Gratitud por la curación
(28vo Domingo Ordinario: 2 Reyes 5:14-17; 2 Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)
Ya que vamos a reflexionar sobre la gratitud, comenzamos agradeciendo a todos y a cada uno de ustedes fieles lectores, y a aquellos de entre ustedes que de vez en cuando envían sus comentarios útiles y alentadores.
También hablaremos de curación. En la primera lectura de hoy, un leproso, Naamán, es sanado, mientras que en el Evangelio son diez los leprosos sanados. A renglón seguido de estas sanaciones hay expresiones de gratitud.
Nuestra Señora de La Salette lloró por la muerte de los niños y por el hambre que ya había comenzado a hacer estragos en Europa. La causa era una forma de lepra, no de las personas sino de los alimentos básicos. María habló del trigo arruinado, uvas podridas y nueces carcomidas. La desesperación provocada por esto no era distinta a la que experimentaban los leprosos, aun en tiempos modernos.
En una visión profética de abundancia, la Bella Señora prometió la sanación de la tierra, por decirlo así, un alivio del hambre para su pueblo.
Naamán regresó a Eliseo diciendo, “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor”. Veamos por qué, cuándo, y cómo él expresa su gratitud. El porqué se ve claramente. El cuándo: tan pronto posible. El cómo: mediante la ofrenda de dones a Eliseo, sí, pero en un nivel más profundo por su conversión a la fe de Israel.
Naamán se zambulló en el Jordán siete veces. Esta acción nos hace pensar en el bautismo; el número nos recuerda los sacramentos, memoriales perpetuos de nuestra conversión al amor de Dios.
Los peregrinos a La Salette regresan a sus casas con agua de la fuente donde María se apareció. Naamán llevó dos mulas cargadas de tierra, para usarla como una especie de alfombra de oración, como un constante recuerdo de la misericordia de Dios.
En el Evangelio, diez leprosos fueron purificados. Uno, “al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias”. Jesús entonces le dijo. “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
Purificado, sanado, salvado. Tales son los signos, los frutos, y algunas veces hasta la causa de conversión. El orden exacto es de poca importancia. Lo que importa más es, que una vez que experimentamos de primera mano la misericordia de Dios, vivimos nuestra vida con gratitud y fidelidad.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.