transfigurada, e todas as criaturas cantam a sua beleza. É a Mulher «vestida de sol, com a lua debaixo dos pés e com uma coroa de doze estrelas na cabeça» (Ap 12,1). Elevada ao céu, é Mãe e Rainha de toda a criação. No seu corpo glorificado, juntamente com Cristo ressuscitado, parte da criação alcançou toda a plenitude da sua beleza. Maria não só conserva no seu coração toda a vida de Jesus, que «guardava» cuidadosamente (cf. Lc 2,51), mas agora compreende também o sentido de todas as coisas. Por isso, podemos pedir-Lhe que nos ajude a contemplar este mundo com um olhar mais sapiente”.

A Bela Senhora da montanha de La Salette expressa justamente esse cuidado quando faz algumas perguntas, algumas delas retóricas: “Há quanto tempo sofro por vocês?”; “Vocês não entendem o francês?”; outras são dirigidas às crianças: “Não compreendeis, meus filhos?”; “Fazeis bem vossa oração, meus filhos?”; “nunca vistes trigo estragado, meus filhos?”; e, finalmente, uma pergunta direta a Maximino: “Mas tu, meu filho, tu deves tê-lo visto?” Todas essas perguntas são feitas por Aquela que conhece perfeitamente o destino do homem na terra. Ela sabe como é difícil se reconciliar com o mundo atingido pelo pecado do homem.

Não sabemos ao certo como isso acontece, mas no Céu Maria cuida de nós seguindo o exemplo do Pai Eterno - santo e perfeito. Pode-se ficar no céu e ser pessoalmente feliz, mas não é possível não se preocupar com o destino de quem ainda está na Terra. O Deus Encarnado, Sua Mãe e todos os Santos conhecem a experiência da vida na Terra e sabem que é preciso lutar constantemente pela salvação eterna, lutando contra o mal.

Podemos também supor que Nossa Senhora intercede incessantemente por nós perante o trono de Deus, para que Ele não cesse de ter misericórdia de nós. Ela pede incessantemente ao Filho que nos dê o remédio da graça, para que não nos desesperemos e não desanimemos. Ela sabe que o Filho não quer castigar ninguém, mas pede-lhe que seja misericordioso para conosco, que relutamos em nos converter, porque desconhecemos aqueles bens que Jesus prometeu. As aparições de Maria na Terra são um exemplo do grande cuidado da Mãe por todos os seus filhos - irmãos e irmãs de Seu Filho Jesus. Ela vem - provavelmente depois das fervorosas orações dirigidas a Deus - para nos fazer aderir a Ele. A atitude de Deus, podemos resumí-la numa frase tirada da parábola do rico e do Lázaro: “Se não ouvem a Moisés e aos Profetas, tampouco se deixarão convencer, ainda que ressuscite alguém dentre os mortos” (Lc 16,31). Mas Maria abre uma exceção: ela não está morta, ela foi elevada ao céu!

Talvez seja por isso que Ela tem o direito e a permissão de Deus para vir até nós e nos convidar a perseverar em viver o Reino de Deus já aqui, na Terra, apesar da existência do pecado e do mal.

Flavio Gilio MS

Eusébio Kangupe MS

Karol Porczak MS

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sábado, 13 fevereiro 2021 13:11

Sétimo dia – o caminho para a justiça

Sétimo dia – o caminho para a justiça

Janeiro 2021

Domingo - um dom de Deus para toda a humanidade

Mensagem de Maria: “Dei-vos seis dias para trabalhar, reservei-me o sétimo e não mo querem conceder”.

Maria não fala sozinha e nem para si mesma, mas participando da missão de seu Filho, Redentor do mundo. Como Serva do Senhor, Maria usa palavras que expressam a vontade de Deus de ver os homens levarem a sério seus deveres de culto e de adoração ao seu nome. Quando fala de seis dias, Ela nos lembra de nossa missão de participar da ação criativa por meio do trabalho. Maria nos lembra que o sétimo dia pertence a Deus. O sétimo dia que Maria nos lembra não é aquele dos judeus, que celebram o sábado, como reza o Pentateuco, mas o domingo, o dia em que o Senhor quis nos livrar dos contatempos do trabalho, do círculo vicioso da produção e do consumismo, para nos conscientizarmos de que somos pessoas livres, dotadas de uma liberdade que é dom de Deus. O sétimo dia torna-se um dia de justiça. Lembramos que o termo “justiça” aparece na Bíblia em diferentes contextos e com nuances que indicam de vez em quando, um significado. No livro do Gênesis (Gn15, 6), encontramos a passagem em que se diz que Abraão “creu no Senhor, que o creditou como justiça”.

