Paradojas
(Domingo de Ramos: Marcos 11:1-10; Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1—15:47)
Las lecturas para el Domingo de Ramos hacen surgir paralelos inesperados. En el primer pasaje del Evangelio, Jesús es reconocido por la multitud como aquel que viene en el nombre del Señor, ante quien gritan “Hosanna”. Más tarde la muchedumbre clama por su crucifixión. En el Calvario, el centurión romano que supervisaba la crucifixión de Jesús llega a creer que Jesús es el Hijo de Dios.
El Salmo, que comienza con el famoso grito de desesperación, termina con un toque de exultación. El siervo de Dios descrito en Isaías recibe tratos humillantes, aun así, cree firmemente que no será defraudado. Y San Pablo presenta a Jesús como el que se humilla y se anonada a sí mismo, obediente hasta la cruz, pero también exaltado, recibiendo el nombre que está sobre todo nombre – el Señor.
No debería sorprendernos encontrar aspectos parecidos con La Salette. María se aparece en medio de una luz celestial, pero llorando. Ella habla de las terribles consecuencias de haber perdido la fe, y lo hace con una infinita dulzura. Ella da una misión importante a dos niños que difícilmente pueden dar sentido a lo que les había dicho.
Cuando miramos a la Iglesia, encontramos casi lo mismo. El prominente autor inglés G.K. Chesterton (1874-1936) señaló las muchas paradojas que uno puede encontrar en la Iglesia: criticada de diversas maneras como: “enemiga de las mujeres y su refugio”; una “solemnemente pesimista y solemnemente optimista” que produjo “feroces cruzadas y mansos santos”; la lista continúa con cierta largura. Él resume sus pensamientos con la paradoja central de la Teología Cristiana: “Cristo no es un ser apartado de Dios ni del hombre, como los elfos, tampoco un ente mitad humano y mitad no, como un centauro, sino ambas cosas al mismo tiempo y de manera total, totalmente hombre y totalmente Dios”
Esta similitud de “verdadero hombre y verdadero Dios” reside ciertamente en el mismísimo centro de nuestra fe. Tanto como es difícil de comprenderlo, así lo proclamamos en nuestro credo.
Estas no son simplemente ponderaciones teológicas. También dicen mucho acerca de nosotros mismos. Como cristianos vivimos en una paradoja; somos conscientes de nuestras propias contradicciones internas, y de los pecadores y santos que somos, individualmente y como Iglesia. El llamado a la conversión que nos viene de La Salette debe ser tomado seriamente, pero nunca seremos capaces de decir: Ahora sí que soy santo. Sin embargo, no perdemos la esperanza de alcanzar esa meta bajo la atenta mirada de la Bella Señora.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.