Temor sin miedo
(33er Domingo Ordinario: Malaquías 3:19-20; 2 Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)
Tanto el Profeta Malaquías como Jesús profetizan un tiempo de conflictos. En la primera lectura, “Llega el Día, abrasador como un horno”. En el evangelio, “Un día no quedará piedra sobre piedra”. ¡Una siniestra visión del día del juicio final!
Ambos también ofrecen ánimo a los fieles. “Pero para ustedes, los que temen mi Nombre, brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos” (Malaquías). “No deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría” (Jesús).
Aquí encontramos dos términos que aparecen juntos tres veces en el Antiguo Testamento, en el texto muy conocido: “El principio de la sabiduría es el temor del Señor.” Entre los siete dones del Espíritu Santo, la sabiduría está primera en la lista, y el temor del Señor, último.
Es bien sabido que el temor del Señor no significa tenerle miedo a Dios, sino más bien respetarlo tanto que nunca deseemos ofenderlo. En este sentido, la Bella Señora de La Salette dice, “No tengan miedo”, pero luego describe las formas en que su pueblo no teme al Señor.
Aquellos que temen al Señor en el verdadero sentido, están listos para someterse a su voluntad, sin importar como esta se manifieste en sus vidas. Esto puede incluir persecución o una vocación a un servicio generoso, pero al menos significa vivir de tal modo que podamos ser ejemplo para los demás.
En la segunda lectura, San Pablo afirma: “Queríamos darles un ejemplo para imitar”. Específicamente, él quiere que los cristianos ganen su propio sustento en lugar de esperar que otros los mantengan. Pero en 1 Corintios 11:1 hace una afirmación más amplia: “Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo”.
Jesús es, verdaderamente, el modelo superior de temor del Señor. Él “se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). En La Salette, María nos invita a pedir este don del Espíritu Santo.
Pudiera ser imprudente, o aún más, arrogante, decirles a los demás que nos imiten. Y, sin embargo, en cierto sentido, nuestra fe cristiana está inevitablemente a vista de todos. Como dice Jesús en Juan 13:35: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”. Esto también es, temor del Señor.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.