“Justiça” é a palavra que na pregação dos profetas expressa de forma mais significativa as atitudes do homem chamado à solidariedade responsável e à partilha fraterna para com aqueles que, na sociedade de hoje, são marginalizados, fracos, presos, indefesos e estrangeiros. Jesus declara a felicidade de quem defende a justiça: “Bem-aventurados os que têm fome e sede de justiça” (Mt5, 6). O homem torna-se justo a partir do momento em que se coloca à disposição de Deus, ouvindo e observando a palavra, assim como aconteceu com os profetas, com Maria e com José, seu esposo casto, que no Evangelho de São Mateus é chamado de “homem justo” (1, 19). Fazendo um apelo pelo sétimo dia, Maria nos lembra que somos “seus filhos em Cristo”; revela-nos a união íntima da Mãe com o Filho, a participação na sua realeza; mostra-nos que este é o dia da nossa justiça diante de Deus porque nos reunimos para ouvir a palavra e partir o pão (Atos20, 7-12). Maria nos pede hoje, mais do que nunca, que voltemos à submissão a seu filho. Não se submeter a Cristo, diz a Mãe em lágrimas, “é o que torna pesado o braço de meu Filho”.

A Criação: dom para trabalhar, contemplar e alegrar

Quando Deus criou o mundo, nos primeiros três dias ele chamou os ambientes cósmico e terreno à existência. Depois, nos outros três dias, ele adornou esses ambientes, terminando no sexto dia com a criação do Homem: masculino e feminino. No sétimo dia Ele descansou. Este, entretanto, não era um descanso de Deus que estava cansado com a obra da criação, mas era o descanso de Deus que queria contemplar as maravilhas que havia criado. Todas as qualidades transcendentes identificadas por Santo Tomás (beleza, bondade e verdade) podem ser atribuídas à criação: o Universo e a Terra são belos, muito verdadeiros e perfeitamente harmonizados.

E se os dias da criação indicam as fases do tempo, não necessariamente 24 horas cada, então o último dia - a sétima fase - pode durar até o fim do mundo. Porque há tanto para admirar!

Neste contexto, a palavra da Bela Senhora emerge na Mensagem: “Dei-vos seis dias para trabalhar, reservei-me o sétimo e não mo querem conceder”. Se interpretarmos esta censura de Maria no contexto do descanso, entendido como admiração, então convém lembrar aqui aquele canto de louvor que ela cantou pelas maravilhas de Deus realizadas em sua vida, o Magnificat: “Minha alma glorifica ao Senhor, …porque realizou em mim maravilhas aquele que é poderoso e cujo nome é Santo”.

Seria muito injusto se considerássemos aquele dia apenas como a obrigação de assistir à Santa Missa dominical. Assim, esquecemos que este é o dia da alegria grata, compartilhada com Deus na admiração da semana passada, da existência do mundo de Deus e da nossa participação naquele tempo. Em virtude da graça de Jesus, podemos rejeitar a impressão fatal de que a vida é feia e penosa por causa dos nossos pecados, assim como podemos contemplar e admirar a beleza, a bondade e a verdade que experimentamos nos últimos seis dias.

Deus continua a fazer “grandes coisas” na vida diária de cada um de nós. Se não virmos esse aspecto de nossa vida na Terra, nem mesmo saberemos o motivo de nossa participação na missa dominical.

Maria que tinha ido visitar Isabel para compartilhar a alegria da concepção do Filho de Deus também quer compartilhar a mesma alegria com cada um de nós. Ela quer nos ajudar a cantar com alegria como filhos de Deus, conscientes da verdade, da bondade e da beleza que vêm de Deus.

