El Propósito de la Vida
(Quinto Domingo el Tiempo Ordinario: Job 7:1-7; 1 Corintios 9:16-23; Marcos 1:29-39)
“Ay de mí”, escribe San Pablo, “si no predicara el Evangelio”. No se está quejando, sino simplemente afirmando el hecho de que esta responsabilidad, puesta sobre él sin siquiera haber sido consultado, se convirtió para él en el propósito que consume su existencia.
Jesús dice algo similar: “Para esto he venido” refiriéndose a su predicación.
Job nos lleva al otro extremo. Su vida se ha convertido en una carga pesada, y no encuentra ningún propósito en ello. No espera poder experimentar de nuevo la felicidad.
Las lágrimas de María en La Salette, tan bella y poderosa imagen, son preocupantes en algún modo. Pueden hacernos arrepentir de nuestros pecados; lo cual es bueno. Pero algunos se preguntan, cómo puede ser que María en el cielo, pueda experimentar la desdicha.
Y, sin embargo, ella habla del dolor que la infidelidad de su pueblo le causó personalmente. “¡Hace tanto tiempo que sufro por ustedes! … y ustedes no hacen caso… nunca podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido en favor de ustedes. ” Más que un signo de desdicha, sus lágrimas son un signo de su compasión, compasión que ella no pudo haber dejado en el cielo.
La suegra de Pedro puede ayudarnos a entender la situación. Una vez curada, ¿qué es lo que hace? Se pone a servir a Jesús y a sus compañeros. En su enfermedad ella estaba, por así decirlo, esclavizada y sin propósito. El Señor la restauró en su dignidad como señora de la casa. Su honor reside en honrar a sus huéspedes. Probablemente lo mismo podría decirse de todas las personas que Jesús curó aquel día. Especialmente aquellas a quienes liberó de los demonios.
El propósito de la Bella Señora es el mismo; restaurarnos a nuestra dignidad como cristianos. Ella vino a hablar a aquellos que eran católicos solamente de nombre – incluyendo a Melania y Maximino. ¡¿ Eran acaso siquiera consientes de las promesas hechas por ellos en el bautismo?
Podríamos juntar y parafrasear a San Pablo y al mensaje de La Salette diciendo, “¡Ay de mí si no vivo el Evangelio!” María enumera los “Ays” (sufrimientos) de su pueblo, consecuencia de su indiferencia religiosa.
En 1980, San Juan Pablo II les lanzó un desafío a los cristianos de Francia: “Francia, la hija mayor de la Iglesia, ¿eres fiel a tus promesas bautismales?
Verdaderamente, ¿Que propósito pueden los cristianos encontrar no viviendo ni practicando su fe?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.