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Donde Fluyen las Bendiciones

(Fiesta de La Salette: Génesis 9:8-17; 2 Corintios 5:17-20; Juan 19:25-27)

Queridas hermanas y queridos hermanos de La Salette, están leyendo esto el mismo día 19 de septiembre o cerca de esta fecha, en el centésimo septuagésimo quinto aniversario de la Aparición de Nuestra Señora de La Salette. Desafortunadamente, el espacio con el que contamos por este medio nos queda pequeño para poder expresar todo lo que hay en nuestros corazones, pero una mano en el pecho, deseamos que participen de las abundantes bendiciones que fluyen sobre nosotros desde la Santa Montaña.

Las bendiciones tienen su fuente en el Monte Calvario, la escena del Evangelio. Allí, María lloró seguramente viendo cómo los enemigos de Jesús le apuntaban con el dedo en actitud vengativa, mientras que en La Salette sus lágrimas se derramaban al ver la falta de respeto por el nombre de su Hijo y por la actitud burlesca de su pueblo con relación a los Sacramentos.

Solo uno de los discípulos de Jesús se quedó a su lado. Los demás huyeron despavoridos, o quizá, decepcionados. ¿Qué ambiciones se les truncaron aquel día? Y sin embargo fue él el que les dijo, “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos” (Marcos 9:35). La Santísima Virgen, quien en la alborada de nuestra salvación se refirió a sí misma como la servidora del señor, en este tiempo nos habló de las penas que tiene que pasar por nosotros.

En la segunda lectura, San Pablo escribe, “Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios. Talvez no haya otro pasaje de la escritura que evoque a La Salette tan poderosamente. María habla de ciertos pecados cometidos por su pueblo, pero estos son sólo ejemplos. Fue la inclinación al mal que hay en el corazón humano en primer lugar lo que hizo que Dios destruyera a los mortales, pero luego tuvo piedad e hizo un pacto de paz con ellos, en la primera lectura.

Todos nos vemos lidiando algunas veces con el orgullo, la ira, la codicia, y el resto de los pecados mortales. Si somos responsables con los niños, tratamos de formarlos, mientras son inocentes, en las virtudes de la humildad, la paciencia, la generosidad, etc.; pero también sabemos cuán importante – y difícil – es enseñar con el ejemplo.

La reconciliación tiene su punto de partida en nuestra vida, pero no termina allí. Muchas veces necesita renovarse con una buena oración y por medio de los sacramentos. No debemos desalentarnos, porque hay una Bella Señora que une sus lágrimas a la sangre de su hijo que fluye desde el Calvario, derramando bendiciones de esperanza y misericordia sobre nosotros a pesar de nuestra condición de pecadores.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Repensar

(24to Domingo Ordinario: Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)

Si ya has leído las lecturas de hoy, tenemos un acertijo para ti. ¿Cuántas partes del cuerpo puedes recordar que hayan sido mencionadas en la primera lectura y en el Salmo? Retomaremos este punto más adelante.

En el Evangelio, después de haber escuchado los rumores que circulaban acerca de él, Jesús pregunta a sus discípulos, Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?”. Pedro responde por todos, “Tu eres el Mesías”, es decir: el Cristo, el Ungido. Este es un momento clave en sus vidas. Desde ahora Jesús tiene que prepararlos para lo que se viene. Él está a punto de comenzar su último viaje a Jerusalén, y les dice que tienen que repensar sus ideas mesiánicas.

¡Pedro se sorprende! Su reacción, aunque equivocada, es comprensible. Palabras como “sufrir... ser rechazado... ser condenado a muerte” no van con la descripción del “Mesías”. Jesús podría haber añadido: “Ofreceré mi espalda a los que me golpeen y mis mejillas, a los que me arranquen la barba, no retiraré mi rostro cuando me ultrajen y escupan”, parafraseando a Isaías.

María en La Salette entre lágrimas nos ofrece una respuesta a la pregunta de Jesús. Él es su Hijo, que es el Cristo, el Ungido, el Mesías. Sin embargo, el gran crucifijo, acompañado del martillo y la tenaza, nos lo muestra no en la majestad de su poderío sino en la imagen golpeada y resquebrajada del amor redentor.

El texto de Isaías para hoy nos invita a revisar nuestro entendimiento acerca del sufrimiento y de la humillación. Sin importar lo que tengamos que enfrentar como cristianos, también podemos decir, “El Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido”.

Volviendo al acertijo que dio inicio a esta reflexión, la respuesta es seis: oído, espalda, mejilla, rostro, ojos y pies. En la Biblia, las partes del cuerpo son con frecuencia una forma poética de decir “yo”, ej. “mis ojos han visto”.