Comecemos, pois, a descansar na admiração do Deus misericordioso, que não desanima pelo fato de continuarmos a não saber como nos comportar aos domingos. Seguimos o exemplo de Maria e em cada Eucaristia dominical, juntamente com Ela, prestamos homenagem a Deus, que justamente lhe é devida.

Eusébio Kangupe MS

Karol Porczak MS

 

Published in MISSAO (POR)
sábado, 13 fevereiro 2021 10:25

Reflexão - Janeiro 2021

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Sétimo dia – o caminho para a justiça

Janeiro 2021

Domingo - um dom de Deus para toda a humanidade

Mensagem de Maria: “Dei-vos seis dias para trabalhar, reservei-me o sétimo e não mo querem conceder”.

Maria não fala sozinha e nem para si mesma, mas participando da missão de seu Filho, Redentor do mundo. Como Serva do Senhor, Maria usa palavras que expressam a vontade de Deus de ver os homens levarem a sério seus deveres de culto e de adoração ao seu nome. Quando fala de seis dias, Ela nos lembra de nossa missão de participar da ação criativa por meio do trabalho. Maria nos lembra que o sétimo dia pertence a Deus. O sétimo dia que Maria nos lembra não é aquele dos judeus, que celebram o sábado, como reza o Pentateuco, mas o domingo, o dia em que o Senhor quis nos livrar dos contatempos do trabalho, do círculo vicioso da produção e do consumismo, para nos conscientizarmos de que somos pessoas livres, dotadas de uma liberdade que é dom de Deus. O sétimo dia torna-se um dia de justiça. Lembramos que o termo “justiça” aparece na Bíblia em diferentes contextos e com nuances que indicam de vez em quando, um significado. No livro do Gênesis (Gn15, 6), encontramos a passagem em que se diz que Abraão “creu no Senhor, que o creditou como justiça”.

“Justiça” é a palavra que na pregação dos profetas expressa de forma mais significativa as atitudes do homem chamado à solidariedade responsável e à partilha fraterna para com aqueles que, na sociedade de hoje, são marginalizados, fracos, presos, indefesos e estrangeiros. Jesus declara a felicidade de quem defende a justiça: “Bem-aventurados os que têm fome e sede de justiça” (Mt5, 6). O homem torna-se justo a partir do momento em que se coloca à disposição de Deus, ouvindo e observando a palavra, assim como aconteceu com os profetas, com Maria e com José, seu esposo casto, que no Evangelho de São Mateus é chamado de “homem justo” (1, 19). Fazendo um apelo pelo sétimo dia, Maria nos lembra que somos “seus filhos em Cristo”; revela-nos a união íntima da Mãe com o Filho, a participação na sua realeza; mostra-nos que este é o dia da nossa justiça diante de Deus porque nos reunimos para ouvir a palavra e partir o pão (Atos20, 7-12). Maria nos pede hoje, mais do que nunca, que voltemos à submissão a seu filho. Não se submeter a Cristo, diz a Mãe em lágrimas, “é o que torna pesado o braço de meu Filho”.

A Criação: dom para trabalhar, contemplar e alegrar

Quando Deus criou o mundo, nos primeiros três dias ele chamou os ambientes cósmico e terreno à existência. Depois, nos outros três dias, ele adornou esses ambientes, terminando no sexto dia com a criação do Homem: masculino e feminino. No sétimo dia Ele descansou. Este, entretanto, não era um descanso de Deus que estava cansado com a obra da criação, mas era o descanso de Deus que queria contemplar as maravilhas que havia criado. Todas as qualidades transcendentes identificadas por Santo Tomás (beleza, bondade e verdade) podem ser atribuídas à criação: o Universo e a Terra são belos, muito verdadeiros e perfeitamente harmonizados.

E se os dias da criação indicam as fases do tempo, não necessariamente 24 horas cada, então o último dia - a sétima fase - pode durar até o fim do mundo. Porque há tanto para admirar!

