Las Obras de Misericordia
(Cristo Rey: Ezequiel 34:11-17; 1 Corintios 14:20-28; Mateo 25:31-46)
Ya hace tres semanas que los Evangelios han ido resaltando instancias de juicio, usando diferentes estándares en cada caso. Hace dos semanas se trataba de estar preparados para el retorno de Cristo; la semana pasada se hablaba de ser creativos en el servicio del Señor; para hoy tenemos las obras de misericordia.
Un rey en su trono está al tope de la jerarquía social. Cristo es nuestro rey, sin embargo, se identifica a si mismo con los más pequeños. Aquellos que están al margen de la sociedad. Estar a su servicio incluye acercarse a ellos.
La Iglesia enseña que, además de dar de comer al hambriento, debemos trabajar para eliminar las causas subyacentes del hambre. Este principio se aplica a cada obra de misericordia que podamos imaginar, ya sean las “corporales” o las “espirituales”. Esto muchas veces requiere del coraje de decir cosas inconvenientes.
María en La Salette, sin olvidar que ella es una humilde servidora, se identifica con los más pequeños, al elegir a sus testigos. Ella ofreció un remedio para la causa del sufrimiento físico de su pueblo. Diciendo la verdad acerca de la falta de fe y de reverencia por su Hijo, Cristo Rey.
La meta de la reconciliación es restaurar la paz; es un pensamiento atrayente y reconfortante. La obra de la reconciliación, por otro lado, como es ejemplificado por la Bella Señora, no es fácil. Requiere de una firme suavidad. Puede ser un desafío.
En el rito del bautismo, la unción con el santo crisma nos une simbólicamente con Cristo como Sacerdote, Profeta y Rey. Esto quiere decir que compartimos su rol de guiar, liderar y proteger a su rebaño, cuidar a su pueblo. La manera en que lo hacemos depende de muchos factores que incluyen nuestra personalidad, nuestros talentos, y nuestros valores más profundos.
Al menos, la mayoría de nosotros puede tratar de guiar con el ejemplo – diciendo la verdad y actuando correctamente, de tal modo que otros se sientan atraídos a hacer lo mismo.
Al mismo tiempo, el centro de atención no está en nosotros. Cualquiera sea la forma que puedan tomar nuestras obras de misericordia, nunca son una puesta en escena. Jesús está al centro, y al principio, y al final. Si podemos servir como canales de su verdad y de su amor, no necesitamos temer el juicio venidero.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.