Santiago les dice a sus lectores que hay que mirar con otros ojos el significado de la fe. Es algo a la vez interno y externo. “por medio de las obras, te demostraré mi fe”, escribe. Un poema atribuido a Santa Teresa de Ávila lo presenta así: “Cristo no tiene cuerpo, sino el tuyo... Tuyas son las manos, tuyos son los pies, tuyos son los ojos, eres tú Su cuerpo. Usémoslos con fe valiente, que por medio de nuestras obras otros puedan llegar a conocer a Cristo y puedan regocijarse en su ilimitada misericordia.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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sábado, 21 agosto 2021 05:50

Rosário - Setembro 2021

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¡Ábrete!

(23er Domingo Ordinario: Isaías 35:4-7; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37)

Los textos que la Iglesia pone hoy a nuestra disposición pueden parecer de algún modo menos desafiantes o estimulantes que lo normal. Por otro lado, las conexiones con La Salette con estas lecturas son abundantes y fértiles.

En Isaías: “Digan a los que están desalentados: ¡Sean fuertes, no teman... Brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa”. Oímos las primeras palabras de la Bella Señora a Melania y Maximino. Vemos la fuente milagrosa.

En el Salmo: “El Señor de Jacob… da pan a los hambrientos... y entorpece el camino de los malvados”. Nos acordamos de la promesa de abundancia que hace María si su pueblo toma en serio sus palabras… y de su temor por las calamidades venideras si no lo hacen.

En Santiago: “No hagan acepción de personas... ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo?” La familia de Maximino distaba mucho de ser rica; y Melania era desesperadamente pobre.

En el Evangelio, la apertura de los oídos del hombre sordo puede verse en las palabras que María dirigió a los niños hablándoles en su propio dialecto cuando se dio cuenta de que no entendían el francés; y la soltura de la lengua de aquel hombre se ve reflejada en las sorprendentes respuestas que estos niños sin instrucción dieron al ser interrogados.

De hecho, aquel “¡Efatá!, ¡Ábrete!” es central en el mensaje de La Salette. La Santísima Virgen vino a abrir los ojos de su pueblo a la realidad del pecado y del sufrimiento, los oídos a la Palabra de Dios, las mentes y la imaginación a nuevas posibilidades.

Sobre todo, ella quiso abrir los corazones de su pueblo al amor de Dios manifestado en Cristo Crucificado y en la Eucaristía. Esto se refleja en la primera frase del Salmo Responsorial: “El Señor mantiene su fidelidad para siempre”.

La Salette es una invitación a mantener la fe, puesto que “¡Dios mismo viene a salvarlos!” Respondemos con oración y respeto. Inevitablemente esto también significa mantener la fidelidad a los demás, por medio de la reconciliación si es necesario, o por medio de acercarnos a los demás en sus necesidades, sean estas materiales o espirituales.

El mensaje de María acerca de mantener la fidelidad abarca todas las épocas y es relevante para todas las edades y grupos—en pocas palabras, para todo su pueblo.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Así ustedes vivirán

(22do Domingo Ordinario: Deuteronomio 4:1-8; Santiago 1:17-27; Marcos 7:1-23)

¿Cuándo fue la última vez que alguien te dijo, “¡Ustedes católicos son un pueblo sabio y prudente! ¿Quién más tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley de ustedes? Probablemente nunca.

Sin embargo, en la primera lectura, Moisés anticipa que las otras naciones quedarán impresionadas con las leyes y los estatutos que Dios le dio a su pueblo. Le pide a su pueblo que “escuche los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán”. En otras palabras, la Ley, lejos de ser una carga pesada, es un don maravilloso. Un don que los hará capaces, en las palabras del Salmo de hoy, de proceder rectamente y practicar la justicia.

¿Por qué entonces, en el Evangelio de hoy, Jesús es tan crítico con los fariseos y los escribas, tan cumplidores de la ley? Porque en ellos se vio cumplida una profecía: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. (Isaías 29:13)

De aquellos a quienes María llamó “mi pueblo” en La Salette, muchos ni siquiera reunían los mínimos requisitos propios de su fe. Ella les dijo, entre lágrimas, cuánto tuvo que rogarle a su hijo por ellos. Ella les suplicó que observaran la Ley, no con un espíritu legalista, sino para su propio bien. Ella no quería que Jesús los abandonara en el hambre y en la muerte. Ella vino para que tengan vida.

Mucha gente está dispuesta a obedecer las leyes de su país. Pero cuando se trata de la moral cristiana y del dogma, es sorprendentemente fácil “dejar de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”. Nos olvidamos del mandato “No añadan (como los fariseos) ni quiten nada (como estamos inclinados a hacer) de lo que yo les ordeno”.

Los israelitas no observaban la Ley perfectamente. Tampoco nosotros. A menudo nos quedamos cortos cumpliendo el plan de Dios para nosotros. Confiando en su misericordia, lo intentamos de nuevo. Esto es primordial para el mensaje de la reconciliación, el llamado a volver al espíritu y a la práctica de nuestra fe católica.

