Oración humilde
(22do Domingo Ordinario: Eclesiástico 3:17-29; Hebreos 12:18-24; Lucas 14: 1, 7-14)
En la primera lectura de hoy escuchamos, “Hijo mío, realiza tus obras con modestia”. En el Evangelio Jesús dice, “El que se humilla será elevado”.
En La Salette, la Bella Señora preguntó, "¿Hacen ustedes bien la oración, hijos míos?"
A primera vista, esta conexión entre La Salette y las lecturas puede tomarnos por sorpresa. Pero cuando lo piensas, ¿qué es la oración si no viene de un corazón humilde? ¿Existe otra manera de llegar a Dios? Nosotros no somos el creador sino la creación. Si nos pasa que somos bendecidos con talentos o disfrutamos de cierto prestigio en nuestra comunidad, es especialmente importante que seamos más humildes. Como dice el Eclesiástico.
“Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar”, Jesús les dijo a los huéspedes que estaban con él en la casa del fariseo. Este consejo se aplica aún más a la oración. Cuando nos ponemos en la presencia de Dios, cualquier comparación que podamos hacer entre nosotros y los demás es pura vanidad. (¿Te acuerdas de la parábola del fariseo y el cobrador de impuestos? Más de esto dentro de dos meses).
Cuando a María se le ofreció el honor de convertirse en la madre del Mesías, ella respondió, con humildad genuina, “Yo soy la servidora del Señor”. En su oración de alabanza, el Magnificat, ella reconoce que Dios “miró con bondad la pequeñez de tu servidora”.
Cuando, en La Salette, María habla de su propia oración, vemos que se humilla de dos maneras diferentes. Primero, ella se presenta ante su hijo en actitud mendicante. Segundo, ella se identifica con un pueblo de pecadores “mi pueblo”, por el que suplica sin cesar.
Muchos de nosotros rezamos con nuestra cabeza agachada. ¿No es eso un gesto de humildad, sometiéndonos ante nuestro Señor y Salvador?
Podemos encontrar gozo en nuestro ministerio de reconciliación, pero no hay lugar aquí para la arrogancia y el sentido de superioridad. Sí, tenemos un don para compartir, pero necesitamos hacernos a un lado, para que el mensaje de Nuestra Señora brille en su plenitud. Nunca nos atribuimos el mérito por lo que el Señor pueda llegar a realizar en respuesta a nuestra humilde oración.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.