Neste contexto, a palavra da Bela Senhora emerge na Mensagem: “Dei-vos seis dias para trabalhar, reservei-me o sétimo e não mo querem conceder”. Se interpretarmos esta censura de Maria no contexto do descanso, entendido como admiração, então convém lembrar aqui aquele canto de louvor que ela cantou pelas maravilhas de Deus realizadas em sua vida, o Magnificat: “Minha alma glorifica ao Senhor, …porque realizou em mim maravilhas aquele que é poderoso e cujo nome é Santo”.

Seria muito injusto se considerássemos aquele dia apenas como a obrigação de assistir à Santa Missa dominical. Assim, esquecemos que este é o dia da alegria grata, compartilhada com Deus na admiração da semana passada, da existência do mundo de Deus e da nossa participação naquele tempo. Em virtude da graça de Jesus, podemos rejeitar a impressão fatal de que a vida é feia e penosa por causa dos nossos pecados, assim como podemos contemplar e admirar a beleza, a bondade e a verdade que experimentamos nos últimos seis dias.

Deus continua a fazer “grandes coisas” na vida diária de cada um de nós. Se não virmos esse aspecto de nossa vida na Terra, nem mesmo saberemos o motivo de nossa participação na missa dominical.

Maria que tinha ido visitar Isabel para compartilhar a alegria da concepção do Filho de Deus também quer compartilhar a mesma alegria com cada um de nós. Ela quer nos ajudar a cantar com alegria como filhos de Deus, conscientes da verdade, da bondade e da beleza que vêm de Deus.

Comecemos, pois, a descansar na admiração do Deus misericordioso, que não desanima pelo fato de continuarmos a não saber como nos comportar aos domingos. Seguimos o exemplo de Maria e em cada Eucaristia dominical, juntamente com Ela, prestamos homenagem a Deus, que justamente lhe é devida.

Eusébio Kangupe MS

Karol Porczak MS

 

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¿De qué se trata Todo esto?

(2do Domingo de Cuaresma: Génesis 22:1-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)

El responsorial de hoy está tomado del Salmo 116. Es una oración de acción de gracias después de una crisis. Como la mayoría de los salmos, este se relaciona con nuestra propia experiencia. ¿Quién de nosotros nunca dijo?: ¡Qué grande es mi desgracia!

No fueron solamente los pecados de su pueblo la causa de la venida de Nuestra Señora a La Salette. Ella también era muy consciente de sus aflicciones: cosechas arruinadas, hambre, la muerte de los niños. Ella les aseguró su constante oración por ellos.

En tiempos de prueba, debemos consolarnos con las palabras de San Pablo que están en la segunda lectura: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”. También nos recuerda que Jesucristo murió y resucitó e intercede por nosotros.

La primera lectura, por otro lado, es perturbadora. “Dios puso a prueba a Abraham” ¡mandándole ofrecer a su amado hijo en sacrificio! Naturalmente nos preguntamos por qué Dios pediría tal cosa. Pero al final del relato él dice por medio del ángel, “Ahora sé que temes a Dios”, y entonces la promesa de la bendición se renueva enfáticamente.

¿Qué tienen que ver estas cosas con el relato de la Transfiguración en el Evangelio? El Prefacio especial para el Segundo Domingo de Cuaresma hace la conexión. “Después de anunciar su muerte a los discípulos les reveló el esplendor de su gloria en la montaña santa, para que constara... que, por la pasión, debía llegar a la gloria de la resurrección”.

De hecho, en Mateo, Marcos y Lucas, justo antes de la Transfiguración, Jesús, el Hijo amado de Dios, anuncia su pasión y luego añade: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga“.

Como en la Pasión de Cristo, todo sufrimiento puede conducir a la gloria. Abraham alcanzó su supremo momento de gloria en la disponibilidad de sacrificar a su hijo si esa era la voluntad de Dios. Él se convirtió en modelo para todos nosotros. Pero conocemos nuestras debilidades y preferimos no ser puestos a prueba.

María vino rodeada de luz para recordarnos que, aunque todos sintamos algunas veces que estamos experimentando nuestra propia pasión, podemos permanecer siempre fieles, y así seremos los testigos de la gloria de la resurrección y levantar la cosecha de las promesas de Dios, y de las promesas que la Bella Señora en persona hizo en La Salette.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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