Santiago escribe, “Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla”. La docilidad es esencial en nuestra relación con la voluntad de Dios.

Dios conoce aquello que da vida. También la Bella Señora.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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segunda-feira, 02 agosto 2021 08:57

Concerto Internacional

CONCERTO INTERNACIONAL DOS LEIGOS SALETINOS

Neste ano tão importante em que comemoramos o 175º Aniversário da Aparição da Bela Senhora, os Leigos Saletinos promovem um “Concerto Virtual em Ação de Graças” por este acontecimento. Este Concerto tem o objetivo de unir a Família Carismática Saletina num evento cultural sendo fonte de evangelização e difusão da Mensagem da Salette.

Qualquer membro da Família Carismática Saletina, leigo(a) ou religioso(a) que sinta o chamado e a inspiração para compor e interpretar uma canção dedicada à nossa Mãe Salette poderá participar, sendo Uma única canção por país. A canção, que deverá ser inédita, poderá ter sua composição baseada na história, no fato, nos personagens, na mensagem, ou na missão encomendada por Nossa Senhora quando de sua aparição em Salette. Também poderá ser a musicalização de uma oração ou parte dela.

Informações mais detalhadas poderão ser obtidas através do endereço: Este endereço de email está protegido contra piratas. Necessita ativar o JavaScript para o visualizar.

 

CONCERTO INTERNACIONAL DE LAICOS SALETENSES

En este año tan importante en el que conmemoramos el 175 Aniversario de la Aparición de la Bella Señora, los Laicos Saletenses promueven un “Concierto Virtual de Acción de Gracias” para este acontecimiento. Este Concierto tiene como objetivo unir a la Familia Carismática Saletense en un evento cultural siendo fuente de evangelización y difusión del Mensaje de La Salette.

Cualquier miembro de la Familia Carismática Saletense, laico o religioso que sienta el llamada e inspiración para escribir e interpretar una canción dedicada a nuestra Madre Salette podrá participar, siendo una sola canción por país. La canción, que debe ser inédita, puede tener su composición basada en la historia, el hecho, los personajes, el mensaje o la misión encargada por Nuestra Señora cuando apareció en La Salette. También puede ser la musicalización de una oración o parte de ella.

Informaciones más detalladas pueden ser obtenidas a través del siguiente correo electrónico: Este endereço de email está protegido contra piratas. Necessita ativar o JavaScript para o visualizar.

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Cómo Servir al Señor, y Porqué

(21er Domingo Ordinario: Josué 24:1-18; Efesios 5:21-32; Juan 6:60-69)

¡Advertencia! Las lecturas de esta semana nos desafiarán de muchas maneras.

La última vez que nos topamos con estas lecturas (hace tres años), el título de la reflexión era ¿A quién vamos a servir? Todo apuntaba hacia una respuesta obvia – nosotros servimos al Señor. Para nosotros, ¡la decisión ya está tomada! Nosotros, como Josué, elegimos servir al Señor. ¡Grandioso! ¿Y ahora qué? A continuación viene el cómo.

¿Qué significa realmente servir al Señor? ¿Qué podemos hacer? Nuestra Señora de La Salette nos da una lista parcial. Oración diaria, Eucaristía semanal, la práctica anual de la Cuaresma, el respeto por el nombre del Señor.

La lista completa nos viene de las Escrituras y de las enseñanzas de la Iglesia, que también colocan frente a nosotros la importancia del amor al prójimo, por medio de las Obras de Misericordia Espirituales y Corporales.

Es así que estamos llamados a la oración, al amor, a la misericordia. Pero la manera de servir no termina con el cumplimiento de dichas cosas. Todo esto presupone dos actitudes fundamentales: sumisión y conversión, a las que siempre experimentamos como desafiantes.

Josué le dio a su pueblo algunas opciones. Dijo, “Elijan hoy a quién quieren servir”. Ese era el momento de la verdad para ellos. Dieron la respuesta correcta: “También nosotros serviremos al Señor, ya que Él es nuestro Dios”. ¿Era suficiente?

La verdadera manera de servir al Señor puede resumirse como sigue: Si yo quiero fiel, verdadera y honestamente servir al Señor, sólo puedo hacerlo si mi compromiso hacia él es totalmente incondicional. Pero, ¿cómo puedo estar seguro de ello?

La respuesta a esa pregunta nos acerca al por qué. Simón Pedro habló por los Apóstoles y, esperamos que también por nosotros, cuando dijo, “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.

¡Que poderosa declaración de fe! ¿Es la nuestra también? ¿Realmente creemos que nuestra vida se vuelve vacía sin Cristo? ¿Estamos deseosos de aceptar su voluntad, y hasta subordinarnos los unos a los otros, por reverencia a él?

Los desafíos son muchos, pero aun así esperamos poder aclamar junto al salmista, “Mi alma se gloría en el Señor”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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